martes, 17 de febrero de 2015

CAPITULO 18


¡Hola!
Se acerca el final de la aventura y Perséfone debe aprender de ella...


18

DE NUEVO EN EL CASTILLO DE PROA

Tal y como habían acordado, volvieron a visitar a Limber. Los miembros de la tribu se alegraron mucho de verles. Pronto trajeron comida y bebida para darles la bienvenida. 
Perséfone volvió a reunirse con sus amigas y aprovechó para darse otro baño con aquellos maravillosos aceites. Sacul también se alegró de ver a algunas de sus amigas. El Plumas, con ayuda de Pies Largos, aprovechó para coger plumas y así volver a completar su colección. Barriga de Oso, Ocho, Dragón, Amarillo y algunos hombres de la tribu fueron a pasear por el río y pescar algo. Cortés aprovechó para arreglar algunas cuerdas de su vihuela, Cacín para charlar con sus amigos y Profundo para estar en paz con la naturaleza.
Alejandro pidió a Limber más provisiones y, además, le dio un poco de oro del tesoro como agradecimiento por toda la ayuda prestada. Limber se puso muy contento.
-Gracias, Alejandro. Tú ser un gran hombre-le dijo Limber.
-Tú también, Limber.
-Tu padre estaría orgulloso de ti-lo halagó Limber.
-Vaya… -dijo Alejandro, un imprevisto nudo había aparecido en su garganta ante aquellas palabras-. Me ha gustado mucho lo que has dicho.
-Ir después por provisiones. Nosotros tampoco tener muchas-le explicó Limber-. Después mandar a mujeres a por ellas. Hay un mercado cerca de aquí, junto al puerto, donde venden muchas cosas: comida, tela, animales… Poder comprar algo con tu regalo.
-No, con mi regalo no. Ese oro es para ti. Nosotros compraremos con el nuestro-le explicó Alejandro amablemente y después preguntó:-¿Podríamos ir hoy al mercado? Porque queremos partir mañana.
-Claro. Llamaré a Diara y a algunas mujeres más.
Limber hizo saber a las mujeres que había llamado, a donde quería que fuesen. Justo en ese momento apareció Perséfone, llevaba un vestido marrón que había hecho Diara.
-¿Te has cambiado otra vez?-se sorprendió Alejandro.
-Sí-contestó Perséfone feliz-, mientras espero que se seque mi vestido. ¿Dónde vais?
-Al mercado. Yo no porque necesito dormir-explicó Alejandro lanzándole una elocuente mirada-. Sí doy un paso más me caeré al suelo.
-Pero valió la pena-le dijo Perséfone riendo-. Para la próxima no me dormiré.
-¿La próxima?-se sorprendió Alejandro pero Perséfone no  contestó.
-¿Qué querer comprar, Alejandro?-interrumpió Limber.
-Es que tendría que verlo… Espera, diré a Sacul que vaya con vosotras. Él sabe lo que quiero.
-Yo también puedo ir-propuso Perséfone.
-Muy bien. Pues Sacul y Per os acompañarán-informó Alejandro.
Perséfone y Sacul acompañaron a Diara, Naki y Zunduri al mercado. Estaba a unas cuantas horas de la tribu, pues ésta se hallaba muy escondida para mayor seguridad ante posibles ataques. El mercado estaba situado en una larga y amplia calle, los mercaderes exponían sus mercancías en tenderetes o sobre mantas. Perséfone y Sacul se detenían de vez en cuando para comprar pero también para curiosear entre los diversos objetos que se vendían
De repente, la calle empezó a estar más concurrida. Alguien había aparecido por el lado opuesto de la calle y hacia que la gente se reuniera a su alrededor. Perséfone dejó de observar una lámpara de aceite para mirar hacia el bullicio, pero como no lograba ver con tanta gente, convenció a Sacul para acercarse un poco más. Al hacerlo, reconoció al hombre que provocaba la concurrencia y se quedó boquiabierta. Parecía más viejo y su cara estaba alicaída, pero era él. Su padre estaba en África.
-Sacul, vayámonos de aquí rápido-le dijo Perséfone volviéndose rápidamente hacia él
-¿Ahora quieres irte? Pues es algo difícil, estamos rodeados de gente-le dijo Sacul quisquilloso-. Te dije que no nos acercáramos.
-Pues necesito irme ya- insistió angustiada mientras se tapaba la cara-. Ese de ahí es mi padre.
-¿Que es tu padre?-se sorprendió Sacul-. Pues viene hacia aquí.
-Oh, no. No puede verme, Sacul… Escondámonos tras ese puesto, detrás de tantas alfombras no nos verán
Perséfone y Sacul se escondieron tras unas alfombras tendidas en una cuerda ante la sorprendida mirada del anciano mercader. Perséfone observó entre dos alfombras cómo su padre pasaba ante ella en un carruaje y se sorprendió de ver también junto a él a su madre. Ella sí que estaba demacrada. El color había desaparecido de su rostro y las lágrimas resbalaban silenciosas por sus mejillas. 
Ambos, su padre y su madre, llevaban un cartel con el dibujo de la cara de Perséfone. Los guardias que los acompañaban llevaban dibujos de Alejandro. Su carruaje paró a pocos metros de donde se encontraba escondida. Uno de los guardias, habló a todos:
-Buscamos a esta joven. Su nombre es Perséfone, hija de los Marqueses de Rísoen. Hace unas semanas, uno de sus  guardias presenció cómo fue secuestrada y obligada a subir a un barco por un pirata. Si la ven por este puerto o tienen alguna noticia, por favor, no duden en comunicarlo al oficial del puerto quien nos informará. Serán recompensados por ello. Muchas gracias.
El carruaje estuvo detenido unos minutos para ver si alguien decía algo. El anciano de las alfombras vio que la muchacha secuestrada estaba en su puesto y decidió avisar al guardia. Sacul se dio cuenta y lo detuvo sujetándolo por la espalda mientras le tapaba la boca ocultándolo tras las alfombras. Perséfone no hacía otra cosa que mirar a sus padres, quienes tras los minutos de espera sin obtener respuesta, se fueron montados en el carruaje con más y más lágrimas en los ojos.
Con dificultad porque Perséfone iba tapándose la cara para que no la reconociera nadie más, Sacul y ella se fueron del mercado y volvieron a la tribu. Las mujeres a las que habían acompañado estaban algo molestas porque por un momento pensaron que los habían perdido, pero después se les pasó el enfado gracias a la simpatía de Sacul. Perséfone estaba muy triste, no quiso cenar esa noche y no pudo dormir nada.
A la mañana siguiente, los piratas decidieron volver a ponerse en marcha. Perséfone se puso de nuevo su vestido y se despidió de sus amigas de la tribu. Alejandro agradeció a Limber su hospitalidad junto a los demás piratas prometiendo regresar a visitarle pronto.

Pegaso volvía a navegar sobre el Atlántico pero, esta vez, sin rumbo fijo. La tripulación se reunió a mediodía después de comer para decidir dónde ir. Perséfone no atendía a la conversación, sólo pensaba en sus padres. Se levantó y se dirigió al castillo de proa. Miraba al mar recordando las caras de sus padres, lo tristes y mal que se veían. Ella no quería hacerles daño. No se había dado cuenta de lo que les echaba de menos hasta que los había visto ayer. ¿Cómo había sido tan estúpida? ¿Cómo había sido tan cruel con ellos? No podía verles así y no hacer nada…
-Per, ¿estás bien?
Alejandro apareció detrás de ella, interrumpiendo sus pensamientos.
-No, creo que no-respondió Perséfone algo triste bajando la mirada.
-¿Qué te pasa?-le preguntó preocupado.
-Verás…Ayer, cuando fui al mercado con Sacul, vi a mis padres-le contó Perséfone apesumbrada.
-¿A tus padres?-se sorprendió Alejandro-. ¿Qué hacían ahí?
-Me estaban buscando-respondió Perséfone mirándole-. Creen que me secuestraste.
-Bueno, eso ya lo sabíamos. En Granada lo descubrimos-le recordó Alejandro-. No pasa nada.
-Sí, sí pasa… Tú no los vistes. Estaban muy tristes, se veían muy mal-le explicó Perséfone casi llorando-.Deben de estar muy preocupados y desesperados para venir hasta África a buscarme. Ellos nunca han viajado mucho, ¿sabes?, sólo por España o Portugal. Mi padre le da pánico el mar, debe de estar tan triste y tan… no sé…desesperado, para cruzarse el océano por mí.
-Pero no estés triste por ello-la consoló Alejandro acercándose a ella y abrazándola-. Tú no tienes la culpa.
-Sí, la tengo-dijo Perséfone con lágrimas en los ojos. Luego se apartó de Alejandro y continuó:-No puedo quedarme de brazos cruzados sabiendo que sufren por mi culpa. Alejandro…tengo que volver.
-¿Cómo? Pero…
-Tengo que decirles que estoy bien. Lo que hice estuvo mal. Además, tengo que limpiar tu nombre. Te buscan y saben quién eres. Te culpan a ti.
-Me da igual que me busquen, Per- repuso Alejandro algo inquieto-. Me persiguen en muchos sitios. Soy un pirata.
-Pero esta vez saben quién eres. Tienen un dibujo tuyo. Ese guardia te vio conmigo y, esa vez, no ibas disfrazado ni te escondiste-le explicó Perséfone.
-Qué más da. No me importa, no me preocupa. De verdad-le dijo Alejandro tratando de convencerla.
-Pero a mí sí. Me importas tú y me importan mis padres-le dijo Perséfone triste, las lágrimas brotaban de sus ojos.
-Entonces…entonces, ¿quieres irte?-le preguntó Alejandro apenado.
-Tengo que hacerlo-respondió Perséfone llorando.
Alejandro endureció el rostro y bajó la mirada.
-Podrías quedarte aquí-le dijo sin mirarla.
-Entiéndeme, por favor-le pidió Perséfone.
-No, no te entiendo-la cortó Alejandro levantando la vista. Tenía los ojos brillantes:- Dijiste que no te gustaba estar con ellos, dijiste que no te gustaba estar allí, dijiste…
-Lo decía porque estaba enfadada. Pero tras este viaje, la gente que conocimos…incluso tú, me hicisteis comprender que no lo estaba, que los quería y que ser diferente en un mundo en el que todos buscan parecerse los unos a los otros no era malo, que podía ser quien yo quería ser sin aislarme ni enfadarme con los demás por no entenderme.
-Me dijiste que te quedarías conmigo-le dijo Alejandro mirándola apenado- ¿Lo recuerdas? Juntos.
-Lo sé, y querría estar contigo siempre-expresó Perséfone-. Eres la mejor persona que he conocido. Eres muy especial e importante para mí…Pero, debo irme.
-Muy bien-aceptó secamente Alejandro.
Dio la espalda a Perséfone y bajó del castillo de proa. Perséfone lo siguió.
-No te enfades, por favor.
-Claro que me enfado, Per-le dijo Alejandro deteniéndose y volviéndose para mirarla-. Teníamos…estábamos bien y ahora se ha estropeado. Tú lo has estropeado.
-No es así-negó Perséfone apenada-. Sabes que yo…
-Sí, lo es-la cortó Alejandro molesto-. Pero, me da igual. ¿Quieres irte? Pues te irás. Te dejaré en Galicia o donde sea y podrás largarte de este barco.
Alejandro volvió a darle la espalda y se fue a las bodegas. Perséfone se quedó en la cubierta, llorando, observada por los boquiabiertos piratas.
-¿Te vas?-preguntó Amarillo rompiendo el silencio.
Perséfone miró a los piratas y asintió con pesadumbre.
-¿Por qué?-preguntó Barriga de Oso-.¿Qué ha pasado?
Perséfone les explicó lo que había ocurrido en el mercado.
-Es cierto, no se veían muy bien-dijo Sacul-. No dejaban de llorar.
-Pero, tal vez se olviden con el tiempo, ¿no?-opinó Pies Largos.
-No seas tonto-le dijo Cortés-. Son sus padres. Unos padres nunca olvidan a un hijo.
-¿Cuándo te vas?-le preguntó Cacín.
-No lo sé...
Perséfone se alejó de ellos, entró en el camarote y se tumbó en la cama sin parar de llorar.
                                   
¡Pum, pum, pum!
Perséfone se despertó sobre saltada. Era de noche y no había salido en todo el día del camarote.
¡Pum, Pum, Pum!
-Vamos, Per. No puedes quedarte encerrada ahí todo el tiempo-decía la voz de Sacul-. Además, no has cenado.
-No tengo hambre-repuso Perséfone aún sentada en la cama, sin abrir la puerta.
-Seguro que sí, es muy tarde-la contradijo la voz de Pies Largos, que susurraba a los otros.
-Abre para que al menos sepamos que sigues viva y no te ha comido la cama-le dijo Dragón-. O lo que sea que habite ahí dentro, con lo desordenado que está no me extrañaría que hubiera un monstruo marino.
Perséfone se levantó y abrió la puerta. Sacul, Pies Largos y Dragón estaban frente a ella, los demás estaban sentados en el suelo de cubierta.
-Sabía que lo del monstruo funcionaría-dijo Dragón y Perséfone sonrió a medias.
-Vamos, sal que te dé el aire-insistió Sacul tirando de ella-. Ven, siéntate.
-¿Vosotros no estáis enfadados conmigo?-preguntó Perséfone.
-No-negaron todos.
-Es que el capitán te quiere mucho-le excusó Cacín.
-Nosotros también, pero él más-dijo Cortés, y después quiso aclararlo:- No es que nosotros te queramos menos. Te queremos igual, aunque de manera diferente…Tú ya me entiendes.
-Al capitán le cuesta más decirte adiós-concluyó Profundo. Con todo el lío, no había subido a la cofa.
-¿Él no ha salido de las bodegas?-preguntó Perséfone al ver que no estaba en el timón.
-Sí, para decirnos que te dejaríamos en un puerto cercano al de Rísoen y que estuviéramos pendientes del timón-le explicó El Plumas.
-No podemos dejarte exactamente en Rísoen por si reconociesen el barco-le aclaró Ocho.
-No hace falta que esté cerca. Cualquier puerto servirá-dijo Perséfone y luego, dirigiéndose a Sacul, añadió:- Ya oíste al guardia. Los oficiales de cada puerto están al tanto de la situación.
-Pero no podemos dejarte a tu suerte en cualquier puerto. Podrían usar la recompensa con malas intenciones-le explicó Sacul-. Por eso te dejaremos en Portugal, lo más cerca posible.
-De acuerdo.
Todos se quedaron en silencio un buen rato, únicamente roto por el sonido del mar y el crepitar de las llamas de las linternas. Sacul lo terminó de quebrar.
-Per.
-¿Si?
-Te vamos a echar mucho de menos-le dijo Sacul con una triste sonrisa.
Perséfone miró a todos uno a uno. La miraban alicaídos pero sonrientes.

-Yo también a vosotros.

Más en la próxima entrada.
Suerte, luz, fuerza y feliz día a todos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Deja tu comentario