viernes, 31 de octubre de 2014

CAPITULO 7


¡Hola!

¡Continúa la aventura! Por fin desembarcan en Granada para ir tras la primera pista que parece ser la llave del tesoro. ¿Conseguirán entrar en el lugar que la custodia?


7

SER DIFERENTE

-¡Tierra! ¡Diviso tierra!- gritaba Profundo desde la cofa del vigía la noche del día siguiente.
Alejandro se asomó a la barandilla del castillo de proa para ver mejor. Podía ver la tierra gracias a las luces que había sobre ella.
-No nos acerquemos mucho. Naveguemos en paralelo para observar el puerto-ordenó Alejandro mientras bajaba al castillo de proa para dirigirse deprisa hacia la toldilla para coger el timón.
Una vez observado, se acercaron al puerto y anclaron el barco algo alejado del resto de navíos. Alejandro dio instrucciones a aquellos piratas que se quedaban.
-Moved a Pegaso de vez en cuando para que no sospechen por su permanencia aquí. Es decir, os alejáis del puerto, os vais a otro…cosas así-le explicó Alejandro- Dadnos cuatro días. Si al cuarto día no hemos llegado, marchaos de aquí,  sabréis que nos han cogido…cosa que dudo que ocurra.
-Bueno, ya veremos, Alejandro-dijo Barriga de Oso- Si vemos que tardáis, esperaremos un poco más. A nosotros no nos importa, ¿verdad, chicos?
-Claro que no-dijo Sacul y luego añadió guiñando un ojo a Perséfone:- Te esperaré lo que haga falta, Per
- Puedes esperarla sentado porque Per se queda en Granada-repuso Alejandro
-¿Qué?-dijeron los piratas a la vez
-¿Te vas? ¿No te quedas con nosotros?-preguntó Cacín
-Pero si nos caes muy bien-le dijo Sacul- Te traeré siempre el desayuno si te quedas.
-¿Por qué te vas?-le preguntó Amarillo
-Ha sido agradable estar con vosotros, pero debo quedarme en Granada-les explicó Perséfone- Mi sitio no está en la mar.
-Te echaremos de menos, Per-le dijo Barriga de Oso dándole la mano
Todos se pusieron a su alrededor para darle la mano. Todos menos Alejandro quien chasqueó la lengua algo molesto y dijo:
-Basta, dejadla. Nos tenemos que ir. ¡Vamos! Pongámonos en marcha.
Cortés, Cacín, Pies Largos, Ocho, El Plumas y Perséfone lo siguieron por la escala que bajaba hasta el muelle y abandonaron el barco.

El grupo se adentro en el pueblo perteneciente al puerto y logró robar una carreta, frente a una taberna, que cargaba con paja y en la que estaba atado un caballo. Ocho se sentó a las riendas junto a Cacín, y el resto se libró de la paja y se sentó en la parte de atrás.
-Esto es horrible. ¡He robado!-iba diciendo Perséfone arrepentida
- Si tú apenas has participado-repuso Alejandro- No te han visto.
-Es mejor que te dirijas hacia el camino de las montañas- aconsejó Cacín a Ocho- Parece subir pero luego bajas hasta llano y después es todo campo, bosques, ríos…
El grupo estuvo en marcha toda la noche. Cuando estaba amaneciendo, ya habían dejado las montañas e iban por un tortuoso sendero que atravesaba un bosque.
-Párate cuando veas un río, Ocho-dijo Cortés pasado el mediodía- Estoy sediento.
-Sí, será lo mejor-coincidió Alejandro
El río no apareció hasta tres horas más tarde. Lo vieron entre los árboles del bosque a la izquierda del sendero. Introdujeron la carreta entre los árboles y la estacionaron cerca del río. Todos bajaron rápidamente para beber agua y mojarse un poco la cara.
-Qué raro ha sido notarla dulce-comentó Alejandro y los demás asintieron, menos Perséfone quien se alegraba mucho de saborear agua normal.- ¿Aún queda mucho, Cacín?
-Sí, un poco. Deberíamos acampar porque de noche va a ser más difícil ver el camino-aconsejó Cacín- Además, esto ha cambiado mucho desde la última vez que estuve, necesito luz para asegurarme.
-¡Eh, por allí se ve humo y luz!-se sorprendió Pies Largos
-Serán bandoleros-dedujo Cacín- Hay muchos por aquí. Algunos roban a los viajeros y otros sólo huyen debido a las pragmáticas de los reyes.
-Entonces son como nuestros amigos-dijo Ocho- Los bandoleros son como los piratas de la tierra.
-Sí, yo también soy de esa opinión-dijo Alejandro
-Pues saludémosles-sugirió Cortés
-¡No! Pueden ser peligrosos-dijo Perséfone asustada.
-No nos van hacer nada, Per-la tranquilizó Alejandro- Además, ni si quiera nos han visto
-Me podía haber quedado en el puerto-lamentó Perséfone
-¿Y por qué no lo has hecho?-le preguntó Alejandro instándola a hacerlo
-Porque me has dicho que te ayudará, ¿no te acuerdas? -le recordó Perséfone molesta- O estamos haciendo un “de nuevo”, otra vez.
-Entonces ¿has decido ayudarme definitivamente?-le preguntó feliz Alejandro
-No lo sé…me lo estoy pensando-respondió Perséfone
-Pues piensa rápido porque ya casi llegamos-le dijo Alejandro
-¿Qué? Pero si Cacín ha dicho que todavía queda mucho. Además, estamos parados-replicó Perséfone
-No ha dicho que quede mucho-la contradijo Alejandro- Sino que no estaba seguro.
-¡Shh! Viene alguien- les comunicó El Plumas, poniendo fin a la discusión, y señaló hacia la luz.
Se acercaba a ellos una muchacha con un cántaro en las manos. Caminaba mirando hacia abajo pero, al alzar la mirada y verles, se quedó paralizada.
-Tranquila, no vamos hacerte nada. Ya nos íbamos-le dijo Alejandro adelantando un paso hacia ella- Somos como tú, bandidos. Bueno, más bien piratas
Al oír aquello, la muchacha empezó a retroceder lentamente sin dejar de mirarles.
-La estás asustando-le susurró Perséfone a Alejandro, y luego dirigiéndose a la muchacha dijo:- Tranquila, no te hará nada, es bueno.  Mira, yo soy Perséfone ¿Cómo te llamas tú?
-Ana-respondió la muchacha aún asustada
 -Encantada, Ana ¿Sabrías decirnos si nos queda mucho para llegar al centro de Granada?-le preguntó Perséfone
-Pues…creo que sí, un poco-contestó Ana-. Yo solo quería un poco de agua.
-Oh, claro. Toda tuya-dijo Perséfone señalando el río- Nosotros ya nos íbamos.
-Deja, yo te ayudo-dijo Pies Largos a Ana mientras cogía el cántaro.
-Gracias
-Solo una cosa más, ya que hemos trabado amistad-dijo Alejandro sonriendo a Ana- ¿Alguno de tus amigos de allí sabe algo acerca de Granada? Por ejemplo…que te diría yo…la Alhambra, por decir algo.
-Un amigo de mi padre sabe mucho sobre la Alhambra. Fue sirviente en ella-le contó Ana algo más confiada- además de un par más que nos acompaña.
-¿De verdad? Y… ¿podría hablar con ellos?-preguntó Alejandro ilusionado
-Claro, seguidme-les indicó Ana
Alejandro y el resto la siguió de buena gana, excepto Perséfone que aún no se fiaba ¿Y si les robaban? Pero que tonta, si no llevaban nada de valor, sólo las espadas que portaban los piratas.
Ana los llevó hasta un claro del bosque donde había unas diez personas alrededor de una hoguera. Además de las personas, había un perro, tres caballos y un par de carromatos.
-¿Quiénes son, Ana?-preguntó un hombre de pelo cano y piel morena mientras se acercaba a ellos.
-Unos…conocidos del río. Él quería hablar con alguna de nuestra gente, concretamente con aquella que sirvió en la Alhambra-explicó Ana
-Hola, soy Alejandro. Encantado de conocerle-se presentó Alejandro animadamente dándole la mano- Esta es mi tripulación
-¿Tripulación?-se extrañó otro hombre, de ojos azules como el océano, que se había acercado para ver qué pasaba
-Sí, somos piratas.
Todos reaccionaron como Ana. Los que estaban de pie frente a ellos retrocedieron un poco con los ojos muy abiertos y los que estaban sentados cerca de ellos se levantaron rápidamente.
-¿Piratas? ¿Y qué quieren unos piratas de nosotros?-dijo el hombre de pelo cano- Os advierto que…
-Tranquilo, hombre. Somos amigos. Únicamente queríamos información-le explicó Alejandro alzando las manos- No queremos molestar.
Aunque algo sí que molestaban, sólo Perséfone y Cacín se habían quedado a su lado. El Plumas observaba admirado un pájaro que había en la jaula que sostenía un niño de pelos muy rizados, Ocho se calentaba su voluminoso trasero en el fuego, Pies Largos comía de la fruta que le ofrecía una amable abuela y Cortés tocaba una vihuela que había cogido del suelo
-Papá, son buena gente-intervino Ana- En el río se portaron muy bien conmigo. Es que la palabra pirata asusta un poco.
-Y uno de ellos toca muy bien la vihuela-comentó el hombre de los ojos azules señalando a Cortés quien había logrado que un par de personas bailara a su lado- Tiene mucho arte.
-Es Cortés, le encanta la música-le explicó Alejandro
-¿Cortés? Entonces, somos iguales.
-¿Qué?-preguntó Alejandro que no había entendido
-Nada, nada…Venid, sentaos con nosotros. Os explicaremos lo que queráis, mi nombre es Bartolomé. El papá de Ana se llama Antonio-les dijo el hombre de los ojos azules- ¿Tenéis hambre? Hace poco conseguimos unas frutas magníficas.
Algo sorprendidos por el brusco cambio de parecer, siguieron a Bartolomé y Antonio por aquel claro. Se sentaron alrededor del fuego junto con los demás y pronto se hicieron buenos amigos. Estos “bandoleros”, entre gitanos y moriscos, eran gente que escapaba de la guardia real para conservar su libertad. Perséfone reconoció que eran personas realmente encantadoras y que las malas historias que rondaban sobre ellos eran totalmente falsas.
-No nos quieren porque dicen que no somos normales, que somos diferentes-decía una mujer que se llamaba Aurora- Y yo pregunto, ¿quién creo la diferencia?, ¿quién decidió lo que era diferente?, ¿qué es ser normal?
-Sí, yo opino lo mismo. Los considerados normales se comportan de mal como se supone que nos comportamos nosotros- comentó Antonio a la vez que bebía un poco de agua-En realidad, bien o mal, todos nos comportamos de manera muy parecida, da igual quien seas.
-La sociedad hace creer a las personas que ser diferente es malo. Pero no es cierto-dijo un tal Santiago-Ese pensamiento perjudica mucho. Somos tan buena gente como los demás.
-A fin de cuentas, todos somos iguales dentro de la diferencia. -acabó diciendo Francisco- Me refiero a que todos somos personas que sentimos, queremos, soñamos, con miedos,…y no debemos juzgar que cada uno sea de una manera distinta a la de uno propio.
-Eso es ¿Por qué no ser lo que uno es? ¿Por miedo a los demás? ¿Por vergüenza? ¡Jamás!-dijo Alejandro- Yo soy lo que quiero ser, no lo que me dicten los demás.
-Me gusta mucho lo que has dicho-le dijo Francisco- Nosotros decimos algo parecido, y es que nosotros tenemos una sola religión: la libertad.
-¡Porque es libertad lo que quiero!-gritó alegre Cortés haciendo alusión a la canción del pirata.
-¡Por eso no soy marinero!-siguieron a la vez, el resto de piratas mientras alzaban sus copas.
Las risas empezaron sonar en el claro del bosque. Cortés volvió a coger la vihuela y empezó a tocarla de nuevo. Se le unieron un laúd y una pandereta. Todos empezaron a cantar y bailar alrededor, y pronto el ambiente se volvió muy divertido. La música y el cante de aquel grupo de personas calmaban el alma y llenaban de vida.
Perséfone se quedó sentada con el resto, hablaba con una muchacha llamada Ani.
-Entonces, ¿tú no…?-empezó a preguntar Ani, pero se detuvo cuando un niño y una niña se interpusieron entre ella y Perséfone- Pequeñitos, jugad allí... Perdón, como te decía, ¿tú no eres pirata?
-No, claro que no. Sólo los acompaño. Pero me quedaré en Granada-les comentó Perséfone- Tal vez, pueda venir a visitaros
-Sí, claro. Pero nosotros vamos cambiando de sitio-le dijo Ani
-Oh…Bueno, al menos sé que conozco a gente de aquí-se consoló tontamente Perséfone.
-Oye, tu cara me suena mucho… ¡Ya sé! Creo que he visto un dibujo tuyo en una posada-comentó una chica cuyo nombre era Fiba- Decía que te estaban buscando.
-¿Cómo? Pero yo no he hecho nada-dijo Perséfone extrañada- ¿Seguro que era yo?
-Sí, pero no te buscaban por nada malo. Era como si estuvieses perdida-le explicó Fiba- Bueno, en realidad ponía “Secuestrada”
-Secuestrada-repitió Perséfone- Oh, vaya…He metido a alguien en un lío… Pero yo me fui porque quise.
-¿Por qué te fuiste?-le preguntó Ani
Perséfone les explicó a aquellas chicas la razón por la que se había ido.
-Pero muchacha, no debes enfadarte por cosas así. Tener un hogar y una familia es lo más valioso que una persona pueda tener-le dijo la abuela de Ana, Francisca, que también estaba allí- Y cuando digo familia, no sólo me refiero a la de sangre sino a aquellas personas con las que te sientas realmente feliz y a gusto.
-Sé que fue algo feo lo que hice… Pero aún estoy enfadada, y no pienso volver-dijo Perséfone frunciendo el ceño.
-Pero, tu familia estará preocupada por ti-le dijo Fiba
-No, seguramente estarán felices de haberse deshecho de mí-negó Perséfone tozudamente
-No es cierto. Eso es lo que tú quieres creer porque estás enfadada-le explicó Francisca- Cuando se te vaya el enfado, lo verás todo diferente.
Perséfone se quedó callada sin saber que decir y pensando, una vez más, en aquellas personas con las que estaba cabreada y no quería volver a ver.
-Es que… ¿por qué me tiene que gustar lo que le gusta a todos?-dijo Perséfone rompiendo el silencio- Seguramente no soy la única, más de una persona habrá a la que tampoco le gusten las fiestas y prefiera pasar su tiempo haciendo otra cosa que realmente le guste, pero no lo hace por miedo a no encajar o lo que opinen los demás.
-Eso es cierto, debes hacer lo que tú quieras, no lo que quieran los demás -comentó una tal Mónica mientras comía uvas.
-Pero, ¿no has pensado que tu amiga y tus padres sólo buscaban lo mejor para ti?-le preguntó Ana.
-Tal vez… Sí, claro que lo he pensado-confirmó Perséfone tristemente- Supongo que fue un conjunto de cosas…y después, el que ella me ignorase me hizo sentir realmente sola… De momento, me alejo. No soy feliz allí.
-Y te alejas en buena compañía, ¿cómo se llama el de los rizos?-preguntó Ani
-Alejandro, es el capitán-respondió Perséfone y añadió desdeñosa:- Y no es tan buena compañía.
-Bueno, voy a hablar con él y bailar un poco-dijo Ani levantándose
Perséfone observó cómo Ani se acercaba a Alejandro y a Bartolomé quienes hablaban con otro tipo corpulento y de piel morena conocido como Chemi, uno de los moriscos que había visto la Alhambra por dentro. Alejandro parecía muy interesado en lo que decía aquel hombre pero cuando Ani se acercó se le fue la mirada tras ella y le sonrió pícaramente. “¡Hombres!” pensó Perséfone.
Cuando la fiesta tocó a su fin, sacaron mantas de los carromatos y las repartieron para poder dormir mejor en el suelo. Perséfone cogió una de las mantas que le ofrecía una abuela muy amable que daba muchos besos sonoros en las mejillas, y se fue hacia uno de los árboles para tumbarse a su pie.
Cuando llevaba un rato allí tumbada, Alejandro se la acercó con una manta y se tumbó junto a ella.
-¡Hola!-le dijo feliz- Ya sé cómo entrar. Cacín tenía razón, por medio de aquella torre bajita de los jardines se llega a la Torre de la Vela.
-Eso es genial-le dijo Perséfone mirándole-Aunque, después de llegar a la Vela, tendrás que buscar la llave por toda ella. Y esa torre debe de ser muy grande.
-Lo es. Me han dicho que tiene, una mazmorra y cuatro pisos contando la azotea donde hay una campana-le explicó Alejandro – Y pensado como Dybá, deduzco que la llave está junto a la campana o alrededores de esta.
-¿En la campana?-se extrañó Perséfone- ¿Y por qué allí?
-Porque, fíjate, no eligió cualquier lugar de Andalucía para esconder su llave sino uno bien importante y muy difícil de acceder en su época-razonó Alejandro- Y dentro de ese sitio, eligió la torre más destacada, desde donde me han contado se puede ver toda Granada ¿Y qué mejor lugar de esa torre que la campana?  Ningún hombre había llegado a ella antes, a no ser que fuese de dentro de la Alhambra. Ocultando la llave ahí, demostraría que era un pirata poderoso y que nada era obstáculo para él.
-Vaya…es un buen razonamiento-reconoció Perséfone y luego le preguntó:- ¿Y si no es así?
-Pues me volveré loco-dijo con naturalidad Alejandro a la vez que suspiraba
-Buena idea-opinó Perséfone sonriendo y luego, mientras mirabas las estrellas, dijo:- Que bonitas se ven las estrellas aquí, sin tanta luz alrededor
-Más bonitas se ven desde mar abierto-le dijo Alejandro
-No me he fijado
-¿Qué? Pero si has dormido en mar abierto-recordó Alejandro
-Ya, pero la primera noche me dormí sin fijarme en nada, sólo en que estaba en un barco desconocido para mí, la segunda llovió y el resto he dormido en tu camarote-le explicó Perséfone
-Sí, es cierto. Y mi espalda me lo confirma, la bodega es algo incómoda-comentó Alejandro y luego añadió feliz:- Compraré unos jergones para la tripulación.
-Más bien cogerás prestados, ¿no?-le dijo sonriendo Perséfone
-Pues no lista- negó Alejandro con sorna. Luego desvió la conversación-. Mira, mi barco se llama como una de esas constelaciones, se lo puso mi padre, antes era de él. El barco de Dybá también tenía el nombre de una constelación.
-¿A tu padre le gustaban las estrellas?-preguntó Perséfone asombrada
-Sí. Además, Dybá le enseñó el nombre de algunas constelaciones. La que más le gustaba era Pegaso-le explicó Alejandro- Pegaso  es una animal sacado de mitos, es un caballo con alas. A mi padre le gustaba porque era un caballo especial y volaba, decía que era una representación de la libertad.
-La verdad es que combina mucho con tu forma de ser- le comentó Perséfone- El caballo que no es igual al resto, que es lo que es y tiene la libertad de ir a donde quiera, sin imposibles.
-Sí, es cierto. No lo había pensado-le dijo Alejandro- A mí me gustaba porque tiene alas. Es algo increíble ¿no?-insistió al ver que Perséfone no se sorprendía- ¡Un caballo con alas! ¡Y puede volar! No como esas gallinas.
Perséfone empezó a reírse un poco y después no podía parar de reír. Tuvo que taparse la boca con las manos para que el sonido de su risa no despertase a los demás.
-Vaya, he hecho reír a Per-se sorprendió Alejandro a la vez sonreía
-Pensé que Pegaso  tenía un sentido más profundo, nada que ver con gallinas-dijo Perséfone mientras dejaba de reír. Y luego añadió:- ¿Y qué es eso de que me has hecho reír? Yo siempre río.
-Últimamente no reías-repuso Alejandro
-Pero si nunca me has visto reír-dijo Perséfone encogiéndose de hombros
-Pues por eso... ¡Mira! ¡Una estrella fugaz!-dijo rápidamente mientras señalaba el cielo y luego dijo mientras cerraba los ojos:- ¡Un deseo!
-¿Qué? Yo no la he visto-se decepcionó Perséfone
-¿Crees que se concederá a pesar de que haya pasado ya la estrella?-le preguntó Alejandro a la vez que abría un sólo ojo.
-Sí, porque estoy pidiendo yo otro-respondió Perséfone que también había cerrado los ojos.
Justo en ese instante, Ani pasó cerca de ellos a la vez que les decía “Buenas noches” con una sonrisa.
-Buenas noches- dijeron a la vez Perséfone y Alejandro, y la vieron alejarse para tumbarse junto a un carromato.
-Una chica encantadora-dijo Alejandro mientras bostezaba
-Sí, muy simpática-coincidió Perséfone secamente, a punto de dormirse.
-Pero no es tan graciosa como tú-la halagó Alejandro sonriendo levemente
-¿Me consideras graciosa?
-Sí, te lo dije antes
-Que bien…
-Ajá…
Y los dos se quedaron profundamente dormidos.



Más en la próxima entrada
Suerte, luz, fuerza y feliz día a todos.


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