martes, 17 de febrero de 2015

CAPITULO 18


¡Hola!
Se acerca el final de la aventura y Perséfone debe aprender de ella...


18

DE NUEVO EN EL CASTILLO DE PROA

Tal y como habían acordado, volvieron a visitar a Limber. Los miembros de la tribu se alegraron mucho de verles. Pronto trajeron comida y bebida para darles la bienvenida. 
Perséfone volvió a reunirse con sus amigas y aprovechó para darse otro baño con aquellos maravillosos aceites. Sacul también se alegró de ver a algunas de sus amigas. El Plumas, con ayuda de Pies Largos, aprovechó para coger plumas y así volver a completar su colección. Barriga de Oso, Ocho, Dragón, Amarillo y algunos hombres de la tribu fueron a pasear por el río y pescar algo. Cortés aprovechó para arreglar algunas cuerdas de su vihuela, Cacín para charlar con sus amigos y Profundo para estar en paz con la naturaleza.
Alejandro pidió a Limber más provisiones y, además, le dio un poco de oro del tesoro como agradecimiento por toda la ayuda prestada. Limber se puso muy contento.
-Gracias, Alejandro. Tú ser un gran hombre-le dijo Limber.
-Tú también, Limber.
-Tu padre estaría orgulloso de ti-lo halagó Limber.
-Vaya… -dijo Alejandro, un imprevisto nudo había aparecido en su garganta ante aquellas palabras-. Me ha gustado mucho lo que has dicho.
-Ir después por provisiones. Nosotros tampoco tener muchas-le explicó Limber-. Después mandar a mujeres a por ellas. Hay un mercado cerca de aquí, junto al puerto, donde venden muchas cosas: comida, tela, animales… Poder comprar algo con tu regalo.
-No, con mi regalo no. Ese oro es para ti. Nosotros compraremos con el nuestro-le explicó Alejandro amablemente y después preguntó:-¿Podríamos ir hoy al mercado? Porque queremos partir mañana.
-Claro. Llamaré a Diara y a algunas mujeres más.
Limber hizo saber a las mujeres que había llamado, a donde quería que fuesen. Justo en ese momento apareció Perséfone, llevaba un vestido marrón que había hecho Diara.
-¿Te has cambiado otra vez?-se sorprendió Alejandro.
-Sí-contestó Perséfone feliz-, mientras espero que se seque mi vestido. ¿Dónde vais?
-Al mercado. Yo no porque necesito dormir-explicó Alejandro lanzándole una elocuente mirada-. Sí doy un paso más me caeré al suelo.
-Pero valió la pena-le dijo Perséfone riendo-. Para la próxima no me dormiré.
-¿La próxima?-se sorprendió Alejandro pero Perséfone no  contestó.
-¿Qué querer comprar, Alejandro?-interrumpió Limber.
-Es que tendría que verlo… Espera, diré a Sacul que vaya con vosotras. Él sabe lo que quiero.
-Yo también puedo ir-propuso Perséfone.
-Muy bien. Pues Sacul y Per os acompañarán-informó Alejandro.
Perséfone y Sacul acompañaron a Diara, Naki y Zunduri al mercado. Estaba a unas cuantas horas de la tribu, pues ésta se hallaba muy escondida para mayor seguridad ante posibles ataques. El mercado estaba situado en una larga y amplia calle, los mercaderes exponían sus mercancías en tenderetes o sobre mantas. Perséfone y Sacul se detenían de vez en cuando para comprar pero también para curiosear entre los diversos objetos que se vendían
De repente, la calle empezó a estar más concurrida. Alguien había aparecido por el lado opuesto de la calle y hacia que la gente se reuniera a su alrededor. Perséfone dejó de observar una lámpara de aceite para mirar hacia el bullicio, pero como no lograba ver con tanta gente, convenció a Sacul para acercarse un poco más. Al hacerlo, reconoció al hombre que provocaba la concurrencia y se quedó boquiabierta. Parecía más viejo y su cara estaba alicaída, pero era él. Su padre estaba en África.
-Sacul, vayámonos de aquí rápido-le dijo Perséfone volviéndose rápidamente hacia él
-¿Ahora quieres irte? Pues es algo difícil, estamos rodeados de gente-le dijo Sacul quisquilloso-. Te dije que no nos acercáramos.
-Pues necesito irme ya- insistió angustiada mientras se tapaba la cara-. Ese de ahí es mi padre.
-¿Que es tu padre?-se sorprendió Sacul-. Pues viene hacia aquí.
-Oh, no. No puede verme, Sacul… Escondámonos tras ese puesto, detrás de tantas alfombras no nos verán
Perséfone y Sacul se escondieron tras unas alfombras tendidas en una cuerda ante la sorprendida mirada del anciano mercader. Perséfone observó entre dos alfombras cómo su padre pasaba ante ella en un carruaje y se sorprendió de ver también junto a él a su madre. Ella sí que estaba demacrada. El color había desaparecido de su rostro y las lágrimas resbalaban silenciosas por sus mejillas. 
Ambos, su padre y su madre, llevaban un cartel con el dibujo de la cara de Perséfone. Los guardias que los acompañaban llevaban dibujos de Alejandro. Su carruaje paró a pocos metros de donde se encontraba escondida. Uno de los guardias, habló a todos:
-Buscamos a esta joven. Su nombre es Perséfone, hija de los Marqueses de Rísoen. Hace unas semanas, uno de sus  guardias presenció cómo fue secuestrada y obligada a subir a un barco por un pirata. Si la ven por este puerto o tienen alguna noticia, por favor, no duden en comunicarlo al oficial del puerto quien nos informará. Serán recompensados por ello. Muchas gracias.
El carruaje estuvo detenido unos minutos para ver si alguien decía algo. El anciano de las alfombras vio que la muchacha secuestrada estaba en su puesto y decidió avisar al guardia. Sacul se dio cuenta y lo detuvo sujetándolo por la espalda mientras le tapaba la boca ocultándolo tras las alfombras. Perséfone no hacía otra cosa que mirar a sus padres, quienes tras los minutos de espera sin obtener respuesta, se fueron montados en el carruaje con más y más lágrimas en los ojos.
Con dificultad porque Perséfone iba tapándose la cara para que no la reconociera nadie más, Sacul y ella se fueron del mercado y volvieron a la tribu. Las mujeres a las que habían acompañado estaban algo molestas porque por un momento pensaron que los habían perdido, pero después se les pasó el enfado gracias a la simpatía de Sacul. Perséfone estaba muy triste, no quiso cenar esa noche y no pudo dormir nada.
A la mañana siguiente, los piratas decidieron volver a ponerse en marcha. Perséfone se puso de nuevo su vestido y se despidió de sus amigas de la tribu. Alejandro agradeció a Limber su hospitalidad junto a los demás piratas prometiendo regresar a visitarle pronto.

Pegaso volvía a navegar sobre el Atlántico pero, esta vez, sin rumbo fijo. La tripulación se reunió a mediodía después de comer para decidir dónde ir. Perséfone no atendía a la conversación, sólo pensaba en sus padres. Se levantó y se dirigió al castillo de proa. Miraba al mar recordando las caras de sus padres, lo tristes y mal que se veían. Ella no quería hacerles daño. No se había dado cuenta de lo que les echaba de menos hasta que los había visto ayer. ¿Cómo había sido tan estúpida? ¿Cómo había sido tan cruel con ellos? No podía verles así y no hacer nada…
-Per, ¿estás bien?
Alejandro apareció detrás de ella, interrumpiendo sus pensamientos.
-No, creo que no-respondió Perséfone algo triste bajando la mirada.
-¿Qué te pasa?-le preguntó preocupado.
-Verás…Ayer, cuando fui al mercado con Sacul, vi a mis padres-le contó Perséfone apesumbrada.
-¿A tus padres?-se sorprendió Alejandro-. ¿Qué hacían ahí?
-Me estaban buscando-respondió Perséfone mirándole-. Creen que me secuestraste.
-Bueno, eso ya lo sabíamos. En Granada lo descubrimos-le recordó Alejandro-. No pasa nada.
-Sí, sí pasa… Tú no los vistes. Estaban muy tristes, se veían muy mal-le explicó Perséfone casi llorando-.Deben de estar muy preocupados y desesperados para venir hasta África a buscarme. Ellos nunca han viajado mucho, ¿sabes?, sólo por España o Portugal. Mi padre le da pánico el mar, debe de estar tan triste y tan… no sé…desesperado, para cruzarse el océano por mí.
-Pero no estés triste por ello-la consoló Alejandro acercándose a ella y abrazándola-. Tú no tienes la culpa.
-Sí, la tengo-dijo Perséfone con lágrimas en los ojos. Luego se apartó de Alejandro y continuó:-No puedo quedarme de brazos cruzados sabiendo que sufren por mi culpa. Alejandro…tengo que volver.
-¿Cómo? Pero…
-Tengo que decirles que estoy bien. Lo que hice estuvo mal. Además, tengo que limpiar tu nombre. Te buscan y saben quién eres. Te culpan a ti.
-Me da igual que me busquen, Per- repuso Alejandro algo inquieto-. Me persiguen en muchos sitios. Soy un pirata.
-Pero esta vez saben quién eres. Tienen un dibujo tuyo. Ese guardia te vio conmigo y, esa vez, no ibas disfrazado ni te escondiste-le explicó Perséfone.
-Qué más da. No me importa, no me preocupa. De verdad-le dijo Alejandro tratando de convencerla.
-Pero a mí sí. Me importas tú y me importan mis padres-le dijo Perséfone triste, las lágrimas brotaban de sus ojos.
-Entonces…entonces, ¿quieres irte?-le preguntó Alejandro apenado.
-Tengo que hacerlo-respondió Perséfone llorando.
Alejandro endureció el rostro y bajó la mirada.
-Podrías quedarte aquí-le dijo sin mirarla.
-Entiéndeme, por favor-le pidió Perséfone.
-No, no te entiendo-la cortó Alejandro levantando la vista. Tenía los ojos brillantes:- Dijiste que no te gustaba estar con ellos, dijiste que no te gustaba estar allí, dijiste…
-Lo decía porque estaba enfadada. Pero tras este viaje, la gente que conocimos…incluso tú, me hicisteis comprender que no lo estaba, que los quería y que ser diferente en un mundo en el que todos buscan parecerse los unos a los otros no era malo, que podía ser quien yo quería ser sin aislarme ni enfadarme con los demás por no entenderme.
-Me dijiste que te quedarías conmigo-le dijo Alejandro mirándola apenado- ¿Lo recuerdas? Juntos.
-Lo sé, y querría estar contigo siempre-expresó Perséfone-. Eres la mejor persona que he conocido. Eres muy especial e importante para mí…Pero, debo irme.
-Muy bien-aceptó secamente Alejandro.
Dio la espalda a Perséfone y bajó del castillo de proa. Perséfone lo siguió.
-No te enfades, por favor.
-Claro que me enfado, Per-le dijo Alejandro deteniéndose y volviéndose para mirarla-. Teníamos…estábamos bien y ahora se ha estropeado. Tú lo has estropeado.
-No es así-negó Perséfone apenada-. Sabes que yo…
-Sí, lo es-la cortó Alejandro molesto-. Pero, me da igual. ¿Quieres irte? Pues te irás. Te dejaré en Galicia o donde sea y podrás largarte de este barco.
Alejandro volvió a darle la espalda y se fue a las bodegas. Perséfone se quedó en la cubierta, llorando, observada por los boquiabiertos piratas.
-¿Te vas?-preguntó Amarillo rompiendo el silencio.
Perséfone miró a los piratas y asintió con pesadumbre.
-¿Por qué?-preguntó Barriga de Oso-.¿Qué ha pasado?
Perséfone les explicó lo que había ocurrido en el mercado.
-Es cierto, no se veían muy bien-dijo Sacul-. No dejaban de llorar.
-Pero, tal vez se olviden con el tiempo, ¿no?-opinó Pies Largos.
-No seas tonto-le dijo Cortés-. Son sus padres. Unos padres nunca olvidan a un hijo.
-¿Cuándo te vas?-le preguntó Cacín.
-No lo sé...
Perséfone se alejó de ellos, entró en el camarote y se tumbó en la cama sin parar de llorar.
                                   
¡Pum, pum, pum!
Perséfone se despertó sobre saltada. Era de noche y no había salido en todo el día del camarote.
¡Pum, Pum, Pum!
-Vamos, Per. No puedes quedarte encerrada ahí todo el tiempo-decía la voz de Sacul-. Además, no has cenado.
-No tengo hambre-repuso Perséfone aún sentada en la cama, sin abrir la puerta.
-Seguro que sí, es muy tarde-la contradijo la voz de Pies Largos, que susurraba a los otros.
-Abre para que al menos sepamos que sigues viva y no te ha comido la cama-le dijo Dragón-. O lo que sea que habite ahí dentro, con lo desordenado que está no me extrañaría que hubiera un monstruo marino.
Perséfone se levantó y abrió la puerta. Sacul, Pies Largos y Dragón estaban frente a ella, los demás estaban sentados en el suelo de cubierta.
-Sabía que lo del monstruo funcionaría-dijo Dragón y Perséfone sonrió a medias.
-Vamos, sal que te dé el aire-insistió Sacul tirando de ella-. Ven, siéntate.
-¿Vosotros no estáis enfadados conmigo?-preguntó Perséfone.
-No-negaron todos.
-Es que el capitán te quiere mucho-le excusó Cacín.
-Nosotros también, pero él más-dijo Cortés, y después quiso aclararlo:- No es que nosotros te queramos menos. Te queremos igual, aunque de manera diferente…Tú ya me entiendes.
-Al capitán le cuesta más decirte adiós-concluyó Profundo. Con todo el lío, no había subido a la cofa.
-¿Él no ha salido de las bodegas?-preguntó Perséfone al ver que no estaba en el timón.
-Sí, para decirnos que te dejaríamos en un puerto cercano al de Rísoen y que estuviéramos pendientes del timón-le explicó El Plumas.
-No podemos dejarte exactamente en Rísoen por si reconociesen el barco-le aclaró Ocho.
-No hace falta que esté cerca. Cualquier puerto servirá-dijo Perséfone y luego, dirigiéndose a Sacul, añadió:- Ya oíste al guardia. Los oficiales de cada puerto están al tanto de la situación.
-Pero no podemos dejarte a tu suerte en cualquier puerto. Podrían usar la recompensa con malas intenciones-le explicó Sacul-. Por eso te dejaremos en Portugal, lo más cerca posible.
-De acuerdo.
Todos se quedaron en silencio un buen rato, únicamente roto por el sonido del mar y el crepitar de las llamas de las linternas. Sacul lo terminó de quebrar.
-Per.
-¿Si?
-Te vamos a echar mucho de menos-le dijo Sacul con una triste sonrisa.
Perséfone miró a todos uno a uno. La miraban alicaídos pero sonrientes.

-Yo también a vosotros.

Más en la próxima entrada.
Suerte, luz, fuerza y feliz día a todos.

lunes, 2 de febrero de 2015

CAPITULO 17



¡Hola!
Continúa la aventura, aunque ya queda menos para el final...



17

EL RENACER DORADO


-¡Per, eres la mejor!-le decía Cortés
-¡Has estado fantástica!-la halagaba Profundo.
-Me encantó como lo tiraste del caballo-le dijo El Plumas.
-Y lo que dijiste de los maestros-le recordó Amarillo contento
Los piratas rodeaban a Perséfone realmente felices y la cubrían de halagos.
-Sí, y ¿visteis como le quite la espada?-se animó Perséfone. En realidad, se sentía muy orgullosa de lo que había hecho-. ¡Eso fue genial!
Todos coincidieron en que sí lo era. Alejandro, que había estado mirando desde la toldilla como se alejaban de aquella playa, bajó para reunirse con ellos.
-Bueno, aquí falta algo-les dijo Alejandro al llegar junto a ellos.
-¿Qué falta?-preguntó Ocho.
-Pues bebida, la música de Cortés, comida… ¡Tenemos que celebrarlo!-les alentó Alejandro contento.
Los piratas asintieron felices, entre voces y empujones bajaron a las bodegas para coger comida, bebida y la vihuela. Alejandro se quedó con Perséfone, quien lo miraba con una ceja arqueada.
-¿Qué?-preguntó Alejandro al verla.
-Sólo pensaba, ¿quién necesito finalmente la ayuda de los dos?-le comentó Perséfone mientras se acercaba con las manos unidas tras la espalda.
-Muy graciosa-le dijo Alejandro sonriendo a la vez que también se acercaba, sabía que a se refería. Cuando Perséfone le pidió que le enseñase a manejar la espada, dudó sobre quien acabaría ayudando a quien-. Pero yo también ayudé…desde la lejanía.
-¿Y quién creía que no podía luchar contra aquellos piratas? Pues no sé si te diste cuenta, amigo, pero vencí a su jefe-le dijo Perséfone feliz, colocándose frente a Alejandro-. Ahora, me debería cambiar el nombre y hacerme llamar “El temor de los piratas gordos y feos”.
-No estaría mal.
-O “La Espadachina Invencible”-sugirió ella, alzando las manos e imaginándose el nombre en el aire. Alejandro se echó a reír.
-Tengo uno mejor-le dijo Alejandro parando de reír- “Amuleto”.
-¿Amuleto?- se extrañó Perséfone.
-Porque la suerte me sonrió el día en que me crucé contigo-explicó Alejandro mirándola con cariño. 
Perséfone le sonrió y, mientras se miraban a los ojos, se acercaron más aún para besarse.
-¡Ejem, ejem!
Perséfone y Alejandro separaron sus labios girando sus cabezas hacia el ruido. La tripulación los miraba muy atentos con sonrisas picaronas en sus caras.
-No os cortéis por nosotros-les dijo Sacul viendo como Alejandro y Perséfone se alejaban rápidamente el uno del otro.
-Además, ya lo sabíamos-les reveló Pies Largos quitándole importancia.
-¡Pies Largos! Os dijimos que no lo contarais-se quejó Amarillo, luego se dirigió a Perséfone y Alejandro-. Cortés, Ocho y yo os vimos la otra noche.
-Vaya…que observadores, ¿no?-señaló Alejandro.
-Yo diría cotillas-dijo Perséfone.
-Nada de cotillas-repuso Cortés-, sólo giramos la cabeza accidentalmente.
-¡Qué más da! Si ya os hemos visto todos-dijo El Plumas con una sonrisa.
Los piratas se miraron entre ellos, y tal como se habían imaginado Alejandro y Perséfone, se echaron reír a carcajadas.
-Oh, callaos-dijo Perséfone , aunque sonreía, y añadió:- Recordad que soy una buena espadachina.
-Es cierto, hay que celebrarlo- coincidió Cacín-. Pero nos alegramos de tener una “capitana”.
-¿Qué capitana?-dijo Perséfone algo sonrojada.
-Ahora tiene otro nombre, Cacín-dijo Alejandro para salvarla del aprieto-. Se llama “La Espadachina Invencible”.
Los piratas volvieron a reír a carcajadas.
-Sí, y yo he pensado en llamarme “Sacul, El Rescata Piratas”-comentó Sacul
-El Rescata Piratas con La Invencible a caballo-le dijo Perséfone mostrándole animada una mano para que chocara.
-¡Sí! Somos los mejores-dijo Sacul chocándole la mano a Perséfone.
-Teníamos la situación controlada-bromeó El Plumas.
-¿No estábamos preparando una fiesta? ¡Celebremos que tenemos el tesoro de Dybá!-dijo Alejandro dando una palmada.
-¡Sí!
Esa noche fue de las más disfrutadas y recordadas de todas las vividas en la cubierta de Pegaso. Todos se divirtieron muchísimo bromeando, charlando, comiendo y bebiendo. Algunos se tiraron al agua y otros tiraban agua a los demás con ayuda de un cubo, empapándolos completamente. La canción del pirata fue cantada más de diez veces y Cortés tocó animosas canciones que fueron bailadas con diversión.
Estaban realmente felices, no sólo por haber encontrado el tesoro de Dybá ni por la hazaña de Perséfone, sino por celebrar juntos, una vez más, sus noches piratas.

Al día siguiente continuaron con sus rutinas en las tareas del barco, unos limpiando la cubierta, otros los cañones, otros con las velas y cabos, otros en la bodegas y Profundo en la cofa del vigía. Hacia la tarde, después de comer y jugar a las cartas, decidieron dirigirse de nuevo en la tribu de Limber, pues aquellos horribles piratas habían destrozado parte de la bodega y tirado gran parte de sus provisiones. 
Por la noche, Perséfone subió a la toldilla donde encontró a Alejandro tumbado en el suelo mirando las estrellas.
-Hola-lo saludó Perséfone algo cortada.
-Hola-le dijo Alejandro también nervioso al verla mientras Perséfone se tumbaba a su lado.
-¿Qué haces?-le preguntó Perséfone.
-Pensar que hacer-respondió Alejandro-. Llevo tanto tiempo tras el tesoro de Dybá que ahora que lo tengo no sé qué hacer.
-Hay más cosas de las que disfrutar-repuso Perséfone-. Podemos visitar tierras desconocidas, ir al nuevo mundo, desentrañar nuevas leyendas sobre antiguos tesoros, surcar todos los mares, encontrar una isla aún no encontrada por nadie…
-Todo suena muy bien-reconoció Alejandro-, suena a aventura.
 -Sí, lo pasaremos bien-le dijo Perséfone.
-¿Pasaremos?-le preguntó Alejandro mirándola.
-Claro, juntos-respondió Perséfone sonriéndole a la vez que se acercaba más a él.
Alejandro también le sonrió y le dio la mano. Juntos miraban el cielo estrellado en silencio.
-¿Sabes que me gustaría?-dijo Perséfone mirando las estrellas.
-¿Qué?
-Es algo que siempre he querido hacer pero nunca he tenido la ocasión…Es ver amanecer-le contó Perséfone
-¿Ver amanecer?-se sorprendió Alejandro.
-Sí, sería bonito. ¿Y sabes? Es más bonito si lo ves acompañado-comentó Perséfone mirándole.
-¿Quieres que me quede toda la noche despierto para ver amanecer?
-Sí, vamos, será divertido-le animó Perséfone.
-Vale, si tú quieres…
Alejandro y Perséfone pasaron parte de la noche hablando sobre nuevas aventuras intentando no dormirse mientras esperaban el amanecer.
-Si continuo tumbada me voy a dormir-dijo Perséfone levantándose-¿Cuánto falta para que amanezca?
-No lo sé, tal vez lo sepa Profundo-respondió Alejandro que también se había puesto de pie-. Ni si quiera sé por dónde saldrá, quizás estemos mirando hacia el lado equivocado.
-¿Nunca has visto amanecer? Si llevas navegando mucho tiempo, ¿no?
-Eso no significa que tenga que ver amanecer. Nunca lo había tenido en cuenta…-repuso Alejandro encogiéndose de hombros y después sugirió:- Tengo una idea. Subamos a la cofa para ver mejor y de camino preguntaremos a Profundo si falta mucho para el amanecer.
-Vale.
Alejandro y Perséfone se dirigieron hacia el mástil central, en cubierta sólo quedaban Pies Largos, Amarillo y Ocho que jugaban a las cartas. Subieron por los obenques hasta la cofa donde aún estaba Profundo.
-¿Qué hacéis aquí?-se sorprendió Profundo al verles allí arriba con él.
-Que alto es esto-comentó Perséfone cansada de trepar.
-Queríamos ver amanecer ¿Sabes si falta mucho?- le preguntó Alejandro.
-Sí, aún falta un rato-respondió Profundo-. Fijaos en la luna. Cuando empiece a caer sobre el horizonte significará que el sol estará a punto de aparecer.
-Entonces falta mucho-dijo Alejandro viendo que la luna aún estaba muy alta.
-Vale la pena la espera, ver amanecer es muy bonito-comentó Profundo-. Aunque yo esta vez no esperaré, tengo mucho sueño. Hasta luego.
Y Profundo se fue por el hueco de la cofa, dejándolos solos.
-¡Qué bien se ve todo desde aquí! Y el ruido del mar es tan tranquilizador-dijo Perséfone mirando el océano con las manos apoyadas la baranda de la cofa.
-Sí, por eso le encantará tanto a Profundo-dijo Alejandro sentándose.
-Si te sientas te dormirás-le avisó Perséfone volviéndose para mirarle.
-No… ¿y por qué te sientas tú?-le preguntó Alejandro viendo que se sentaba a su lado.
-Porque quiero. Además, he pensado que podríamos echar un pulso-le sugirió Perséfone.
-¿Un pulso?
-Sí, pero uno que me enseñó Ana de Granada. Mira, nos damos las manos como si fuésemos a saludarnos-les explicó Perséfone dándole la mano-, y se levantan los pulgares. Gana quien aplaste con su pulgar, el pulgar del otro. ¿Lo has entendido?
-Sí-asintió Alejandro.
-Bien. Al mejor de tres. Empecemos ya… ¡Gané!-dijo Perséfone feliz al aplastar el pulgar de Alejandro con el suyo.
-¡Eh! Eso no cuenta, estaba distraído.
-Claro…
-Es cierto.
-Ya…
-Esta vez te gano.
Estuvieron un buen rato jugando con los pulgares entre risas. Casi siempre ganaba Perséfone. Alejandro a veces hacia trampa y se ayudaba del índice o de la otra mano para atrapar el pulgar.
-Eso no vale-se quejó Perséfone riendo, tirando para sí de la mano que tenía cogida.
-Tú no dijiste nada de los demás dedos-le recordó Alejandro sonriendo.
-Pues lo digo ahora...La luna ya no está-comentó Perséfone mirando hacia arriba.
Alejandro se levantó para ver mejor y comprobó que la luna seguía en el cielo, sólo que había empezado a bajar.
-Sólo ha bajado un poco-le comunicó Alejandro volviéndose a sentar junto a ella Viendo que Perséfone se pasaba las manos por los brazos, preguntó:-¿Tienes frío?
-¿Tú no?-le preguntó Perséfone mirando su chaleco.
-No, estoy acostumbrado.
Se quedaron un momento callados. Alejandro se acercó un poco más a Perséfone con la intención de rodearla con el brazo para darle calor, pero dudó. Estaba algo cohibido. Anteriormente le había pasado el brazo por el hombro sin problemas, sin vergüenza ni timidez. Pero es que antes no tenía importancia y ahora tenía otro significado, un significado más cariñoso. Perséfone lo miró con una sonrisa y se acercó un poco más a él, como animándole. Alejandro también sonrió y, con cuidado, le pasó el brazo por encima para abrazarla.
-Tengo un nuevo juego-dijo Alejandro-. Quién no se duerma gana.
-Vale-dijo Perséfone echando su cabeza en el hombro de Alejandro a la vez que bostezaba.
-Vas perdiendo.
Perséfone se echó a reír.
Después de unas horas, Alejandro se levantó, dejando con cuidado a Perséfone en el suelo. Se había quedado dormida. Alejandro observó que la luna se hallaba muy baja y detectó un brillo en el horizonte. Se volvió hacia Perséfone para despertarla.
-Per, despierta. Está a punto de amanecer-le dijo inclinándose junto a ella.
-¿Qué?-dijo abriendo los ojos e incorporándose de golpe.
-Sí. Y por cierto, has perdido-le contó Alejandro.
-No estaba dormida…Fingía dormir.
-Pues finges realmente bien, con ronquidos y todo.
-Yo no ronco-negó Perséfone poniéndose de pie-
-Sí, sí, sí…
-Mira, ya amanece-dijo Perséfone mirando ilusionada hacia el brillo de luz que cada vez era más grande.
Observaron maravillados como el sol salía sobre el horizonte. La luz hacia que el oscuro cielo se volviera dorado. El sol parecía un enorme pájaro envuelto en llamas que se esforzaba por salir a la superficie de nubes anaranjadas. Su luz se reflejaba sobre las ondeadas aguas del mar, que brillaban como el oro. Poco a poco las estrellas fueron apagándose ante la imponente luz solar. La luna fue palideciendo hasta volverse transparente y desaparecer del cielo. Lo que era media esfera de luz, fue haciéndose un completo y perfecto círculo amarillo. El cielo ya no era dorado, sino celeste, un celeste que se iba haciendo más fuerte conforme el sol subía por encima de las alargadas, y ya, blancas nubes.
Alejandro y Perséfone observaban boquiabiertos el maravilloso espectáculo que el astro rey les ofrecía. Después se miraron entre ellos, se sonrieron felices y se besaron.
-Sí que valió la pena-dijo Alejandro.
-Así es.


Más en la próxima entrada
Suerte, luz, fuerza y feliz día a todos.

domingo, 1 de febrero de 2015

CARTAS DE AMOR


¡Hola!

¿Habéis intentado alguna vez hacer una carta de amor? Es de lo más difícil que he escrito en mi vida. Intentadlo, y comprobaréis a que me refiero.

Una cosa es hacer una escena de amor. Es mucho más sencillo. Una mirada, un abrazo, un beso, unas palabras... Es fácil hacer ver al lector que estás narrando, qué debe sentir. Todos hemos pasado por experiencias parecidas y al leer alguna comprendemos qué sentir. Lo que se siente con esa mirada, lo que se siente con esa canción especial, lo que se siente con ese primer beso...

Pero escribir una carta de amor es completamente diferente. En una carta de amor no describes gestos, tratas de describir sentimientos. Quieres hacer saber qué sentiste pero... ¿cómo describir ese sentimiento? Es difícil, pensadlo. "Te quiero" es más que eso...

Ahora es cuando valoro muchísimo más a esos grandes escritores que supieron plasmarlo, transmitirlo: Gustavo Adolfo Bécquer, Shakespeare, Neruda....

Al comprender la dificultad de describir el amor, recordé una escena del libro "El temor de un hombre sabio". En ella, al protagonista (Kvothe) le dicen que no todo se puede explicar, como el color azul, y entonces le piden que trate de describirlo pero... no puede.
Pues así me sentí por un largo momento, como Kvothe ante el color azul, incapaz de saber describirlo.

Quizás para algunos de vosotros sea sencillo escribir una bonita carta de amor y describir lo que sentís. Supongo que depende de la persona, no sé...

¿Qué opinión tenéis al respecto?¿Es sencillo escribir cartas de amor?

Más en la próxima entrada. El siguiente capítulo (17) de Pegaso.
Suerte, luz, fuerza y feliz día a todos.