viernes, 25 de julio de 2014

DYBÁ/ DAVID (extra)


¡Hola!
Aquí os dejo otro trocito de Dybá y el porqué el padre de Alejandro se atrevió a visitarle una segunda vez, la vez que hace poco os narré. Ahora que lo pienso, debí haber publicado estas historias en orden, pero no lo hice porque son  escritas poco a poco y desordenadamente en realidad.
Esta historia extra no tiene demasiadas pistas sobre Pegaso 2 pero quería compartirla con vosotros.



Dybá
Aún podía oír el sonido de la torrencial lluvia al entrar en la habitación. El fuego de la hoguera que crepitaba silenciosamente le hacía entrar en calor. Comprobó que estaba empapado. Se deshizo de su camisa y, con el pecho al descubierto, atravesó a la habitación para ir junto a los pies de su cama donde se encontraba su arcón. Estaba tan a la vista que quedaba oculto. En él estaba su ropa de pirata. Sólo tuvo tiempo de sostener su raído jubón, pues llamaron a la puerta. Se apresuró a dejarlo en el arcón, contentándose con cubrirse únicamente con su larga gabardina de cuero, sin detenerse a abrocharla. Cerró el arcón y se dirigió a la puerta. Al abrirla, se topó con el hermoso rostro de ella.
-Sólo he venido a saber cómo estabas… Te has ido muy rápido.
-Quedarme más delante de su tumba no cambiaría nada-repuso él volviéndose para andar junto a la chimenea.
Ella entró, cerrando la puerta tras de sí, y se le quedó observando. Él también la miraba. A pesar de que la lluvia la había despeinado y de que su vestido y capa estaban embarrados, su aspecto seguía pareciéndole igualmente bello. No sabía qué hacía esa mujer para atraerle tanto. Su belleza y carácter le atraían tanto como el mar.
-Sé que hubieras querido llegar antes, para poder hablar más con tu padre-le dijo ella. Encima, también sabía leer sus pensamientos.
-Déjalo, Lea. Sé que quieres… consolarme, pero no lo necesito. Estoy bien-dijo él, manteniéndose educado, tal y como requería su papel de David. Tratando de no mostrar sus emociones como le pedía Dybá.
Entonces, ella se le acercó hasta quedarse frente a él. Sintió un escalofrío recorrer su cuerpo al tenerla tan cerca. Ella, siempre había estado a su lado, de una manera u otra, aunque él a veces ni se percatara de ello. Pero… no quería dejarse arrastrar… su vida no estaba allí, sino en la mar. Ahora que su padre había muerto, nada le retenía allí, ni siquiera ser el heredero del gobernador de aquel puertucho.
Ella interrumpió sus pensamientos con la mirada y calmó su ansiedad al colocar su cálida mano sobre su mejilla.
-Te vas, ¿verdad?-dijo Lea intentando mantenerse firme, pero sus ojos vidriosos delataban sus sentimientos.
Siempre se había preguntado si ella lo sabía, si intuía su secreto y lo guardaba sin más.
-No te volveré a ver-afirmó Lea, tras evaluarle como sólo ella sabía, mientras sus dedos vagaban por su mejilla, mezclándose por su barba de tres días.
-Mi sitio… no es este-dijo él, aventurándose acercarse un poco más al rostro de ella, aunque este quedaba más bajo que el suyo. La frente de ella apenas llegaba a alcanzar su mentón.
Ella elevó la cara para mirarle y, con ayuda de la mano que aún tenía junto a la mejilla, inclinó un poco el rostro de él, lo suficiente, para poder alcanzar sus labios. Aquel beso terminó por confundir a Dybá. Parecía estar en medio de una tormenta marina, pero a la vez, sentir las calmadas olas del mar en su ser. Ante tal confusión, se separó de ella, dejando de besarla y apartándose de su mano.
-No… no sabes… no sabes nada, Lea-repuso Dybá, con la respiración agitada.
-Sólo sé…que nada de ti, nada sobre quién quieras ser o sobre lo que desees hacer, me impide quererte y estar contigo-respondió ella con emoción.
Entonces, Dybá no se lo pensó dos veces y se acercó ella, rodeándola con sus fuertes brazos y besándola tan apasionadamente como su corazón le pedía a gritos. Aquella noche la pasó junto a ella, junto a su tentador y agradable calor, sintiendo su cariño y su amor, su protección, comprendiendo que ella era su refugio. Ella era lo que quería y deseaba.

A la mañana siguiente, el sol y las gaviotas le despertaron, colándose por la ventana de su habitación. Apenas amanecía. Se giró sobre su costado, comprobando que ella seguía dulcemente dormida. Al mirarla comprendió que, por primera vez en toda su vida, se sentía aterrorizado frente a las ideas contradictorias que aparecían en su cabeza. 
Se levantó, se vistió, cogió su ropa del arcón para meterla en un saco y escribió una apresurada nota para ella. Le prometía volver… no lo sabía aún… La duda quedaba reflejaba en su nota. Sin más tardanza, salió de su habitación y su casa, apresurándose a ir al puerto. Cuando estuvo en Orión, mandó a su tripulación, oculta en las bodegas, emprender a mar abierto rápidamente.
Mientras navegaba, él se guareció en su camarote, volviendo a usar su ropa de pirata. Jubón raído de rayas, gabardina de cuero, pantalones y botas que le llagaban a las espinillas, además de la nuez que le regaló aquel tipo de la India, diciendo ser un amuleto.
Después, se sentó y, acto seguido, se echó a reír a carcajadas. Una risa fuerte, seca, nerviosa y casi demencial. Sus nervios y su confusión llegaron a ser tales que, levantándose, empezó a romper y tirar por los aires todo lo que encontraba en su enorme camarote. Botellas, mapas, brújulas, sillas, fruta, lámparas…  No le extrañó que ningún miembro de su tripulación de piratas acudiera al camarote ante tanto barullo, se habían acostumbrado a escuchar y, sobre todo, temer sus locos enfados.
Tras su ataque de histeria, con la respiración agitada, se sentó en el suelo sin aún poder creer lo que ocurría en sus pensamientos y… asquerosos sentimientos… Todo pasaba por su cabeza. Su padre gobernador queriendo que siguiera sus estúpidos pasos, él el heredero, la enfermedad de su padre que le había obligado a volver y quedarse para ayudarle a defender Rísoen, el puerto y sus nobles, la piratería, su tesoro, su fama de terrible pirata, el mar… y Lea, sólo Lea. No podía llevarla consigo, no sólo porque la vida pirata no fuera lo mejor para ella, sino porque supondrían una debilidad. Ella sería su debilidad ante los piratas que le amenazaban y no le atacaban por temor. No… Lea sería un error en aquel barco pirata, en su vida pirata, en la vida de Dybá… Entonces, ¿qué le quedaba? La respuesta a esa pregunta era lo que le volvía tan loco. Él amaba el mar y la piratería, pero también amaba a Lea. Ambas cosas no podían ser.
Estaba en un torbellino de ideas contradictorias…. Pero algo lo aclaró… Nada, nunca antes, se había interpuesto ante sus deseos. Él, el terrible pirata Dybá, hacía todo lo que quería. Todo. Ni barreras, ni marineros, ni piratas, ni opiniones, ni pensamientos… Nada era obstáculo para sus deseos.
Tomó una decisión. Una loca decisión que jamás pensó que llegaría a tomar en toda su vida. Pero esta decisión, le alivió. Sin embargo, antes debía dejar todo en su sitio, ocultando sus riquezas y agrandando su fama. Salió a cubierta y gritó a sus piratas. Les ordenó poner rumbo al sur de la península.
Primero, debía de confundirles a ellos. Todos eran enemigos, incluso los que navegaban sobre su mismo barco. Así que durante un largo tiempo, navegó por diversos mares y tierras. Todo para que ninguno de quienes que le acompañaban se percatara de que sólo tres de los muchos lugares que habían visitado, custodiaban sus querido, grande y valioso tesoro.

Pasaron meses hasta que todo lo planeado hubo concluido. Pero antes de volver a Rísoen debía de hacer última cosa. Deshacerse de sus piratas. Al principio, pensó en acabar con todos, pero eso sería demasiado llamativo y alocado, así que decidió dejarlos a su suerte. Dejó abandonados a unos cuantos en África, más tarde en Grecia y, por último, se detuvo en Portugal. Sólo le eran suficientes cuatro para navegar hasta Rísoen, a esos cuatro les esperaba un destino peor que el abandono.
Aquella noche en Portugal, procuró emborrachar en una de las cantinas cercanas al puerto a los piratas que dejaba para que no le siguieran. Sólo uno se mantuvo al margen. Uno de quien esperaba dicho comportamiento. Lo observó desde la mesa donde le rodeaban sus borrachines piratas. Aquel joven… cuantos años debía de tener… ¿unos veintitantos? Ni idea… llevaba junto a él mucho más que los demás piratas, desde que tenía unos quince años. Por ese pequeño detalle, además de por su inteligencia, le tenía algo así como… ¿aprecio? Por ello, era uno de los elegidos para ser abandonado y no… muerto en Rísoen.
Dejó de cavilar, cuando vio que se marchaba de la cantina. Se levantó y fue tras él, encontrándolo caminando por el empedrado camino que llevaba al puerto. Iba a Orión. Dybá resopló con enfado y corrió tras él. Al alcanzarlo, lo detuvo por el brazo.
-¿Qué haces, pirata?-le preguntó simplemente para hacer que dejara de caminar.
-Vuelvo a Orión, mi capitán.-le respondió con firmeza, aunque veía inseguridad en su rostro. Tras esto, el pirata siguió andando.
-¡Eh!-le gritó Dybá enfadado, haciendo que se detuviera de golpe, aun dándole la espalda. Le espetó con voz maliciosa- Vuelve aquí, ahora. No me hagas seguirte de nuevo.
El sonido de aquellas aterradoras palabras le fueron suficientes al pirata para ir de nuevo junto a su temido capitán. Pero, a pesar de conocer su maestría y fiereza, se atrevió a serle sincero.
-Sé lo que hace con los piratas… No quiero quedarme aquí. No quiero ser un abandonado más a su suerte-replicó el pirata.
Dybá rió, salpicando la fría noche de sus carcajadas.
-Siempre te he encontrado más inteligente que los demás piratas-confesó Dybá, parando de reír, aún con una sonrisa en los labios.
-Es cierto, entonces. Quiere deshacerse de la tripulación ¿Por qué?-se asombró el pirata y le recriminó:- A caso no le hemos sido lo suficientemente fieles, no hemos aguantado sus amenazas y sus maltratos sin rechistar, además de permanecer ciegos al oro que tanto nos ha costado conseguir, sin ver a penas su brillante dorado…
-¡¡Calla!!
El pirata guardo silencio asustado, creyendo haberse pasado con sus palabras. Sin embargo, se atrevió a romperlo.
-No me abandoné aquí, capitán… Siempre he estado a su lado… Gracias a usted soy pirata...
Sin que apenas pudiera verlo para apartarse, un fugaz puñetazo le golpeó en la mejilla, tirándolo al suelo de aquel camino solitario. El pirata se incorporó, llevándose la mano a la cara dolorida, mirando a los ojos fríos y duros de su temido capitán. Entonces, Dybá fue quien hablo, con voz calmada y firme.
-Tu suerte, precisamente por eso últimos detalles, será mejor que la del resto. El abandono, comparado con lo que les espera a quienes me acompañen a Rísoen, será la mejor solución para ti- después, se agachó junto a él- Escúchame atentamente, te quedarás en Portugal y esperarás un par de años a volver a verme en Rísoen. Cuando llegue ese momento, me llamarás David.
-¿Por qué he de visitarte?-preguntó, arriesgándose a su furia.
-Por sí te necesitara. Si no se diera el caso, podrás irte y no volver a verme ni… aguantarme-respondió Dybá con una media sonrisa. Después, añadió:- Podrías ser tu propio capitán ahora, quizás tener tu propio barco y tripularlo, encontrar tu propio tesoro, el cuál si puedas ver relucir cuanto gustes…  Sólo decirte algo más. No vuelvas a mí tras esa visita a Rísoen y ni mucho menos me traiciones revelando a nadie donde estoy.
No necesitaba decir las consecuencias que conllevarían su traición o faltar a su palabra. Dybá volvió a erguirse, indicando con la cabeza a su pirata que se levantara.
-Ha sido… un placer navegar contigo-le dijo Dybá- Espero que te conviertas en un gran pirata. Por ahora, vas por buen camino.
Por primera vez en aquella noche, el pirata sonrió a su capitán con camaradería.
-En fin… dicen que en Portugal hacen buenos barcos… Quizá le eche el ojo a uno-repuso el pirata con arrogancia, enfriando el ambiente.
Dybá no contesto, se contentó con mirarle y, después, echó a andar hacia el puerto, dejando a su pirata atrás. Sólo diciendo unas últimas palabras.
-Recuerda… David.
Por fin, se fue dejando a aquel obstinado pirata atrás, abandonándolo junto a los demás piratas borrachines de la cantina de la que había salido. Sólo quedaban cuatro.

Navegó hasta Rísoen, cambiando durante el camino el aspecto de las velas y banderas de su barco con ayuda de aquellos piratas. No debía de parecer un barco pirata a su llegada, sino el noble navío del hijo del gobernador fallecido. Llegó a su puerto por la noche. Antes de desembarcar, brindó con aquellos cuatro piratas, a quienes había convencido de ser tan grande su confianza en ellos que les revelaría donde ocultaba su tesoro. Tras el brindis, cayeron desplomados en el suelo. No estaban muertos sino dormidos….por ahora. 
Dybá volvió a su camarote, cambió su ropa por otra más limpia y más acorde con su posición de noble y desembarcó.  Se dirigió, sin ser visto hacia su mansión, llevando consigo el saco con todas sus pertenencias de pirata, excepto la nuez, ahora muy valiosa por su contenido, que colgaba de su cuello.
Una vez en su mansión, evitando las ovaciones y dedicaciones de sus criados al verle, fue a su habitación, encendió la chimenea y quemó en ella el contenido del saco. Observó con pesadez en el alma como todo ardía, todo ello que le hacía ser un pirata. Cuando quedó todo echo cenizas, se durmió, esperando el amanecer.
Al día siguiente, se levantó, se afeitó y acortó su melena hasta que quedara a la altura de sus orejas. Luego, saludó educadamente a sus criados y les mandó a anunciar a todo el mundo su presencia, ya para siempre, en Rísoen. Sobre todo a la familia de la señorita Leandra.
Después, se apresuró a ir al puerto y llamar la atención de la guardia. Les indicó que había visto a unos piratas entrar en su noble navío, que no se había atrevido a acercarse por temor a ser atacado.  Observó desde la lejanía cómo los guardias acudían sin tardanza al navío, capturando a los cuatro piratas a quienes, debido a dicha captura, su días estaban  a punto de terminar.
Dybá… David, volvió a su mansión con una sonrisa en el rostro, comprendiendo que todo estaba bien atado al fin con respecto a su vida de piratería. Incluso podría aún aprovecharse de algunos aspectos de esta para beneficiar su gobierno en Rísoen. Ya lo pensaría más tarde…
Al entrar en su mansión, un criado le indicó que tenía una visita en el salón. ¿Tan pronto vendrían a molestarle los nobles consejeros del gobierno de Rísoen? Sin embargo, su cuerpo templó al encontrar allí a la bella Lea. Ella no pudo ocultar una enorme sonrisa al verle, ni él tampoco. Podía ver en sus ojos su grata emoción.
-Me alegra que hayas vuelto-dijo bajando la mirada y posando sus manos, inconscientemente, sobre la barriga.
Él comprendió su comportamiento, aunque ella intentara enmascararlo torpemente, más aún cuando al rendirse volvió mirarle con una media sonrisa. Aquello, por extraño que le pareciera, no le asustó, sino que lo embargó de una extraña emoción. A pesar de querer ir corriendo a abrazarla, anduvo tranquilamente hacia ella y, cuando estuvo frente a Lea, tomó una de sus manos entre las suyas con delicadeza y besó su dorso.
-¿Te casas conmigo?-le dijo mirándola a los ojos.
Lea soltó una breve, silenciosa y nerviosa risita, tras la cual asintió. Entonces, él volvió a besarla, sintiendo esa bonita sensación que le hacía perder tanto la razón y acometer tan terribles locuras como la que acababa de hacer. Dejar de ser el pirata Dybá, para convertirse en el gobernador David.


Más en la próxima entrada
Suerte, luz, fuerza y feliz día a todos

jueves, 17 de julio de 2014

SIGO AQUÍ


¡Hola!
¿Cómo va el verano? Espero que lo estéis  pasando genial y lo estéis viviendo al máximo, ya sabéis que a veces se pasa rápido y no te das cuenta a tiempo de que estás experimentando precisamente esos momentos. No dejéis pasar esos momentos maravillosos que ocurren en las vacaciones, aunque algunos sean efímeros, pues son en esos momentos cuando uno se siente vivo y feliz.

Mi verano está siendo bonito y muy inspirador, he estado en lugares preciosos y he podido disfrutar mucho más de mi ciudad.

¿Sabéis? Hace unos días, mientras escribía sobre Dyba y las historias adicionales, recordé una canción de una película que emula un libro fantástico " La isla del tesoro" de R. L. Stevenson. La película en cuestión se llama "el planeta del tesoro" y tiene una canción principal fantástica. Aquí os la dejo:




No me la quito de la cabeza, es una buena canción. Como dice una de las frases de la película, yo también quiero que Pegaso vuele entre las estrellas.

Tengo más mini historias sobre Pegaso y que dan pistas sobre Pegaso 2: son acera de Dybá, el padre de Alejandro, de Perséfone y Alejandro (aunque esto más  bien sería medio spoiler sobre el primer libro para aquello que aún no lo hayáis leído)....   Quizá me anime a publicarlas por aquí.

¿Os gustan las que he publicado hasta ahora? ¿Os parecen aburridas? ¿O por el contrario buscáis algo más tras leerlas porque os parecen muy interesantes?

Aún no puedo decir demasiado sobre Pegaso 2, pero en cuanto pueda no tardaré en comunicároslo.

En la próxima entrada nueva histroria adicional mientras espero saber más sobre el viaje de Pegaso.
Suerte, luz, fuerza y feliz día a todos

miércoles, 9 de julio de 2014

LA ÚLTIMA VEZ (EXTRA)


¡Hola!
¿Os gustó la última historia? ¿Adivinasteis quien era su protagonista? Espero que sí, además, es clave en la segunda aventura de Pegaso.
Pues aquí os dejo otra historia adicional. Ésta rondaba por mi cabeza una y otra vez para dar respuesta a un detalle muy importante, ¿cómo Alejandro consiguió la nuez a través de su padre? La escena que narro a continuación, no dejaba de recrearse por mi imaginación, aunque no llegaba a completarla. Ahora, tras imaginar la segunda aventura de Pegaso, se ha completado de manera satisfactoria. Me encanta. 
Aquí os la dejo.

La última vez

-Señor, tiene visita-le avisó la criada desde la puerta
El hombre que yacía en la cama, levantó un poco el mentón para mirar con ojos decaídos al acompañante de la criada. Le reconoció casi al instante, a pesar de que los años ya habían pasado por el hombre que esperaba en el umbral de la puerta.
-Déjale pasar, María-le mandó, y con una sonrisa, añadió:-Es un viejo amigo del mar.
La criada asintió, haciéndose a un lado para dejarle entrar. Después, hizo una leve reverencia y se fue, cerrando la puerta tras de sí.
-Acércate tranquilo, lo que tengo no hace daño más que a mí mismo.
Esperó a que su visitante se acercara a su cama para continuar hablando. Su voz sonaba débil, pero decidida, acompañada por una descompasada respiración.
-¿Por qué has vuelto?
-Quería saber de ti, capitán, oí rumores…
-No… ya no soy tu capitán, retira esa palabra de tus frases-le casi ordenó mirándole con severidad. Luego, dijo con sorna:- Ahora soy un noble y querido gobernador.
-Entiendo
-¿Qué has hecho todos estos años?
-Encontré un buen barco-respondió el visitante con una sonrisa de orgullo, parecía haber estado deseoso de comunicar aquello a su antiguo capitán-Soy su capitán desde hace ya 8 años. Se llama Pegaso.
-¿Pegaso? ¿Otra constelación?
-Sí… un pequeño guiño para no olvidar mis buenos orígenes-dijo el visitante, haciendo un amago de señal hacia el hombre de la cama al decir las últimas palabras.
El hombre rió entre dientes, aunque pronto su risa se convirtió en una tos casi incontrolable.
-¿Se encuentra bien?-se apresuró a preguntar el visitante
-Claro-contestó con voz ronca y pidiendo con la mano que le acercase el vaso de agua que yacía sobre la mesita de noche que había junto a su cama.
El visitante se lo dio y esperó un rato a que terminase de beber para devolverlo a la mesita.
-Su criada me ha dicho su situación…
-¿Mi situación?-bufó el hombre por fin recuperado- Querrás decir mi final…
-Vamos, no diga eso, seguro saldrá de esta. Es usted el hombre más fuerte y bravo que he visto en mi vida.
-Hasta a los más fuertes les llega su hora, querido amigo…-le dijo con desgana, mirando sin ver, al parecer perdido entre sus pensamientos- ¿Sabes? Pero no me preocupa… he hecho todo lo que tenía que hacer… o más bien, lo que quería hacer-su voz seguía débil pero fresca gracias al agua, pero su respiración seguía siendo pronunciada. 
Alzó la vista para mirar por la gran ventana que había en el lado izquierdo de su habitación. Se podía ver el mar. Entonces, cerró los ojos y respiró hondo, volviendo a echar el aire con fuerza, como queriendo sentir aquello que podía ver por la ventana
-Sólo me arrepiento de una cosa. No poder morir en aquello que he querido y anhelado más que mi propia vida. Y…no, jamás, me arrepentiré de nada del pasado, pues todo lo que hice fue para que dicha vida fuese tan querida como la soñaba. Mis sueños no los viví dormido, sino despierto. Costará lo que me costara. Mi vida… o la de otro-ante esta frase miró hacia su visitante con firmeza- Sólo contigo puedo ser tan sincero, amigo mío… o más bien, pirata mío. Anhelaba decir esa palabra, “pirata”-movió los labios como si pudiera saborearla-Si en algún momento de mí desdichado final debo de ser completamente sincero, debe ser en este-suspiró y habló con más entereza que antes, aunque aún con un deje de debilidad- He hecho de todo. Lo he conseguido todo. He luchado, robado, aterrorizado, mentido, profanado, ultrajado y matado… Todo… Pero no me arrepiento, porque de ello me he servido para conseguir mi libertad y mi riqueza… sobre todo mi riqueza-y ante esta última palabra, acarició inconscientemente la nuez que colgaba de la cuerdecita que rodeaba su cuello. Tras un breve silencio, rió para sí, una vez más entre dientes, al recordar algo- ¿Sabes? Lo escribí. Ante ojos de todos yace. Realmente, sí he sido sincero, lo que ocurre es que este puñado de nobles no saben leer. ¡Debía de dejar constancia de mis hazañas! Sé que mil piratas las conocen, tendrán mi nombre en sus temerosas bocas, volviéndose a mirar a su espalda al pronunciarlo, temiendo que les escuche-sus ojos tornaron de un brillo malicioso, divirtiéndole esa idea- Pero, también las sabrán los nobles… las pueden leer cuando quieran, aunque sus ingenuas mentes no sepan lo que tienen ante sus ojos…-después, sus ojos volvieron a decaer y dirigirse con nostalgia a la ventana.- Sin embargo, lamentaré no morir en la mar, en mi querida carabela Orión. Todo buen pirata busca ese final… tú, amigo pirata, deberías buscar lo mismo. Morir en tu Pegaso…. Sí… cualquiera buscaría ese final…
-¿Dónde está Orión? Podría ayudarle a volver, ingeniar algo…
-No…-respondió, acentuándose su voz débil y recostándose sobre las almohadas que lo ayudaban a estar incorporado- La camuflé… vuelve a ser noble… La heredará mi hijo, Leonardo-después, sonrió y le miró- ¿Le has visto? Se está convirtiendo en todo un hombrecito…
-¿Será pirata?-se atrevió a preguntar el visitante
-Será lo que quiera ser y a mí me gustará lo que elija, pues sé que será feliz con aquello que desea… ¿Quién disfruta, quién se siente libre y vivo, cuando se siente obligado a hacer algo o, peor, a ser alguien que no quiere?... Si quiere ser pirata, será pirata. Quiere ser gobernador, será gobernador. Yo seré feliz con su elección-al ver la expresión de su amigo, ante la posibilidad de que no fuera pirata, dijo:- Algún día lo entenderás, cuando tengas un hijo.
-Lo tengo
-¿Ah, sí? ¿Y es pirata?
-Más o menos… Ahora no lo es…
-¿No quiere?
-Sí, le encanta ser un pirata. Piensa que es lo mejor… -respondió su amigo, con una sonrisa, pero después esta decayó al decir- Pero sólo era un crío… Lo dejé hace años.
-Pero, ¿él no quería dejarlo?
-No
Se hizo un tenso silencio entre ellos. El hombre de la cama lo observó con curiosidad, el visitante desviaba su mirada, parecía incómodo ante aquel tema, como si algo le enojara. El hombre enfermo sabía reconocer esa clase de enojo, el que nace del conflicto del querer y no poder. Su voz débil y cansada rompió tan rudo silencio.
-¿Sabes por qué deje de ser pirata?
-Siempre me lo pregunté
-Hubo algo que… digamos, algo que anhelaba y quería más que mi vida en la mar. No quería dejar de estar a su lado… Y nada ni nadie me obligó a privarme de aquello que deseaba.
Su amigo por fin se decidió a mirarle, topándose con una dura mirada. El hombre tumbado pudo observar como los pensamientos y, quizá, los sentimientos bullían en el que había sido uno de sus piratas. Luego, su amigo tragó saliva y su expresión se relajó aunque su ceño seguía fruncido, como si acabara de tomar una firme decisión u opinión importante sobre la que aún cavilaba.
-¿Sabes? Después de todo, mi final aquí no será tan malo-comentó volviendo a romper el silencio. Su amigo se limitó a sonreír, comprendiendo lo que quería decir. Cambió de tema:-¿Has conseguido buenos tesoros con ese tal Pegaso?
-Un par…-bufó tras reflexionar unos segundos, al parecer encontrando algo en lo que pensaba levemente gracioso.
-¿Oro?
-Y piedras preciosas-asintió su amigo, con una enigmática mirada.
Volvió a observar a su amigo pirata con curiosidad. Siempre se le había dado bien evaluar a las personas, incluso sus comportamientos más silenciosos. Lo adivinado le hizo reír. Pero detuvo sus carcajadas al notar que estás se tornaban de nuevo en una fuerte tos. Pidió agua otra vez para calmarla. Cuando terminó, se sintió aún más débil y cansado. Dejado el vaso en la mesita, se dedicó de nuevo a su amigo, tal y por donde lo había dejado, como si nada los hubiera interrumpido.
-Bien, un buen pirata siempre… guarda sus valiosos secretos...-dijo pudiendo por fin hablar, aunque apenas podía decir dos frases juntas sin terminar agotado, respirando fuerte. Otra vez, antes sus últimas palabras, acarició el colgante con la nuez.- Por algo se empieza… ¿Cómo se llama él?
-¿Quién?
-Tu hijo… oh, vamos,… sabes que nunca me gustó repetir algo… que es evidente….-le dijo, casi adormilado, pero no impidiéndole ser duro con su amigo ante aquella actitud que le molestaba.
-Alejandro, se llama Alejandro.
El hombre tumbado sonrió suavemente, terminando por cerrar los ojos. El pirata se acercó a él preocupado, creyendo lo peor. Se tranquilizó al comprobar que respiraba, viendo su pecho subir y bajar. 
Le costaba creer que alguien tan temido, alguien que había aterrorizado los mares, logrando, como decía, todo aquello que quería sin que nada fuera obstáculo para él, ahora estaba en su final. 
Bajó su mirada por su cuello, quedándose clavada en la nuez que colgaba de él. El pensamiento y la deducción que había aparecido en su mente al verle acariciarla en momentos claves de su conversación, volvieron a él con fuerza.  Reflexionó sólo una vez más y vaciló por un instante. Miró instintivamente la puerta, deteniéndose aún más en mirar al hombre que yacía dormido frente a él, temiendo que despertara. Aunque ¿qué más daba si lo hacía? Aquel debilucho, enfermo y viejo hombre no era el terrible pirata que había conocido. En un segundo, tiró seca y rápidamente del colgante con la nuez, arrancándoselo del cuello y metiéndosela con avidez en su bolsillo.
Volvió a mirar con un suspiro de alivio al que había sido su capitán, al comprobar que seguía dormido. Había sido un buen pirata con él, le había enseñado mucho, lo había hecho parte de su tripulación cuando sólo era un muchacho… pero más bueno y valioso debía de ser el gran tesoro que había acumulado durante sus años de cruel pirata.  Tantos viajes, tantas tierras e islas visitadas, tantos navíos abordados y hundidos… ¡había visto tanto junto a él!… y, más aún, habían robado. Sin embargo, por muy “amigo pirata” que lo considerara, sólo era uno más en su tripulación, jamás le había revelado donde ocultaba todo el tesoro. Pero algo le decía que aquella nuez que tanto había cuidado, le llevaría hasta él.
Observó que seguía desvanecido, antes de irse avisaría a la criada para que le atendiera. 
No olvidaría jamás a ese hombre y mucho menos la conversación que acababan de tener. Ni su confesión sobre el mar, ni sobre lo que había escrito… ¿de verdad había escrito acerca de sus hazañas como pirata sin que los torpes nobles de aquel puerto lo adivinaran? A veces la gente cree lo que le conviene aunque la verdad esté frente a ellos, pensó.
Tampoco olvidaría su consejo silencioso, ni la decisión que había tomado a raíz de oír sus palabras. Alejandro sería un buen pirata, él le enseñaría a ser aquello que quería ser sin que nada ni nadie se lo impidiese… ¿Y si resultase ser otro terrible pirata temido por todos? Nada ni nadie sería problema… Sí, primero se encargaría de su hijo y después, juntos, irían tras el tesoro que encontraría con ayuda de aquella nuez.
Se dirigió hacia la puerta dispuesto a marcharse, pensando en curiosear por ahí sobre algo interesante escrito por aquel enfermo “gobernador". 
Puso la mano en el pomo de la puerta para abrirla, no antes queriendo echar un último vistazo a aquel hombre que yacía moribundo en la cama, pues intuía que esta sería la última vez que vería al terrible pirata Dybá.



¿Os gustó? Para mí quedó perfecta. Me gustó indagar y poder mostrar algo más del pirata Dybá. Siempre he creído que si me decidiera a contar su historia completa, toda ella sería sangrienta, de luchas, terribles peleas y enormes tesoros. Le tengo mucho respeto, por eso, si me decidiera a escribirla, lo haría con mucho cuidado y dedicación.
Incluso lo dibujé. No soy una artista pero...me hacía ilusión.



Sé que algunos detalles de esta historia extra quedan inconclusos para vosotros, pero los comprenderéis mejor (sobre todo los pensamientos del padre de Alejandro) cuando podáis leer la segunda parte de Pegaso.

Nada más que decir, prometo más cosas interesantes en la próxima entrada.
Suerte, luz, fuerza y feliz día a todos

viernes, 4 de julio de 2014

EL ORIGEN DE PEGASO (EXTRA)

¡Hola! 
¿Sabéis esas veces que se escriben trozos de historias que finalmente no encajas en el argumento? Esas historias que se te ocurren para fundamentar el presente de la historia o algunas conexiones de la misma, pero que no terminas de narrar o no narras porque no le encuentras el hueco. 
Por ejemplo, yo para empezar a escribir Pegaso, primero me imaginé: el pasado de Dybá, el por qué son así algunos personajes o determinados hechos de la historia... Me narraba pequeñas aventuras para fundamentar bien el argumento y saber guiarme mejor por la historia principal de Perséfone y Alejandro.

Pues bien, aquí os dejo una de esas historias extra, de esas que no incluí en la aventura de Pegaso pero que sin ella tampoco sería como es.  En esta historia se narra algo muy interesante: el origen de Pegaso.


El origen de Pegaso
El barco ya estaba terminado. Su madera pulida reflejaba la luz del sol y sus blancas velas ondeaban tensamente en la dirección del viento. En el mar,  observó, se veía aún más bonito que cuando lo había visto por primera vez en aquel taller del puerto.
-Muchachos, ese es el barco-afirmó el pirata con decisión y una sonrisa en el rostro a los piratas que le seguían.-Esta noche, será nuestro.

Se fue, pero aquella noche volvió con un buen plan, basándose en toda su experiencia en la piratería y las enseñanzas que había adquirido gracias al gran pirata Dybá. Este ya había dado por zanjada la piratería, decidiéndose quedar en aquel puerto gallego de Rísoen. Él, en cambio, jamás soñaría con dejar aquella maravillosa vida de libertad. Tendría su propia tripulación, hallaría valiosos tesoros y, por supuesto, poseería aquel maravilloso barco que tanto le había cautivado. Incluso, había tomado la decisión de ir a por su pequeño hijo de seis años, de quien un par de años atrás había conocido su existencia. Un hijo… un hijo pirata… Ya se lo imaginaba, heredando sus dotes de pillería, su maestría con la espada y convirtiéndose, quizás, en otro gran pirata como Dybá y él mismo.
Tras una larga noche de escondites, pequeñas batallas con los guardias y una memorable huida, consiguió embarcarse y robar aquel fantástico navío. En seguida, en cuanto estuvo en mar abierto, ordenó a sus piratas poner rumbo a África donde aguardaría en aquella tribu hasta que hubiera pasado el peligro y no echaran de menos a esa maravilla que ahora surcaba los mares bajo su mandato. Poco a poco, fue acostumbrándose a cada parte del barco: sus cabos, su cofa, las bodegas, el camarote, el timón… Durante la travesía a África, lo llegó a conocer tan bien que incluso le pareció que aquel barco era una extensión de sí mismo, una parte más de él, una parte muy esencial que le brindaba todo aquellos sueños que anhelaba: la piratería y la libertad.

Una vez escondido en aquella tribu africana que había conocido gracias a Dybá, mejoró un poco el aspecto del barco. Cambió sus velas blancas por otras amarillas que adquirió por medio de los habitantes de la tribu, y ennegreció un poco su casco, de manera que se disfrazaba ante los ojos de quienes lo habían conocido en aquel puerto donde lo había robado. También llenó de comida y bebida sus bodegas; colocó jergones y hamacas en su planta baja y cubierta; un par de brújulas, catalejos y mapas adornaron el camarote, el cual ya estaba cómodamente amueblado con estanterías, una mesa y una cama.

Sólo le faltaba un detalle: el nombre. ¿Cómo llamaría aquel navío? Debía de ser un nombre que hiciera honor a su grandeza y a todo aquello que significaba para él: sueños, piratería y libertad.  Una noche, al mirar las estrellas tumbado sobre la hierba, el nombre apareció en su cabeza con el asomo de una sonrisa. Rápidamente, se apresuró a pintarlo en uno de los costados de su querido barco. Se llamaría Pegaso.

Al observarlo con detenimiento, una sensación de orgullo y felicidad lo embargó. Sería el capitán pirata del magnífico Pegaso. Con él surcaría los mares, tendría maravillosos tesoros, su nombre resonaría con envidia en los oídos del resto de piratas y sería temido por los odiosos marineros. Con Pegaso volaría entre las estrellas, pensó de manera poética.  Ya podía verlo, todo sería maravilloso… Y lo más importante, sería heredado. Su pequeño hijo también disfrutaría de él. Sí… su hijo, Alejandro, algún día también sería el gran capitán de Pegaso.



Y este es el origen, ¿podéis adivinar quién es el protagonista de dicha historia?  Es bueno que lo adivinéis pues es otra pista más para la segunda parte de Pegaso, de hecho, es un personaje esencial para la próxima aventura.

Más en la próxima entrada.
Suerte, luz, fuerza y feliz día a todos.