martes, 9 de diciembre de 2014

CAPITULO 12


¡Hola!
Ya están sobre la última de las pistas del poema. Poco a poco, se están acercando al tesoro. Pero Perséfone debe aprender un más sobre si misma y sobre la libertad con ayuda de los piratas...y Alejandro.
Aquí os dejo el nuevo capítulo. Espero que disfrutéis de la aventura.






12

NAVEGANDO ENTRE LAS ESTRELLAS


Al día siguiente, Alejandro mandó mantener el rumbo hacia el Atlántico para alejarse lo que pudieran del Mediterráneo. Además, dio el poema una vez más a Perséfone para que leyera el tercer y último párrafo. Perséfone se sentó en el suelo de la cubierta y observó a la vez el poema, el papel de la nuez y el mapa obtenido en Grecia. 

Pero en ninguna vi nada como en mi tierra natal
Tanta es la belleza en ella y tanta la paz
Que cantas victoria a los doce vientos
Sólo por encontrarte allí.





Trató por todos los medios posibles probar donde encajaba los símbolos escritos en el papel de la nuez con lo leído, pero no lo consiguió. No encajaban con nada, no formaban palabras ni frases como en los dos párrafos anteriores.
-Esto no encaja en ninguna parte. Lo único que queda claro es que el tesoro está en su tierra natal, que según vosotros es la India-dijo Perséfone un  poco harta de pensar.
-Tiene que encajar en algo-insistió Alejandro sentándose a su lado y mirando los papeles-. Mira esa especie de torre bajo la luna se parece mucho a la torre que hay en la izquierda del mapa.
-Sí, es cierto. ¿Qué significará?-se preguntó Perséfone
-Pues que debemos de entrar en otra torre, supongo-respondió Alejandro encogiéndose de hombros.
-No puede ser eso. Se supone que esta pista es la que por fin conduce al tesoro. No creo que Dybá escondiera su tesoro en la torre del castillo de otro país. Se lo habrían gastado los habitantes del castillo -opinó Perséfone- Además, ¿cómo lo metería sin ser visto?
-Hay no aparece ningún castillo, simplemente es una torre-observó Alejandro-. Tal vez, indica el punto de partida desde donde contar los pasos. O eso es lo que se supone que debe indicar un mapa.
Perséfone caviló sobre lo que decía Alejandro y volvió a leer el tercer párrafo del poema. Mientras tanto, Ocho y Amarillo, que ya habían terminado de arreglar las velas, se acercaron a ellos
 -¿Habéis averiguado algo? ¿Necesitáis ayuda?-preguntó Amarillo sentándose al igual que Ocho
-Creemos que la torre indica un punto de partida desde el que contar, pero no estamos muy seguros-le explicó Alejandro señalando el mapa. Ocho y Amarillo lo observaron a la vez
-Sí, tal vez sea eso-dijo Perséfone mirándolos-, porque en el poema dice “cantando a los doce vientos”. Doce serán los pasos a contar desde la torre, ¿no?
-Además, “doce vientos” no es la frase correcta-pensó Amarillo- Sería “a los cuatro vientos”, ¿verdad?
-Bien observado, Amarillo-reconoció Ocho.
-Y el dibujo de debajo de la luna, quiere decir que hay que contar doce hacia la izquierda de la torre-explicó Perséfone-.Pero lo que no sé es en qué zona de la India está la torre
-Eso creo que lo sé, Per-dijo Alejandro cogiendo el mapa-. Está al noroeste y debemos empezar desde donde empiezan estas líneas discontinuas.
-Yo lo que no sé es que significa el dibujo de la derecha-dijo Ocho
-Es lo que hay en el círculo que interrumpe las líneas discontinuas, ¿no lo veis? La flecha del mapa indica que dentro de ese circulito hay estas... cosas-explicó Alejandro mientras señalaba el mapa, no sabiendo muy bien que eras aquellos dibujos del círculo.
-Que bien entiendes el mapa, capitán-lo halagó Amarillo impresionado
-Lo sé-dijo Alejandro con suficiencia-.Lo importante es que ya sabemos dónde ir. Supongo que cuando estemos en el camino, lo comprenderemos todo mejor. De momento, cuando lleguemos al Atlántico iremos rumbo hacia el sur.

Gracias al viento y al desplegar completo de todas las velas del barco, pronto, una noche, se encontraron navegando sobre el Océano Atlántico. Además, no se daba muestra de que Oruç los siguiera y eso les ponía a todos muy contentos. Al parecer, la bola de cañón de Dragón había tenido muy buenos resultados. Todos estaban de tan buen humor que, esa noche, en lugar de la típica cena con la vihuela de Cortés, decidieron jugar a los botes.
-¿Los botes?-preguntó Perséfone a Dragón mientras el resto iba en busca de estos, que estaban a ambos lados de la cubierta- ¿Qué es jugar a los botes?
-Sólo tenemos dos botes a cada lado, así que solemos montarlos en parejas, una por cada bote, o de tres en tres-respondió Dragón.
-Pero, ¿qué es?-insistió Perséfone.
-Bajamos los botes al agua pero los mantenemos atados con largas cuerdas, las cuales sostenemos desde la cubierta. Después, poco a poco y con cuidado, los colocamos en la parte trasera del barco tirando de ellos desde arriba con ayuda de las cuerdas -le explicó Dragón-. Atamos el extremo de la cuerda a la barandilla de la toldilla y dejamos que el barco arrastre los botes, haciendo que estos vayan mucho más rápido que normalmente. Es muy divertido, y acabas empapado.
Pronto el juego de los botes empezó. Se montaron en parejas y por turnos en los botes. Cuando acababa el turno de una pareja, ésta bajaba del bote y se dirigía a nado a la escala que tiraban desde la toldilla los que se quedaban en el barco; lo mismo, pero al contrario, hacían los que querían subir al bote. Todos parecían divertirse muchísimo cuando estaban en los botes y cuando volvían, como estaban muy mojados, se les tenía preparadas unas mantas en la toldilla, para que se secaran y no pasaran frío.
Perséfone no quería participar, no le apetecía mucho mojarse y le daba un poco de miedo. Pero tras la insistencia de Alejandro, Sacul y Cortés, al final se atrevió.
-Pero ten cuidado. Debes agarrarte rápido al bote, porque, una vez en el agua, éste viene hacia ti y si lo pierdes te quedas atrás-la avisó Sacul.
-Pero no vienen muy rápido, sólo debes estar atenta. No debes ir tu hacia ellos-aclaró Cortés.
-Bueno, basta de cháchara. Vamos a subir-dijo Alejandro viendo que regresaban Pies Largos, El Plumas, Ocho y Amarillo.
-Yo creo que mejor me quedo-dijo Perséfone a Alejandro mientras Sacul y Cortés bajaban por la escala.
-Vamos, Per. Será divertido. No dejes que el miedo te impida vivir-la animó Alejandro.
-Una cosa es vivir y otra arriesgarte tontamente-le dijo Perséfone- Además, no sé si sabré.
-Esto no es arriesgarte, te lo prometo-le aseguró Alejandro-. Mira, yo iré primero y te ayudaré, ¿vale? Confía en mí, te gustará.
-Bueno, vale.
Alejandro bajó por la escala seguido de Perséfone. Al llegar al último escalón de madera, debían saltar al agua porque la escala no llegaba hasta ella. Alejandro saltó y seguidamente esperó a que el bote se acerara a él para subirse. Perséfone, animada por Sacul, Cortés y Alejandro, también saltó al agua y con ayuda de éste último, se subió al bote en el que se encontraba.
-¿A que no ha sido tan terrible?-dijo Alejandro- Y mira que divertido.
Los dos botes estaban algo separados uno del otro para poder navegar mejor y no chocar entre ellos. Se movían con rapidez tras Pegaso, provocando que el agua salpicara levemente a ambos lados y , de vez en cuando, mojara a sus pasajeros.
Sacul y Cortés estaban en el otro bote divirtiéndose echándose agua el uno al otro o poniéndose de pie en él. Después utilizaron el remo para salpicar a Perséfone y Alejandro quienes también respondieron haciendo lo mismo.
Perséfone tenía que reconocer que se lo estaba pasando de maravilla, además de que Cortés, Sacul y Alejandro eran muy divertidos.
-La verdad es que se está muy bien aquí-reconoció Perséfone observando el mar y el cielo lleno de estrellas. Estaba completamente empapada, al igual que los demás
-Te dije que te gustaría-dijo Alejandro
-Parece como si las estrellas se hundiesen en el agua, ¿verdad?-comentó Perséfone señalando las estrellas cercanas al horizonte. Luego suspirando, añadió:-Es muy relajante
-Da sensación de libertad-dijo Alejandro-, es una de las maravillas del mar
De repente, algo grande salió del agua para volver a meterse cerca de uno de los lados de Pegaso.
-¿Qué ha sido eso?-preguntó Perséfone preocupada tras un grito ahogado
-No te preocupes, son delfines-le respondió Alejandro
-¡¿Delfines?! ¿En serio?-dijo Perséfone alegremente y moviéndose hacia la punta del bote, provocando que este se meciera bruscamente-. Nunca había visto… ¡Eh! ¡Ahí están! ¿Los ves? ¡Son dos!
-Sí, a veces aparecen por esta zona del mar. Les gusta saltar por al lado del barco, no sé por qué-explicó Alejandro acercándose a ella, cuando el balanceo pasó.
-¡Qué bonitos!-expresó Perséfone sin dejar de mirarlos
-No sabía que te gustasen tanto-dijo Alejandro sorprendido
-Sí, me gustan pero nunca había visto ninguno. Sabía que existían por los libros y las historias de la gente del puerto de Rísoen –le explicó Perséfone, luego volvió a decir:-¡Qué bonito!
-¿Quieres que los toquemos?-le preguntó Alejandro-. Los podemos llamar con comida, a veces funciona. Espera… ¡Barriga de Oso! ¡Lánzanos un pez o una fruta!... No me escucha, estará en la bodega.
-Podemos ir nosotros, capitán-le dijo Cortés al escucharle gritar-.Ya nos íbamos.
-Vale, pero rápido antes de que se vayan los delfines. Y haced que el barco vaya más lento y así se podrán acercar al bote.
Cortés y Sacul bajaron del bote y, agarrados a la cuerda que ataba el bote a la toldilla, llegaron a la escala para subir al barco. Pasados unos minutos, Sacul apareció por la barandilla y les lanzó dos sardinas que cayeron sobre el vestido de Perséfone.
-Gracias, Sacul. Ahora oleré a sardina-dijo Perséfone en voz alta para que la oyese mientras Alejandro se reía.
-¡De nada!-gritó Sacul y después desapareció de la barandilla.
Perséfone dio las sardinas a Alejandro, quien  puso uno de ellas cerca del agua, inclinándose hacían el delfín que tenían más cerca. El bote había aminorado su marcha y ya no levantaba agua. El delfín no parecía ver la sardina pero Alejandro insistió. Después de unos minutos, el delfín se hundió en el agua. Perséfone creyó que se había ido, pero se equivocaba, al segundo apareció junto al bote.
-Oh, es increíble-dijo Perséfone mirándolo sorprendida por la reaparición del delfín. Quería tocarle pero no se atrevía
-Toma, dale tú la sardina-le dijo Alejandro sonriendo-. Así aprovechas y lo tocas
Perséfone cogió la sardina por la cola y la puso sobre el alargado morro del delfín. La soltó y el delfín se la comió al vuelo. El delfín se quedó esperando otra y Perséfone aprovechó para acariciarlo un lado de la cabeza. Era un tacto realmente extraño, blandito y resbaladizo a la vez.
-Es genial-dijo Perséfone- Es precioso.
-Seguro que la próxima vez te apuntas en seguida al juego de los botes-le dijo Alejandro.
-Sí, me parece jugaré más a menudo-confirmó Perséfone sonriendo.
-Bueno, ¿volvemos a Pegaso?-le propuso Alejandro y después, señalando el cielo, dijo:-Creo que se avecina tormenta.
-De acuerdo
Alejandro cogió la otra sardina y la lanzó lejos del bote para que el delfín se fuera.
-Aprovechemos ahora-dijo Alejandro
Bajaron del bote y se acercaron nadando, ayudándose, como Cortés y Sacul, de la cuerda del bote para llegar a la escala. Alejandro ayudó a Perséfone a subir por la escala y en unos segundos volvieron a estar sobre Pegaso. Alejandro cogió rápidamente una de las mantas que habían dejado en la toldilla y se la echó por los hombros a Perséfone.
-Así no pasarás frío-dijo Alejandro tapándola.
-Gracias-dijo Perséfone sonriéndole-. Gracias por todo. Ha sido la noche más bonita y especial de mi vida.
-Me alegra que te gustase-se alegró Alejandro también sonriendo.
Se miraron en unos segundos mientras se sonreían. Poco a poco, sin darse cuenta, acercaron sus rostros y cerraron los ojos. Y cuando sus labios estaban a punto de tocarse… La tormenta los sorprendió con un fuerte trueno. Alejandro y Perséfone se sobresaltaron, separándose rápidamente. De no ser porque estaba oscuro, hubieran visto lo rojas que estaban sus caras.
-De...deberíamos…deberíamos irnos al camarote-balbuceó Alejandro rápidamente sin mirarla-. Quiero decir, yo…tú vas al camarote…yo voy a las bodegas
-Sí, vale-respondió Perséfone rápidamente sin mirarle también- Antes de que nos empapemos…bueno, ya estamos empapados. Para no mojarnos más.
-Sí, bueno, hasta mañana
-Hasta luego
Se dirigieron hacia el mismo tramo de escaleras a la vez y tropezaron al intentar bajar juntos.
-Lo siento-se disculpó Perséfone con timidez
-No pasa nada-la excusó Alejandro con rapidez-. Tú primero.
Finalmente, lograron bajar las escaleras. Perséfone se dirigió rápidamente al camarote. Una vez dentro, caminó lentamente hasta la cama y se sentó sobre ella muy despacio, aún tapada con la manta. Pensaba. No sabía que le había pasado. Había sentido algo tan…especial.
Pero, ¿qué le pasaba? ¡Casi lo besa! ¡A un pirata!
Pero es que ya no sólo era un pirata, era Alejandro.


Más en la próxima entrada
Suerte, luz, fuerza y feliz día a todos.

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