viernes, 3 de octubre de 2014

RECORDATORIO (Capítulos del 1 al 3)


¡Hola!

Hace ya unos cuantos meses, colgué aquí los tres primeros capítulos de Pegaso como regalo. Viendo que han quedado muy atrás, que no sé crear un enlace que lleve directamente a ellos  y ante la aparición de nuevos lectores, quiero volver a exponerlos aquí.
Para quienes no hayáis podido leerlos, os dejo con los tres primeros capítulos de Pegaso.


1

LA HUÍDA

Perséfone estaba en una agradable comida en casa de sus padres. Era una reunión de familiares y amigos invitados a pasar el fin de semana en su mansión.
Vivía en Rísoen, un pueblo de Galicia muy cercano al mar. Su puerto era muy importante ya que recibía cuantiosas mercancías, tanto de ciudades españolas como de otros países. El éxito de Rísoen era debido en gran parte a las hazañas del antiguo gobernador David, quien durante sus numerosos viajes había hecho buenas alianzas con otros pueblos y ciudades.
En menos de un mes, tendría lugar en el pueblo las fiestas de San Juan donde no sólo venerarían al santo, sino que recordarían al famoso y antiguo gobernador David, quien murió hacia ya 11 años. Además, ese año las fiestas tendrían un toque especial porque Leonardo, el hijo del antiguo gobernador David, sería proclamado gobernador de Rísoen.
Los padres de Perséfone eran de los más ricos e influyentes de Rísoen, con grandes amistades, como la que mantenían con  la gobernadora regente, la madre de Leonardo. Ellos estaban planeando proponer a sus invitados quedarse en su mansión durante las fiestas de San Juan.
Sin embargo, a pesar de estar rodeada de familiares y amigos, Perséfone se sentía sola y triste. Se limitaba a observar a cada uno desde su lugar en la mesa y podía oír retazos de conversaciones. Su padre hablaba con tres de sus tíos sobre el nuevo gobernador.
-Sigo pensado que es muy joven-decía su tío Sebastián
-A mí me parece que lo hará bien, sea joven o no, siendo el hijo de quien es- decía su padre-. Además, no conoces a Leo como yo, ya sabéis que suelo tratar con él y con su familia.
A su derecha, tres de sus amigas hablaban sobre los últimos chismes. Perséfone no participaba en la conversación, apenas prestaba atención a lo que decían, simplemente se dedicaba a juguetear con la comida de su plato. No le apetecía estar allí. Hacia un tiempo que no tenía buena relación con aquellas chicas. De pequeñas habían sido grandes amigas pero al crecer se fueron separando y eso le dolía.  La distancia crecía no sólo por el tiempo, sino porque Perséfone no se comportaba igual que ellas. Debía de asistir a estúpidas fiestas donde oír largos discursos y bailar aburridamente con algún chico que acababa de conocer, todo ello con el único objetivo de encontrar marido. A Perséfone nada de eso le agradaba y casi nunca asistía a ellas. ¿Por qué iba asistir si no le gustaba? No quería ser como aquellas chicas que seguían a otras, como borregos, únicamente por encajar. ¿Para encajar debía ser diferente a ella misma? ¿Debía dejar de ser como era?
Al principio, asistía a ellas para estar con sus amigas, pero éstas apenas hablaban con ella un rato y al segundo se encontraban bailando con algún muchacho o besándose a escondidas de sus padres en el jardín.
Por eso, Perséfone perdió el interés en las fiestas y nunca iba a ninguna, a no ser que la fiesta fuera en su propia casa. Esto último, al parecer, se había convertido en una costumbre de sus padres al percatarse de que Perséfone no asistía a las fiestas a las que había sido invitada, además de que ella misma se lo había hecho saber. Así que pensaron que, si ella no iba a la fiesta, la fiesta iría a ella. Cada fin de semana organizaban una en su mansión.
Tampoco era bien visto por nadie, ni por sus padres, que Perséfone rechazase a todos los hombres elegantes, ricos y educados que iban en busca de su mano. Ella tenía una buena razón: que no los conocía, ni ellos a ella. ¿Cómo iba a saber entonces si verdaderamente querían pasar toda su vida juntos?, ¿cómo podía besar a alguien que apenas conocía y acababa de saber de su existencia en este mundo?, ¿cómo sabía que podía confiar en él? Además, estaba segura que muchos de ellos eran unos farsantes. Como por ejemplo, ese tal Marcos del que no paraba de hablar Laura, la chica que estaba sentada a su derecha, se le insinúo el fin de semana pasado ¡casi la besa! y cuando le rechazó se fue como si nada detrás de Laura. Eso le aseguró del todo que detrás de esas sonrisas y trajes elegantes se escondían seres arrogantes, falsos, egoístas, mujeriegos y que trataban a las mujeres como si fueran trapos o sellos coleccionables.
Tampoco las mujeres se quedaban atrás. Podían asegurar ser tus mejores amigas hasta el fin de los días, para luego abandonarte a la primera de cambio. Cosa que había hecho su reciente ex amiga, Belinda. Sólo porque se sinceró y le dijo que no le gustaba aquel estúpido baile que había organizado en su propia casa junto con sus padres, el primero de otros muchos en los fines de semana. Querían introducirla a la fuerza a ese mundo que tanto detestaba y su mejor amiga colaboraba en dicho objetivo. Belinda se ofendió y no le volvió a hablar, bueno, sí le hablaba el típico “Hola” ó “¿Qué tal te va?” pero ni el más mínimo acercamiento como en épocas anteriores cuando se pasaban casi todos los días juntas y mantenían verdaderas conversaciones.
Por todo ello, esta comida no estaba resultando especialmente divertida para Perséfone. No se sentía feliz, no se sentía en casa y todo eso la reconcomía por dentro con intensidad.
Giró la cabeza con pesadez y se topó con la mirada de su madre que sin pronunciar palabra, sólo moviendo los labios,  le dijo: “Come”. En ese preciso momento, su padre se levantó de la mesa y les indicó a todos que lo siguieran al jardín donde disfrutarían de música y bebida como de costumbre. Todos los invitados se pusieron en pie y lo siguieron. Perséfone se quedó atrás para intentar, una vez más, hablar con Belinda y ver si por fin conseguía hacer las paces con ella. Cuando Belinda pasó por su lado con dos chicas más, se quiso dirigir a ella pero algo la enmudeció.
-Bonita fiesta en general, Belinda-le decía una de las chicas-  Estamos deseando que hagas otra
-¿Hiciste una fiesta?-interrumpió Perséfone colocándose a su lado
-Sí, fue genial-le contestó Belinda fríamente, y añadió:- Perdona que no te invitase, pero como me dijiste que no te gustaban las fiestas, ¿no?
Belinda no se detuvo a hablar con ella sino que siguió hacia el jardín con el resto de las chicas dejándola sola en el comedor.
Perséfone sintió que la invadía la tristeza y que un dolor agudo le oprimía el pecho. Se sentía sola, muy sola. Se dirigió al jardín pero, cuando estaba a medio camino y veía en la distancia a los invitados, pensó que para qué quería estar allí. No le importaba mucho a nadie, ni siquiera a Belinda o a ninguna de sus “amigas”. Ni siquiera la echarían de menos. Entonces, empezó a retroceder y les dio la espalda para dirigirse hacia la entrada de la mansión. Salió sin que la viesen por la gran verja negra de la entrada y se ocultó, algo agitada, detrás de los setos que bordeaban los terrenos de la mansión.
Perséfone necesitaba huir, alejarse de todos y de todo, no soportaba un minuto más estar allí. Miró hacia delante y contempló la calle principal. Sin pensárselo, anduvo hacia ella. No tenía un rumbo fijo, simplemente la idea de la distancia.
Mientras andaba por la calle principal mezclándose entre la gente, miró hacia atrás y vio que uno de los guardias de su mansión la seguía. Ante esto, Perséfone caminó más deprisa con la intención de despistarlo y que la dejase tranquila. Se mezcló aún más entre la multitud y decidió abandonar la calle principal por la próxima callejuela que se le presentase.
Hacia mitad de la calle, acaecía un gran tumulto. Al parecer, un ladronzuelo había robado algún objeto de valor del museo dedicado al antiguo gobernador David, provocando un gran revuelo en el que se destacaba varios cristales rotos, antigüedades por los suelos y varios desmayos. Perséfone, que no se había dado cuenta del barullo, ocupada en despistar al guardia, atravesó a aquel torbellino de personas entre empujones, codazos y tirones de pelo. Recibió un empujón especialmente fuerte que casi la hace caer de no haberse agarrado a una pequeña cuerdecita que colgaba del cuello de alguien. Tras tortuosos intentos, logró atravesar el tumulto y, para su sorpresa, despistar al guardia.  Sin más dilación, corrió hacia una callejuela que había a la derecha y salió de la calle principal.
Mientras caminaba deprisa por la solitaria callejuela, oyó pasos a sus espaldas. Vio tras ella a un joven de pelo rizado y despeinado, vestido con un chaleco de tela desgastada y unos pantalones cortos sujetos a la cintura con una cuerda e igual de desgastados que el chaleco.
-Al parecer los dos intentamos escapar de algo-le dijo algo agitado a la vez que caminaba intentado sujetar el pergamino que llevaba en la mano con la cuerda del pantalón.
-Sí, más o menos-le contestó por educación.
Justo en ese momento, el guardia que la seguía apareció en la otra punta de la callejuela, por donde habían entrado Perséfone y el muchacho.
 -Oh, no-dijo Perséfone
-Tranquila, te ayudaré- le dijo rápidamente el muchacho mientras la agarraba velozmente de la mano y tiraba de ella hacia el otro extremo del callejón.
Ambos salieron a correr hacia el final de la callejuela, la cual desembocaba en el siempre abarrotado puerto. Perséfone siguió al muchacho sin saber muy bien por qué, quizás porque los dos huían de algo y tenía la esperanza de que él conociera un buen escondite.
Sin embargo, aquel hombre la guió hasta un barco con velas de color amarillo y madera oscurecida. Estaba algo apartado del resto de los barcos, además, en lugar de estar atracado en paralelo al muelle, lo estaba con la proa mirando hacia el gigantesco mar, como si estuviese deseoso de partir. El muchacho le soltó la mano, se metió los dedos, índice y pulgar, en la boca y chifló.
-¡Eh! ¡Bajad la escala!-gritó al barco y después, se dirigió a Perséfone:-Dentro ya no nos encontrará.
-Pegaso-leyó Perséfone en un lado del barco y luego preguntó confundida señalándolo:- Pero… ¿lo conoce?
-Claro-le confirmó dirigiéndole una mirada de confianza.
Desde la toldilla del barco cayó una escala hasta el suelo.
-Vamos-dijo el muchacho que había empezado a subir.
Perséfone miró hacia atrás un segundo, indecisa, y luego se dispuso a subir por la escala. Cuando fue agarrarse a ella se dio cuenta de que en su mano había una cuerdecita de la que colgaba una nuez, debía de haberla cogido sin querer durante el barullo de antes. Se la ató al cuello rápidamente, quizás le diera suerte, y subió por la escala.
Al llegar a la cima, el muchacho la ayudó a pasar a la toldilla del barco. Cuando sus pies tocaron el suelo del barco, el muchacho la dejó y se giró hacia los hombres que no paraban de moverse de un lado a otro de la cubierta.
-¡Deprisa, piratillas! Pongamos esta maravilla en marcha o nos cogerán-les gritó el muchacho a los hombres y después se volvió para recoger la escala
Perséfone no estaba segura de haber oído bien ¿Aquel muchacho había dicho “piratillas”? No podía creerlo. ¡Estaba en un barco pirata! ¿Pero que había hecho?





2

EL POEMA ROBADO


-Vamos, no te quedes ahí o te verá-le dijo el muchacho mientras la agarraba del brazo y la acercaba un poco más hacia donde estaba el timón:-Tranquila, ese hombre no te molestará más. Por cierto, mi nombre es Alejandro. ¿Y tú cómo te llamas?
-Perséfone-contestó algo nerviosa y aún confundida.- Mire, yo mejor me…
-¿Perséfone? ¿En serio?-preguntó Alejandro extrañado- Pobrecilla…te llamaré, Per.
-¿Qué?-se enfadó Perséfone a pesar de estar asustada- ¿Por qué? Me gusta mi nombre.
-¿Ah, sí?-siguió sorprendiéndose Alejandro
-Sí-enfadándose más. Ese tal Alejandro era muy idiota. Eso no le confirmaba que era un pirata, pero sí que era un hombre.- Es un nombre griego muy bonito. No es común. Es difícil encontrar a otra Perséfone. Al contrario que Alejandro que además es…feo
-No es cierto, porque lo llevo yo-dijo Alejandro con altivez soltando una risotada y moviendo el timón. El barco ya empezaba a moverse y alejarse poco a poco del puerto
-Pues a mí no me gusta. Por eso te llamaré…-miró a los lados en busca de inspiración y al bajar la mirada hacia su vestido dijo:-Nuez
-¿Nuez? ¿Por qué me…?-pero se cortó al mirarla- ¡Tienes mi nuez!
-¿Qué? ¡Au!- gritó Perséfone pues Alejandro le había arrancado de un tiró el colgante que se había atado al cuello.
-Por eso huías. Habías robado a alguien y ese guardia te pilló- reflexionó Alejandro y luego se indignó- ¡Me robaste!
-No-negó Perséfone- Yo solo…
-Sí, claro…- la cortó Alejandro- Excusas y mentiras, las sé todas.
-Pero si no he dicho…
-Ya, ya, ya… ¡Ocho! ¡Amarillo!
-¿Qué?-se extrañó Perséfone.
Enseguida, a su lado aparecieron dos hombres. Uno era gordo con unos enormes monóculos redondos unidos entre sí que se mantenían sobre su nariz gracias a unas cuerdecillas enlazadas a sus orejas, y el otro era un tipo vestido desde la cabeza a los pies con ropas de un destacado color amarillo.
-Llevad a esta ladrona al calabozo. Más tarde la tiraremos por la borda-ordenó Alejandro con una sonrisa.
-¡Genial! Hace mucho que no tiramos a nadie por la borda-se alegró Amarillo.
-¡Sí! Pero esta vez lo haremos algo alejado de tierra firme.-dijo Ocho- ¿Os acordáis del tipo aquel? Vaya cabezazo se dio.
Alejandro y Amarillo asintieron con pesar.
-Pero al menos salió a flote - recordó Alejandro- Bueno, ¿a qué esperáis? Lleváosla
-¡No, espera…!-empezó a decir Perséfone
Pero los hombres la cogieron por los brazos y se la llevaron entre risas a la fuerza hasta los calabozos.
Mientras tanto, Alejandro se ató la nuez al cuello y cogió el pergamino que había robado de aquel museo. El puerto ya no se veía, el barco estaba por fin en mar abierto.
-¡Marineros!-llamó Alejandro a su tripulación colocándose delante del timón para ver mejor. Como su tripulación lo miraba con mala cara, se corrigió y dijo:-¡Piratas! Lo tengo. Nuestro viaje no fue en vano.
Los piratas aplaudieron con entusiasmo, algunos silbaron y otros pegaron un buen trago de la botella que tenían en la mano.
-¡Vamos, capitán! Indícanos que rumbo tomar.-dijo uno con una gran barriga
-¡Sí! ¿Dónde está el tesoro?-gritó otro delgaducho al que le faltaban dientes
Alejandro observó el papel que tenía en la mano y comprendió que no entendía nada. En el papel sólo había letras. Él ya había supuesto que el papel contendría letras pero pensaba que también habría un mapa. Sin embargo, no había indicios de que fuera un mapa, tenía una especie de equis hacia el final del papel pero no unos pasos tras ella. Sólo había unos dibujos y letras, palabras, frases…cosa que Alejandro no entendía porque no sabía leer. Intentó disimular delante de su tripulación, pues si estos se percataban de que no tenía ni idea de cómo continuar le perderían el respeto. Entonces, tuvo una idea. Aquella chica, Per, sabía leer. Había sabido cómo se llamaba el barco. Podría decirle que ponía en el papel.
-¡Traedme a Per!-gritó Alejandro dirigiéndose especialmente a Amarillo y Ocho
-¿Quién es Per?-preguntaron a la vez. Lo mismo que el resto de la tripulación.
-¡Per! La chica-explicó Alejandro- Se llama Perséfone
-Perse… ¿Qué?-preguntó Ocho
-Vaya nombre…normal que se dedique a robar nueces-dijo Amarillo
-Bueno, pero a ella le gusta-repuso Alejandro encogiéndose de hombros- Vamos, id.
Amarillo y Ocho fueron a por Perséfone. Cuando está apareció en cubierta con cara de pocos amigos, Alejandro, acercándose ella, dijo:
-¡Per! ¡Cuánto tiempo!-la cogió por el hombro rodeándola con un brazo y continuó:- Mira, sé que antes no hemos empezado con buen pie. Pero estoy dispuesto a perdonarte el que me robaras mi nuez. Total, me la has devuelto.
-¡Nunca la robe! Fue sin querer…-trató de explicar Perséfone. No quería que la tiraran por la borda ni que su cabeza pegara contra una roca como la de aquel tipo. Pero volvió a ser interrumpida por Alejandro.
-¡Ah! ¡Sin querer! Asunto aclarado. Podemos retomar nuestra amistad-dijo felizmente Alejandro soltando su hombro- Mira, tú sabes leer, ¿verdad?
-Sí, claro.
-Bien. Lee-le dijo tendiéndole el papel
-¿Por qué no lo lees tú?... ¡No sabes leer!
-¡Lee o te tiró por la borda!-la amenazó Alejandro dándole el papel. Detrás, la tripulación hizo una ovación.
Perséfone lo miró enfadada. Sabía que aunque leyese el papel, la tirarían igualmente por simple diversión. De repente, una idea brilló en su cabeza.
-Vale, lo leeré a cambio de algo-dijo en voz alta para que la oyese también la tripulación
-¿De qué?-preguntó Alejandro
-De una promesa…una Promesa de Capitán-se inventó Perséfone y añadió:-Supongo que sabrás lo que es.
-Claro que sé lo que es una promesa
-Entonces, sabrás que las de Capitán son más valiosas que las normales. Si la cumples, demostrarás no sólo ser un verdadero capitán sino uno de los mejores.-explicó Perséfone y luego se dirigió al resto de los piratas:- Toda tripulación es más segura si sabe que su capitán cumple promesas, ¿verdad?
-¡Sí!-gritó la tripulación entusiasmada
-¡Claro! Vamos, capitán, demuestre que es capaz-gritó Amarillo
-Ya…lo sé- repuso Alejandro, aunque era la primera vez en su vida que oía algo así.
-Bien. Entonces, prométeme que, si leo esto, no me tirarás por la borda-le dijo Perséfone
-¿Qué?
-Vamos, sé un buen capitán y prométemelo. ¿Qué pensará tu tripulación de ti si no lo haces?-le dijo en voz aún más alta y con seriedad.
-¡¡Promesa!! ¡¡Promesa!!-empezaron a gritar al unísono todos los piratas, pues se dieron cuenta que si Alejandro prometía algo así es que verdaderamente era un buen capitán.
Alejandro miró a su tripulación que gritaba ilusionada y después a Perséfone, quien le tendió la mano.
-¿Promesa?-le preguntó Perséfone.
-¡Promesa!-gritó Alejandro para que lo escuchasen los piratas y dándole la mano a Perséfone.
Todos empezaron a gritar como locos y a beber cerveza. Un par de ellos se acercaron a Alejandro y lo cogieron para mantearlo mientras lo vitoreaban. Perséfone se aguantaba la risa, no podía creer que su plan hubiera dado tan buen resultado. Ocho se acercó a ella y la llevó donde estaban los demás armando barullo, cosa que ya no le hizo tanta gracia. Pero los piratas también la recibieron con alegría y le pasaban sus botellas, las cuales rechazaba con respeto.
-¡Eres el mejor, capitán!-le dijo Amarillo
-Lo sé-confirmó Alejandro alegremente-. Per, ven te presentaré a mi tripulación.
Perséfone se acercó a Alejandro quien volvió a cogerla como si fueran grandes amigos y empezó a presentarle a todos.
La tripulación se componía de diez hombres. Sus nombres eran: Amarillo, Ocho, Dragón, Pies Largos, Barriga de Oso, El Plumas, Profundo, Cacín, Cortés y Sacul.
-Que nombres tan…especiales- opinó Perséfone cuando Alejandro terminó de nombrarlos. Y luego decía que su nombre era feo.
-En fin, hice mi promesa a cambio de algo-dijo Alejandro mirándola con los brazos cruzados- Lee.
Perséfone volvió a mirar el papel que tenían en la mano y leyó: 


En Andalucía encontré la paz
Ahí nada me fue mal
Vi en ella un hogar
           

Mi siguiente viaje a Grecia fue
A la diosa de Atenas visité
Pues ella me invitó a alimentar
A sus centauros de manera singular
                 

Pero en ninguna vi nada como en mi tierra natal
Tanta es la belleza en ella y tanta la paz
Que cantas victoria a los doce vientos
Sólo por encontrarte allí.
  




Todos se quedaron en silencio tras esta lectura. Fue Perséfone quien lo rompió
-Este poema es el que escribió el gobernador David poco antes de morir. Estaba en el museo del pueblo ¿Por qué lo robaste?-le preguntó a Alejandro y luego dijo indignada:- Robas y me quisiste tirar por la borda por algo que tú también has hecho.
-No es lo mismo-dijo despacio Alejandro quien se veía pensativo con la mirada perdida- Yo robo pero no me gusta que me roben.
-Eso lo aclara todo- repuso irónicamente Perséfone- Pero, ¿por qué robas esto? Esto no tiene ningún valor, salvo el histórico y el familiar. Bueno, a lo mejor te dan algo a cambio si se lo devuelves…
-Puedes callarte, intento pensar-la cortó Alejandro algo fastidiado- Y no pienso devolver tan valioso papel.
-Entonces, ¿para qué…?
-Esto no es un poema, es…-empezó a explicar El Plumas pero se detuvo, lanzó una mirada a su capitán buscando su aprobación y, cuando éste asintió, continuó:-  Es un acertijo que lleva a un tesoro
-Concretamente, al tesoro del pirata Dybá- aclaró Profundo.
-Creo que estáis en un error-les dijo amablemente Perséfone- Esto es un poema que escribió el gobernador David pocos años antes de morir. Todo el pueblo lo sabe. En él habla de los viajes que realizó siendo joven, antes de que su padre cayera enfermo y tuviera que quedarse en Galicia sustituyendo a su padre al frente de Rísoen.
-Pero, ¿a que no sabes que hacia tu famoso gobernador durante sus viajes de jovenzuelo?-le preguntó Barriga de Oso.
-Sí. Establecer lazos con otras tierras para mejorar las mercancías del puerto-respondió Perséfone.
Tras esto, los piratas se miraron unos a otros y, segundos después, hubo un estallido de estruendosas carcajadas. No podían parar de reír, algunos hasta se tiraban al suelo sujetándose la barriga.
-Que graciosa, Per.-le dijo Alejandro con lágrimas en los ojos y sujetándose a Amarillo. Cuando logró reponerse, se limpió las lágrimas de los ojos y continuó hablándole:- ¿No lo entiendes aún? El gobernador David y el pirata Dybá son la misma persona.




3

DYBÁ Y DAVID


Perséfone sorprendida tras esa revelación, no podía dar crédito a lo que oía. El amable y querido gobernador un horrible y temido pirata.
-¿Cómo puede ser?-preguntó-Pero si todos cuenta que fue un gran gobernador.
-Sería un gran gobernador en su momento de gobernador. Pero también era un pirata, o lo fue antes de ser gobernador-le dijo Alejandro y, como Perséfone seguía igual de sorprendida, continuó:- Verás, él fue secuestrado por unos piratas cuando tenía quince años. Sí, sé que regresó sano y salvo-aclaró rápidamente antes de que Perséfone lo interrumpiera- Pero cuando volvió, se dio cuenta de que no le gustaba su aburrida vida y decidió que le gustaba más ser un pirata. ¿A qué fue con veinte años su primer viaje para “establecer lazos”?
Perséfone asintió recordando todo lo que le había enseñado su padre sobre el gobernador David. Su padre le contó que fue secuestrado con quince años pero que encontró la manera de volver gracias a unos pescadores y, más tarde, cuando tuvo los veinte años, empezó con sus hazañas. Estás eran de tal calibre que tardaba meses y meses en volver.
-Pero he visto pinturas de él en el museo y no parecía un pirata-comentó Perséfone
-Es normal. No iba  a vestir como un pirata para que lo descubrieran. Supongo que cada vez que volvía, escondía la ropa en alguna parte-le explicó Alejandro.
-¿Y cómo sabéis vosotros que David y Dybá son la misma persona?-preguntó ceñuda Perséfone.
-De hecho, creo que somos los únicos que lo sabemos-respondió Alejandro- Verás, mi padre formaba parte de su tripulación. Ingresó en ella con sólo quince años. Estuvo siempre con él y conocía su secreto. Cuando Dybá murió, mi padre tenía treinta y ocho años, aún era joven y continúo con la piratería llevándome a mí con él. Antes de morir, mi padre me dio esta nuez que le había dado Dybá y me contó su secreto. Ese poema, esconde el secreto de donde guardó el tesoro que reunió durante sus años de piratería.
-¿Y tu padre no te contó donde estaba el tesoro?- le preguntó Perséfone
-No. Dybá nunca le contó a su tripulación donde llevaba sus bolsas de oro, pero sí dejó pistas por puro placer. Mi padre me dijo que Dybá no quería que su identidad oculta quedara en el olvido, así que escribió este poema a modo de acertijo en el que decía donde estaba su tesoro. Mi padre creía que estaba en la India porque se detuvo varias veces allí, pero también lo hizo en España, África, China…Así que no se sabe seguro donde se esconde.
Perséfone volvió a leer el poema. Estaba claro que había tres lugares importantes donde ocultar el tesoro según el poema. Estaba Andalucía, Grecia y su tierra natal, que Perséfone suponía era Galicia. Pero todo era muy extraño, no había nada más a simple vista, sólo lo que había escrito en el poema que no dejaba nada en claro. Y esos dibujitos junto a cada párrafo, parecían medias lunas o algo así.
-Espera, esto lo he visto antes-dijo Perséfone
-¿Qué cosa?-preguntó Alejandro a la vez que se acercaba a ella y miraba el papel por encima de su hombro.
-Este símbolo-contestó Perséfone señalando la última luna-Lo llevas tú en el cuello.
-Ah, eso ya lo sabía. Así fue como supe que era el poema de Dybá, es lo único en todo el museo que llevaba ese símbolo.-le explicó Alejandro.
-¿Me dejas verla?-le pidió Perséfone- Tal vez esté relacionada. ¿No has dicho que perteneció a David?
-Dybá-le corrigió Alejandro. Dudó un minuto antes de darle el colgante.
Perséfone dio el papel a Alejandro y empezó a examinar la nuez de cerca. Tenía grabado en ella el mismo símbolo que el poema. La nuez era muy vieja y algo sucia.
-¡Ya sé! Tendrá algo dentro-dedujo Perséfone, pero apenas intentó abrirla, Alejandro se la quitó de las manos.
-No. Era de mi padre. No dejaré que la destroces-le dijo Alejandro enfadado
-Pero, capitán, podría contener alguna pista dentro-trató de convencerle Cacín.
-Ese viejo pirata era muy listo. Seguro que se las apañó para guardar un mapa ahí dentro-argumentó Sacul.
-Además, técnicamente no era de su padre- dijo Profundo
-¡Basta!-dijo Alejandro enfadado- Soy el capitán y yo decidiré que hacer. Volved a vuestros puestos y mantened rumbo al sur.
Alejandro se fue hacia el timón algo disgustado. Perséfone fue tras él enseguida, ella no quería estar en ese barco y menos si era de piratas.
-Me prometiste que me devolverías a casa-le dijo Perséfone a Alejandro mientras este movía el timón de nuevo.
-¿Qué? Te prometí no tirarte por la borda-aclaró Alejandro mirándola molesto.
-Pero…yo tengo que volver a mi casa. Yo no quería quedarme aquí-replicó Perséfone disgustada
-Entonces, ¿por qué subiste?-le preguntó Alejandro mosqueado, pero continuó hablando sin esperar respuesta:- De todas formas, no puedo llevarte a casa. Así que disfruta del viaje.
Perséfone quiso recriminarle pero no pudo pues estaba al borde del llanto, así que se dio la vuelta y bajó hasta la cubierta. Alejandro se quedó mirando cómo se iba y observó que se pasaba una mano por los ojos. No sabía por qué, pero algo a la altura del estómago no lo dejaba en paz.
-¡Barriga de Oso! ¡Ven aquí!-llamó Alejandro, y cuando estuvo a su lado, le dijo:-Sustitúyeme un momento.
Dejó al timón a Barriga de Oso y se fue tras Perséfone. Se había subido al castillo de proa y miraba hacia el océano apoyada en la barandilla. Cuando vio que Alejandro se acercaba, se enjuagó la cara rápidamente.
-Mira, no puedo dejarte en casa porque me cogerían.-le explicó Alejandro con pesadez mientras también se inclinaba en la barandilla- Yo no puedo volver allí. Seguramente me estarán buscando por haber robado y formado todo aquel revuelo.
-Entonces, ¿qué se supone que tengo que hacer? ¿Quedarme en este barco para siempre?-le preguntó algo contrariada.
-No-negó Alejandro quitándole importancia- Puedo dejarte en otro puerto o ciudad y tú ya volver desde allí.
Perséfone reflexionó durante un momento mientras observaba el ondear del agua y como el cielo iba poco a poco oscureciéndose. Volver a casa era lo correcto, pero bajar de ese barco para estar en un lugar lejos de ella mucho mejor.
-Estar en otro sitio estaría bien-terminó por decir Perséfone.
-Genial-dijo Alejandro sonriendo y se volvió para marcharse.
-Espera-le detuvo Perséfone- Gracias. Si quieres puedo ayudarte con ese acertijo mientras busco ese otro sitio donde quedarme.
-Eso estaría muy bien. Necesitaré leer ese acertijo varias veces- le apuntó Alejandro y luego, mirando la nuez, preguntó:- ¿De verdad piensas que puede haber algo aquí dentro?
 -Tal vez. Pertenecía a él y tiene justamente el mismo símbolo…Mira, si la abrieses por la mitad, quizás luego se podría volver a unir.
-Es que…no quiero romperla. Sé que no era de mi padre pero fue de él durante un tiempo, y es el único recuerdo que tengo de él- le contó Alejandro mientras volvía a apoyarse en la barandilla.
-Entiendo-dijo Perséfone mientras asentía con la cabeza- No te preocupes. No es seguro que haya algo dentro. Leeremos mejor ese poema por si hubiese otra cosa.
Hubo un silencio mientras observaban en el horizonte como se iba el sol lentamente para dar paso a la noche.
-Sí, pero seguro que está en la nuez. Es la única cosa existente que supiésemos que pertenecía a Dybá-le dijo Alejandro-¿Cómo podría unirse?
-Si la partes por la mitad, podrías unir las dos partes atándolas con una cuerda pequeña o algo así-le explicó Perséfone.
-Eh, es cierto-coincidió Alejandro alegremente tras pensarlo. Miró el oscurecido cielo en el que ya empezaba a aparecer las primeras estrellas- De todas formas, me arriesgaré a hacer esto mañana. Ya está anocheciendo y no veremos bien la mitad de la nuez.
-Sí, será lo mejor-opinó Perséfone
-Mucha gracias, Per. Ha sido toda una suerte encontrarte-dijo Alejandro mientras le daba una palmadita en el hombro a la vez que sonreía.- Iré a contarle mis planes a la tripulación.
Alejandro se fue, dejándola sola en el castillo de proa. Perséfone escuchó desde allí como Alejandro alentaba a la tripulación con el plan de abrir la nuez. Todos se pusieron muy contentos y el ruido de carcajadas volvió a sonar.
Cansada, se sentó con la espalda apoyada en el barco, echó la cabeza hacia atrás y, mientras miraba las estrellas, pensó en su familia. Quizás ya estarían buscándola, ó alegrándose de haberse librado de ella. ¿Belinda estaría preocupada? Seguro que no. No le preocupó demasiado el no invitarla a su estúpida fiesta. ¿Y el resto? El resto no le importaba lo que sintieran…
Pero, ¿qué estaba pensando? Estaba sola, con unos piratas, lejos de casa y con escasas posibilidades de volver a tierra. Ella es la que tenía que estar preocupada. Se echó hacia delante de golpe y miró hacia su izquierda. Sólo había unos cuantos piratas en cubierta y Alejandro, como siempre, al timón. Él le había asegurado que la dejaría en tierra, en el lugar que ella quisiera. Parecía de fiar, pero a veces era tan imprevisible, tan infantil, que no estaba segura de que pensar sobre él o de si debía confiar. Aunque parecía buena persona...
Perséfone volvió a posar la espalda contra el barco y, mientras pensaba una y otra vez en su situación, se quedó dormida.



Muchas gracias a todos por leerlo.  En las próximas entradas, el regalo continuara, pues quiero que pueda ser leído libremente y sin reparos.

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