lunes, 2 de febrero de 2015

CAPITULO 17



¡Hola!
Continúa la aventura, aunque ya queda menos para el final...



17

EL RENACER DORADO


-¡Per, eres la mejor!-le decía Cortés
-¡Has estado fantástica!-la halagaba Profundo.
-Me encantó como lo tiraste del caballo-le dijo El Plumas.
-Y lo que dijiste de los maestros-le recordó Amarillo contento
Los piratas rodeaban a Perséfone realmente felices y la cubrían de halagos.
-Sí, y ¿visteis como le quite la espada?-se animó Perséfone. En realidad, se sentía muy orgullosa de lo que había hecho-. ¡Eso fue genial!
Todos coincidieron en que sí lo era. Alejandro, que había estado mirando desde la toldilla como se alejaban de aquella playa, bajó para reunirse con ellos.
-Bueno, aquí falta algo-les dijo Alejandro al llegar junto a ellos.
-¿Qué falta?-preguntó Ocho.
-Pues bebida, la música de Cortés, comida… ¡Tenemos que celebrarlo!-les alentó Alejandro contento.
Los piratas asintieron felices, entre voces y empujones bajaron a las bodegas para coger comida, bebida y la vihuela. Alejandro se quedó con Perséfone, quien lo miraba con una ceja arqueada.
-¿Qué?-preguntó Alejandro al verla.
-Sólo pensaba, ¿quién necesito finalmente la ayuda de los dos?-le comentó Perséfone mientras se acercaba con las manos unidas tras la espalda.
-Muy graciosa-le dijo Alejandro sonriendo a la vez que también se acercaba, sabía que a se refería. Cuando Perséfone le pidió que le enseñase a manejar la espada, dudó sobre quien acabaría ayudando a quien-. Pero yo también ayudé…desde la lejanía.
-¿Y quién creía que no podía luchar contra aquellos piratas? Pues no sé si te diste cuenta, amigo, pero vencí a su jefe-le dijo Perséfone feliz, colocándose frente a Alejandro-. Ahora, me debería cambiar el nombre y hacerme llamar “El temor de los piratas gordos y feos”.
-No estaría mal.
-O “La Espadachina Invencible”-sugirió ella, alzando las manos e imaginándose el nombre en el aire. Alejandro se echó a reír.
-Tengo uno mejor-le dijo Alejandro parando de reír- “Amuleto”.
-¿Amuleto?- se extrañó Perséfone.
-Porque la suerte me sonrió el día en que me crucé contigo-explicó Alejandro mirándola con cariño. 
Perséfone le sonrió y, mientras se miraban a los ojos, se acercaron más aún para besarse.
-¡Ejem, ejem!
Perséfone y Alejandro separaron sus labios girando sus cabezas hacia el ruido. La tripulación los miraba muy atentos con sonrisas picaronas en sus caras.
-No os cortéis por nosotros-les dijo Sacul viendo como Alejandro y Perséfone se alejaban rápidamente el uno del otro.
-Además, ya lo sabíamos-les reveló Pies Largos quitándole importancia.
-¡Pies Largos! Os dijimos que no lo contarais-se quejó Amarillo, luego se dirigió a Perséfone y Alejandro-. Cortés, Ocho y yo os vimos la otra noche.
-Vaya…que observadores, ¿no?-señaló Alejandro.
-Yo diría cotillas-dijo Perséfone.
-Nada de cotillas-repuso Cortés-, sólo giramos la cabeza accidentalmente.
-¡Qué más da! Si ya os hemos visto todos-dijo El Plumas con una sonrisa.
Los piratas se miraron entre ellos, y tal como se habían imaginado Alejandro y Perséfone, se echaron reír a carcajadas.
-Oh, callaos-dijo Perséfone , aunque sonreía, y añadió:- Recordad que soy una buena espadachina.
-Es cierto, hay que celebrarlo- coincidió Cacín-. Pero nos alegramos de tener una “capitana”.
-¿Qué capitana?-dijo Perséfone algo sonrojada.
-Ahora tiene otro nombre, Cacín-dijo Alejandro para salvarla del aprieto-. Se llama “La Espadachina Invencible”.
Los piratas volvieron a reír a carcajadas.
-Sí, y yo he pensado en llamarme “Sacul, El Rescata Piratas”-comentó Sacul
-El Rescata Piratas con La Invencible a caballo-le dijo Perséfone mostrándole animada una mano para que chocara.
-¡Sí! Somos los mejores-dijo Sacul chocándole la mano a Perséfone.
-Teníamos la situación controlada-bromeó El Plumas.
-¿No estábamos preparando una fiesta? ¡Celebremos que tenemos el tesoro de Dybá!-dijo Alejandro dando una palmada.
-¡Sí!
Esa noche fue de las más disfrutadas y recordadas de todas las vividas en la cubierta de Pegaso. Todos se divirtieron muchísimo bromeando, charlando, comiendo y bebiendo. Algunos se tiraron al agua y otros tiraban agua a los demás con ayuda de un cubo, empapándolos completamente. La canción del pirata fue cantada más de diez veces y Cortés tocó animosas canciones que fueron bailadas con diversión.
Estaban realmente felices, no sólo por haber encontrado el tesoro de Dybá ni por la hazaña de Perséfone, sino por celebrar juntos, una vez más, sus noches piratas.

Al día siguiente continuaron con sus rutinas en las tareas del barco, unos limpiando la cubierta, otros los cañones, otros con las velas y cabos, otros en la bodegas y Profundo en la cofa del vigía. Hacia la tarde, después de comer y jugar a las cartas, decidieron dirigirse de nuevo en la tribu de Limber, pues aquellos horribles piratas habían destrozado parte de la bodega y tirado gran parte de sus provisiones. 
Por la noche, Perséfone subió a la toldilla donde encontró a Alejandro tumbado en el suelo mirando las estrellas.
-Hola-lo saludó Perséfone algo cortada.
-Hola-le dijo Alejandro también nervioso al verla mientras Perséfone se tumbaba a su lado.
-¿Qué haces?-le preguntó Perséfone.
-Pensar que hacer-respondió Alejandro-. Llevo tanto tiempo tras el tesoro de Dybá que ahora que lo tengo no sé qué hacer.
-Hay más cosas de las que disfrutar-repuso Perséfone-. Podemos visitar tierras desconocidas, ir al nuevo mundo, desentrañar nuevas leyendas sobre antiguos tesoros, surcar todos los mares, encontrar una isla aún no encontrada por nadie…
-Todo suena muy bien-reconoció Alejandro-, suena a aventura.
 -Sí, lo pasaremos bien-le dijo Perséfone.
-¿Pasaremos?-le preguntó Alejandro mirándola.
-Claro, juntos-respondió Perséfone sonriéndole a la vez que se acercaba más a él.
Alejandro también le sonrió y le dio la mano. Juntos miraban el cielo estrellado en silencio.
-¿Sabes que me gustaría?-dijo Perséfone mirando las estrellas.
-¿Qué?
-Es algo que siempre he querido hacer pero nunca he tenido la ocasión…Es ver amanecer-le contó Perséfone
-¿Ver amanecer?-se sorprendió Alejandro.
-Sí, sería bonito. ¿Y sabes? Es más bonito si lo ves acompañado-comentó Perséfone mirándole.
-¿Quieres que me quede toda la noche despierto para ver amanecer?
-Sí, vamos, será divertido-le animó Perséfone.
-Vale, si tú quieres…
Alejandro y Perséfone pasaron parte de la noche hablando sobre nuevas aventuras intentando no dormirse mientras esperaban el amanecer.
-Si continuo tumbada me voy a dormir-dijo Perséfone levantándose-¿Cuánto falta para que amanezca?
-No lo sé, tal vez lo sepa Profundo-respondió Alejandro que también se había puesto de pie-. Ni si quiera sé por dónde saldrá, quizás estemos mirando hacia el lado equivocado.
-¿Nunca has visto amanecer? Si llevas navegando mucho tiempo, ¿no?
-Eso no significa que tenga que ver amanecer. Nunca lo había tenido en cuenta…-repuso Alejandro encogiéndose de hombros y después sugirió:- Tengo una idea. Subamos a la cofa para ver mejor y de camino preguntaremos a Profundo si falta mucho para el amanecer.
-Vale.
Alejandro y Perséfone se dirigieron hacia el mástil central, en cubierta sólo quedaban Pies Largos, Amarillo y Ocho que jugaban a las cartas. Subieron por los obenques hasta la cofa donde aún estaba Profundo.
-¿Qué hacéis aquí?-se sorprendió Profundo al verles allí arriba con él.
-Que alto es esto-comentó Perséfone cansada de trepar.
-Queríamos ver amanecer ¿Sabes si falta mucho?- le preguntó Alejandro.
-Sí, aún falta un rato-respondió Profundo-. Fijaos en la luna. Cuando empiece a caer sobre el horizonte significará que el sol estará a punto de aparecer.
-Entonces falta mucho-dijo Alejandro viendo que la luna aún estaba muy alta.
-Vale la pena la espera, ver amanecer es muy bonito-comentó Profundo-. Aunque yo esta vez no esperaré, tengo mucho sueño. Hasta luego.
Y Profundo se fue por el hueco de la cofa, dejándolos solos.
-¡Qué bien se ve todo desde aquí! Y el ruido del mar es tan tranquilizador-dijo Perséfone mirando el océano con las manos apoyadas la baranda de la cofa.
-Sí, por eso le encantará tanto a Profundo-dijo Alejandro sentándose.
-Si te sientas te dormirás-le avisó Perséfone volviéndose para mirarle.
-No… ¿y por qué te sientas tú?-le preguntó Alejandro viendo que se sentaba a su lado.
-Porque quiero. Además, he pensado que podríamos echar un pulso-le sugirió Perséfone.
-¿Un pulso?
-Sí, pero uno que me enseñó Ana de Granada. Mira, nos damos las manos como si fuésemos a saludarnos-les explicó Perséfone dándole la mano-, y se levantan los pulgares. Gana quien aplaste con su pulgar, el pulgar del otro. ¿Lo has entendido?
-Sí-asintió Alejandro.
-Bien. Al mejor de tres. Empecemos ya… ¡Gané!-dijo Perséfone feliz al aplastar el pulgar de Alejandro con el suyo.
-¡Eh! Eso no cuenta, estaba distraído.
-Claro…
-Es cierto.
-Ya…
-Esta vez te gano.
Estuvieron un buen rato jugando con los pulgares entre risas. Casi siempre ganaba Perséfone. Alejandro a veces hacia trampa y se ayudaba del índice o de la otra mano para atrapar el pulgar.
-Eso no vale-se quejó Perséfone riendo, tirando para sí de la mano que tenía cogida.
-Tú no dijiste nada de los demás dedos-le recordó Alejandro sonriendo.
-Pues lo digo ahora...La luna ya no está-comentó Perséfone mirando hacia arriba.
Alejandro se levantó para ver mejor y comprobó que la luna seguía en el cielo, sólo que había empezado a bajar.
-Sólo ha bajado un poco-le comunicó Alejandro volviéndose a sentar junto a ella Viendo que Perséfone se pasaba las manos por los brazos, preguntó:-¿Tienes frío?
-¿Tú no?-le preguntó Perséfone mirando su chaleco.
-No, estoy acostumbrado.
Se quedaron un momento callados. Alejandro se acercó un poco más a Perséfone con la intención de rodearla con el brazo para darle calor, pero dudó. Estaba algo cohibido. Anteriormente le había pasado el brazo por el hombro sin problemas, sin vergüenza ni timidez. Pero es que antes no tenía importancia y ahora tenía otro significado, un significado más cariñoso. Perséfone lo miró con una sonrisa y se acercó un poco más a él, como animándole. Alejandro también sonrió y, con cuidado, le pasó el brazo por encima para abrazarla.
-Tengo un nuevo juego-dijo Alejandro-. Quién no se duerma gana.
-Vale-dijo Perséfone echando su cabeza en el hombro de Alejandro a la vez que bostezaba.
-Vas perdiendo.
Perséfone se echó a reír.
Después de unas horas, Alejandro se levantó, dejando con cuidado a Perséfone en el suelo. Se había quedado dormida. Alejandro observó que la luna se hallaba muy baja y detectó un brillo en el horizonte. Se volvió hacia Perséfone para despertarla.
-Per, despierta. Está a punto de amanecer-le dijo inclinándose junto a ella.
-¿Qué?-dijo abriendo los ojos e incorporándose de golpe.
-Sí. Y por cierto, has perdido-le contó Alejandro.
-No estaba dormida…Fingía dormir.
-Pues finges realmente bien, con ronquidos y todo.
-Yo no ronco-negó Perséfone poniéndose de pie-
-Sí, sí, sí…
-Mira, ya amanece-dijo Perséfone mirando ilusionada hacia el brillo de luz que cada vez era más grande.
Observaron maravillados como el sol salía sobre el horizonte. La luz hacia que el oscuro cielo se volviera dorado. El sol parecía un enorme pájaro envuelto en llamas que se esforzaba por salir a la superficie de nubes anaranjadas. Su luz se reflejaba sobre las ondeadas aguas del mar, que brillaban como el oro. Poco a poco las estrellas fueron apagándose ante la imponente luz solar. La luna fue palideciendo hasta volverse transparente y desaparecer del cielo. Lo que era media esfera de luz, fue haciéndose un completo y perfecto círculo amarillo. El cielo ya no era dorado, sino celeste, un celeste que se iba haciendo más fuerte conforme el sol subía por encima de las alargadas, y ya, blancas nubes.
Alejandro y Perséfone observaban boquiabiertos el maravilloso espectáculo que el astro rey les ofrecía. Después se miraron entre ellos, se sonrieron felices y se besaron.
-Sí que valió la pena-dijo Alejandro.
-Así es.


Más en la próxima entrada
Suerte, luz, fuerza y feliz día a todos.

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