viernes, 25 de julio de 2014

DYBÁ/ DAVID (extra)


¡Hola!
Aquí os dejo otro trocito de Dybá y el porqué el padre de Alejandro se atrevió a visitarle una segunda vez, la vez que hace poco os narré. Ahora que lo pienso, debí haber publicado estas historias en orden, pero no lo hice porque son  escritas poco a poco y desordenadamente en realidad.
Esta historia extra no tiene demasiadas pistas sobre Pegaso 2 pero quería compartirla con vosotros.



Dybá
Aún podía oír el sonido de la torrencial lluvia al entrar en la habitación. El fuego de la hoguera que crepitaba silenciosamente le hacía entrar en calor. Comprobó que estaba empapado. Se deshizo de su camisa y, con el pecho al descubierto, atravesó a la habitación para ir junto a los pies de su cama donde se encontraba su arcón. Estaba tan a la vista que quedaba oculto. En él estaba su ropa de pirata. Sólo tuvo tiempo de sostener su raído jubón, pues llamaron a la puerta. Se apresuró a dejarlo en el arcón, contentándose con cubrirse únicamente con su larga gabardina de cuero, sin detenerse a abrocharla. Cerró el arcón y se dirigió a la puerta. Al abrirla, se topó con el hermoso rostro de ella.
-Sólo he venido a saber cómo estabas… Te has ido muy rápido.
-Quedarme más delante de su tumba no cambiaría nada-repuso él volviéndose para andar junto a la chimenea.
Ella entró, cerrando la puerta tras de sí, y se le quedó observando. Él también la miraba. A pesar de que la lluvia la había despeinado y de que su vestido y capa estaban embarrados, su aspecto seguía pareciéndole igualmente bello. No sabía qué hacía esa mujer para atraerle tanto. Su belleza y carácter le atraían tanto como el mar.
-Sé que hubieras querido llegar antes, para poder hablar más con tu padre-le dijo ella. Encima, también sabía leer sus pensamientos.
-Déjalo, Lea. Sé que quieres… consolarme, pero no lo necesito. Estoy bien-dijo él, manteniéndose educado, tal y como requería su papel de David. Tratando de no mostrar sus emociones como le pedía Dybá.
Entonces, ella se le acercó hasta quedarse frente a él. Sintió un escalofrío recorrer su cuerpo al tenerla tan cerca. Ella, siempre había estado a su lado, de una manera u otra, aunque él a veces ni se percatara de ello. Pero… no quería dejarse arrastrar… su vida no estaba allí, sino en la mar. Ahora que su padre había muerto, nada le retenía allí, ni siquiera ser el heredero del gobernador de aquel puertucho.
Ella interrumpió sus pensamientos con la mirada y calmó su ansiedad al colocar su cálida mano sobre su mejilla.
-Te vas, ¿verdad?-dijo Lea intentando mantenerse firme, pero sus ojos vidriosos delataban sus sentimientos.
Siempre se había preguntado si ella lo sabía, si intuía su secreto y lo guardaba sin más.
-No te volveré a ver-afirmó Lea, tras evaluarle como sólo ella sabía, mientras sus dedos vagaban por su mejilla, mezclándose por su barba de tres días.
-Mi sitio… no es este-dijo él, aventurándose acercarse un poco más al rostro de ella, aunque este quedaba más bajo que el suyo. La frente de ella apenas llegaba a alcanzar su mentón.
Ella elevó la cara para mirarle y, con ayuda de la mano que aún tenía junto a la mejilla, inclinó un poco el rostro de él, lo suficiente, para poder alcanzar sus labios. Aquel beso terminó por confundir a Dybá. Parecía estar en medio de una tormenta marina, pero a la vez, sentir las calmadas olas del mar en su ser. Ante tal confusión, se separó de ella, dejando de besarla y apartándose de su mano.
-No… no sabes… no sabes nada, Lea-repuso Dybá, con la respiración agitada.
-Sólo sé…que nada de ti, nada sobre quién quieras ser o sobre lo que desees hacer, me impide quererte y estar contigo-respondió ella con emoción.
Entonces, Dybá no se lo pensó dos veces y se acercó ella, rodeándola con sus fuertes brazos y besándola tan apasionadamente como su corazón le pedía a gritos. Aquella noche la pasó junto a ella, junto a su tentador y agradable calor, sintiendo su cariño y su amor, su protección, comprendiendo que ella era su refugio. Ella era lo que quería y deseaba.

A la mañana siguiente, el sol y las gaviotas le despertaron, colándose por la ventana de su habitación. Apenas amanecía. Se giró sobre su costado, comprobando que ella seguía dulcemente dormida. Al mirarla comprendió que, por primera vez en toda su vida, se sentía aterrorizado frente a las ideas contradictorias que aparecían en su cabeza. 
Se levantó, se vistió, cogió su ropa del arcón para meterla en un saco y escribió una apresurada nota para ella. Le prometía volver… no lo sabía aún… La duda quedaba reflejaba en su nota. Sin más tardanza, salió de su habitación y su casa, apresurándose a ir al puerto. Cuando estuvo en Orión, mandó a su tripulación, oculta en las bodegas, emprender a mar abierto rápidamente.
Mientras navegaba, él se guareció en su camarote, volviendo a usar su ropa de pirata. Jubón raído de rayas, gabardina de cuero, pantalones y botas que le llagaban a las espinillas, además de la nuez que le regaló aquel tipo de la India, diciendo ser un amuleto.
Después, se sentó y, acto seguido, se echó a reír a carcajadas. Una risa fuerte, seca, nerviosa y casi demencial. Sus nervios y su confusión llegaron a ser tales que, levantándose, empezó a romper y tirar por los aires todo lo que encontraba en su enorme camarote. Botellas, mapas, brújulas, sillas, fruta, lámparas…  No le extrañó que ningún miembro de su tripulación de piratas acudiera al camarote ante tanto barullo, se habían acostumbrado a escuchar y, sobre todo, temer sus locos enfados.
Tras su ataque de histeria, con la respiración agitada, se sentó en el suelo sin aún poder creer lo que ocurría en sus pensamientos y… asquerosos sentimientos… Todo pasaba por su cabeza. Su padre gobernador queriendo que siguiera sus estúpidos pasos, él el heredero, la enfermedad de su padre que le había obligado a volver y quedarse para ayudarle a defender Rísoen, el puerto y sus nobles, la piratería, su tesoro, su fama de terrible pirata, el mar… y Lea, sólo Lea. No podía llevarla consigo, no sólo porque la vida pirata no fuera lo mejor para ella, sino porque supondrían una debilidad. Ella sería su debilidad ante los piratas que le amenazaban y no le atacaban por temor. No… Lea sería un error en aquel barco pirata, en su vida pirata, en la vida de Dybá… Entonces, ¿qué le quedaba? La respuesta a esa pregunta era lo que le volvía tan loco. Él amaba el mar y la piratería, pero también amaba a Lea. Ambas cosas no podían ser.
Estaba en un torbellino de ideas contradictorias…. Pero algo lo aclaró… Nada, nunca antes, se había interpuesto ante sus deseos. Él, el terrible pirata Dybá, hacía todo lo que quería. Todo. Ni barreras, ni marineros, ni piratas, ni opiniones, ni pensamientos… Nada era obstáculo para sus deseos.
Tomó una decisión. Una loca decisión que jamás pensó que llegaría a tomar en toda su vida. Pero esta decisión, le alivió. Sin embargo, antes debía dejar todo en su sitio, ocultando sus riquezas y agrandando su fama. Salió a cubierta y gritó a sus piratas. Les ordenó poner rumbo al sur de la península.
Primero, debía de confundirles a ellos. Todos eran enemigos, incluso los que navegaban sobre su mismo barco. Así que durante un largo tiempo, navegó por diversos mares y tierras. Todo para que ninguno de quienes que le acompañaban se percatara de que sólo tres de los muchos lugares que habían visitado, custodiaban sus querido, grande y valioso tesoro.

Pasaron meses hasta que todo lo planeado hubo concluido. Pero antes de volver a Rísoen debía de hacer última cosa. Deshacerse de sus piratas. Al principio, pensó en acabar con todos, pero eso sería demasiado llamativo y alocado, así que decidió dejarlos a su suerte. Dejó abandonados a unos cuantos en África, más tarde en Grecia y, por último, se detuvo en Portugal. Sólo le eran suficientes cuatro para navegar hasta Rísoen, a esos cuatro les esperaba un destino peor que el abandono.
Aquella noche en Portugal, procuró emborrachar en una de las cantinas cercanas al puerto a los piratas que dejaba para que no le siguieran. Sólo uno se mantuvo al margen. Uno de quien esperaba dicho comportamiento. Lo observó desde la mesa donde le rodeaban sus borrachines piratas. Aquel joven… cuantos años debía de tener… ¿unos veintitantos? Ni idea… llevaba junto a él mucho más que los demás piratas, desde que tenía unos quince años. Por ese pequeño detalle, además de por su inteligencia, le tenía algo así como… ¿aprecio? Por ello, era uno de los elegidos para ser abandonado y no… muerto en Rísoen.
Dejó de cavilar, cuando vio que se marchaba de la cantina. Se levantó y fue tras él, encontrándolo caminando por el empedrado camino que llevaba al puerto. Iba a Orión. Dybá resopló con enfado y corrió tras él. Al alcanzarlo, lo detuvo por el brazo.
-¿Qué haces, pirata?-le preguntó simplemente para hacer que dejara de caminar.
-Vuelvo a Orión, mi capitán.-le respondió con firmeza, aunque veía inseguridad en su rostro. Tras esto, el pirata siguió andando.
-¡Eh!-le gritó Dybá enfadado, haciendo que se detuviera de golpe, aun dándole la espalda. Le espetó con voz maliciosa- Vuelve aquí, ahora. No me hagas seguirte de nuevo.
El sonido de aquellas aterradoras palabras le fueron suficientes al pirata para ir de nuevo junto a su temido capitán. Pero, a pesar de conocer su maestría y fiereza, se atrevió a serle sincero.
-Sé lo que hace con los piratas… No quiero quedarme aquí. No quiero ser un abandonado más a su suerte-replicó el pirata.
Dybá rió, salpicando la fría noche de sus carcajadas.
-Siempre te he encontrado más inteligente que los demás piratas-confesó Dybá, parando de reír, aún con una sonrisa en los labios.
-Es cierto, entonces. Quiere deshacerse de la tripulación ¿Por qué?-se asombró el pirata y le recriminó:- A caso no le hemos sido lo suficientemente fieles, no hemos aguantado sus amenazas y sus maltratos sin rechistar, además de permanecer ciegos al oro que tanto nos ha costado conseguir, sin ver a penas su brillante dorado…
-¡¡Calla!!
El pirata guardo silencio asustado, creyendo haberse pasado con sus palabras. Sin embargo, se atrevió a romperlo.
-No me abandoné aquí, capitán… Siempre he estado a su lado… Gracias a usted soy pirata...
Sin que apenas pudiera verlo para apartarse, un fugaz puñetazo le golpeó en la mejilla, tirándolo al suelo de aquel camino solitario. El pirata se incorporó, llevándose la mano a la cara dolorida, mirando a los ojos fríos y duros de su temido capitán. Entonces, Dybá fue quien hablo, con voz calmada y firme.
-Tu suerte, precisamente por eso últimos detalles, será mejor que la del resto. El abandono, comparado con lo que les espera a quienes me acompañen a Rísoen, será la mejor solución para ti- después, se agachó junto a él- Escúchame atentamente, te quedarás en Portugal y esperarás un par de años a volver a verme en Rísoen. Cuando llegue ese momento, me llamarás David.
-¿Por qué he de visitarte?-preguntó, arriesgándose a su furia.
-Por sí te necesitara. Si no se diera el caso, podrás irte y no volver a verme ni… aguantarme-respondió Dybá con una media sonrisa. Después, añadió:- Podrías ser tu propio capitán ahora, quizás tener tu propio barco y tripularlo, encontrar tu propio tesoro, el cuál si puedas ver relucir cuanto gustes…  Sólo decirte algo más. No vuelvas a mí tras esa visita a Rísoen y ni mucho menos me traiciones revelando a nadie donde estoy.
No necesitaba decir las consecuencias que conllevarían su traición o faltar a su palabra. Dybá volvió a erguirse, indicando con la cabeza a su pirata que se levantara.
-Ha sido… un placer navegar contigo-le dijo Dybá- Espero que te conviertas en un gran pirata. Por ahora, vas por buen camino.
Por primera vez en aquella noche, el pirata sonrió a su capitán con camaradería.
-En fin… dicen que en Portugal hacen buenos barcos… Quizá le eche el ojo a uno-repuso el pirata con arrogancia, enfriando el ambiente.
Dybá no contesto, se contentó con mirarle y, después, echó a andar hacia el puerto, dejando a su pirata atrás. Sólo diciendo unas últimas palabras.
-Recuerda… David.
Por fin, se fue dejando a aquel obstinado pirata atrás, abandonándolo junto a los demás piratas borrachines de la cantina de la que había salido. Sólo quedaban cuatro.

Navegó hasta Rísoen, cambiando durante el camino el aspecto de las velas y banderas de su barco con ayuda de aquellos piratas. No debía de parecer un barco pirata a su llegada, sino el noble navío del hijo del gobernador fallecido. Llegó a su puerto por la noche. Antes de desembarcar, brindó con aquellos cuatro piratas, a quienes había convencido de ser tan grande su confianza en ellos que les revelaría donde ocultaba su tesoro. Tras el brindis, cayeron desplomados en el suelo. No estaban muertos sino dormidos….por ahora. 
Dybá volvió a su camarote, cambió su ropa por otra más limpia y más acorde con su posición de noble y desembarcó.  Se dirigió, sin ser visto hacia su mansión, llevando consigo el saco con todas sus pertenencias de pirata, excepto la nuez, ahora muy valiosa por su contenido, que colgaba de su cuello.
Una vez en su mansión, evitando las ovaciones y dedicaciones de sus criados al verle, fue a su habitación, encendió la chimenea y quemó en ella el contenido del saco. Observó con pesadez en el alma como todo ardía, todo ello que le hacía ser un pirata. Cuando quedó todo echo cenizas, se durmió, esperando el amanecer.
Al día siguiente, se levantó, se afeitó y acortó su melena hasta que quedara a la altura de sus orejas. Luego, saludó educadamente a sus criados y les mandó a anunciar a todo el mundo su presencia, ya para siempre, en Rísoen. Sobre todo a la familia de la señorita Leandra.
Después, se apresuró a ir al puerto y llamar la atención de la guardia. Les indicó que había visto a unos piratas entrar en su noble navío, que no se había atrevido a acercarse por temor a ser atacado.  Observó desde la lejanía cómo los guardias acudían sin tardanza al navío, capturando a los cuatro piratas a quienes, debido a dicha captura, su días estaban  a punto de terminar.
Dybá… David, volvió a su mansión con una sonrisa en el rostro, comprendiendo que todo estaba bien atado al fin con respecto a su vida de piratería. Incluso podría aún aprovecharse de algunos aspectos de esta para beneficiar su gobierno en Rísoen. Ya lo pensaría más tarde…
Al entrar en su mansión, un criado le indicó que tenía una visita en el salón. ¿Tan pronto vendrían a molestarle los nobles consejeros del gobierno de Rísoen? Sin embargo, su cuerpo templó al encontrar allí a la bella Lea. Ella no pudo ocultar una enorme sonrisa al verle, ni él tampoco. Podía ver en sus ojos su grata emoción.
-Me alegra que hayas vuelto-dijo bajando la mirada y posando sus manos, inconscientemente, sobre la barriga.
Él comprendió su comportamiento, aunque ella intentara enmascararlo torpemente, más aún cuando al rendirse volvió mirarle con una media sonrisa. Aquello, por extraño que le pareciera, no le asustó, sino que lo embargó de una extraña emoción. A pesar de querer ir corriendo a abrazarla, anduvo tranquilamente hacia ella y, cuando estuvo frente a Lea, tomó una de sus manos entre las suyas con delicadeza y besó su dorso.
-¿Te casas conmigo?-le dijo mirándola a los ojos.
Lea soltó una breve, silenciosa y nerviosa risita, tras la cual asintió. Entonces, él volvió a besarla, sintiendo esa bonita sensación que le hacía perder tanto la razón y acometer tan terribles locuras como la que acababa de hacer. Dejar de ser el pirata Dybá, para convertirse en el gobernador David.


Más en la próxima entrada
Suerte, luz, fuerza y feliz día a todos

4 comentarios:

  1. Hola,Rocio. ¿Que consejos le darias a un nuevo escritor?Besos

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  2. Una pregunta, ¿que carrera estudias?

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  3. Siempre me encantan tus relatos. ¿Hay nuevas noticias de Pegaso 2? O algo?

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  4. ¿Cuales son tus generos preferidos de libros?Besos.Por cierto, me gustan mucho tus relatos.

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