domingo, 30 de marzo de 2014

NUEVAS HISTORIAS

¡Hola!

Tengo varias historias. Estoy pensando en publicarlas aquí y buscar vuestra opinión antes de enviarlas a alguna editorial o concurso.

Hace unos años, cuando terminé Pegaso, escribí un cuento, un cuento sobre príncipes, brujas y princesas. Pero en dicha historia no todos parecen lo que muestran ser, sorprendiendo cuando verdaderamente descubren como son.  Algo así como suele suceder en la vida con algunas personas con las que te encuentras.

Empieza así... 

Capítulo 1
El reino de Bafilandia
Había una vez, en un lugar muy lejano, un reino que vivía en armonía y paz. Este reino se situaba cerca de un amplio bosque por el cual era protegido gracias a los encantamientos, seres y criaturas mágicas que habitaban en él. Pocas personas se habían atrevido a atravesarlo, personas que nunca volvieron. Era conocido como El Bosque Hechizado.
El reino de Bafilandia, como todo reino, tenía una aldea, campesinos, algunos nobles, herrería, sastrería, frutería, panadería, perfumería, un lavadero público, huertos, lo último en sillas de montar, tabernas en las que no estaba permitida la entrada de menores y un bonito palacio al fondo. Bafilandia estaba bordeado por un gran muro que a su vez estaba rodeado por un foso, por lo que la única manera de acceder a dicho reino era mediante un puente levadizo del que se encargaba Cesar, un amable ermitaño con joroba al que le faltaban algunos dientes.
El reino estaba gobernado por dos encantadores reyes y su hijo, el príncipe Aleinor. Aleinor era el príncipe que todo el mundo soñaría tener. Era alto, guapo, fortachón, el cabello le caía sobre los hombros, había dejado aquellas mallas ajustadas que tanto usaban los hombres de aquel tiempo por unas calzas acompañadas por unos bombachos pantalones cortos, tenía unas botas que eran el último grito en moda y su jubón le sentaba de maravilla.
Aleinor era muy querido, pues lo consideraban el príncipe más bueno, generoso, amable y, sobre todo, valiente.  Pero lo que su devoto pueblo no sabía, era que la última de estas cualidades escaseaba en el príncipe. Era un miedica, un miedica al que a duras penas le costaba disimular sus miedos. Sólo de pensar en lo que ocurrió la vez pasada…
>>Estaba cenando con algunos de los nobles del reino y los reyes. Él se sentaba junto al rey, su padre. Todo iba perfectamente hasta que uno de sus invitados se percató de algo.
-Perdone, príncipe Aleinor, su padre tiene una araña en el hombro-le indicó el hombre señalando con la cabeza al rey
-¡¿Qué?!-gritó Aleinor mirando de golpe al hombro de su padre.
Tenía razón, allí estaba, una araña. Estaba casi llegando hacia el final del hombro, en dirección al brazo, pero se había detenido. Parecía saber que había sido descubierta. Aleinor no podía soportar el mirar por más tiempo a aquel ser con múltiples y largas patas, y con ese cuerpo tan… peludo.
-Muy bueno, Aleinor- dijo su padre quien empezó a reírse junto con los invitados.
Todos creían que su grito había sido actuado, bromeado, irónico.  Aún podía disimular. Rió junto a los demás, su risa sonó algo seca, falsa, además de que fue el último en dejar de reír intentando aprovechar los últimos segundos en pensar qué hacer.
-Vamos, quítamela-le dijo su padre
-No te preocupes acabará cayendo sola-dijo Aleinor sonriendo, volviendo a coger los cubiertos
-Muy gracioso, vamos, hijo-insistió el rey sonriendo
-Ya… voy-consintió Aleinor sonriendo nerviosamente. 
Bajó la vista hacia sus manos y vio una posible solución, se ayudaría del tenedor para tirar a la araña del hombro. Levantó el tenedor, lo acercó temeroso a la araña y lo agitó contra ella. Pero como vio que la araña se pegaba al tenedor, lo dejó caer rápidamente en el suelo con el corazón latiéndole a mil por hora, le había faltado poco para gritar otra vez.
-Cuidado, hijo-le previno su madre
-Se me resbaló-se excusó Aleinor sonriendo- Estos guantes. Por favor, Marga, tráeme otro
Después de eso la cena volvió a la normalidad<<
Pero eso ya había quedado atrás. Aunque con los mismos miedos, ahora estaba mucho más feliz, entre otras cosas, porque por fin había encontrado prometida. Sus padres habían pactado el matrimonio con la hija de los Reyes del Este. Con suerte, se casaría dentro de dos semanas. 
Una mañana, el príncipe aprovechó para dar unos de sus paseos matutinos acompañado de nobles caballeros y jóvenes damas frente a los que fardaba. Aleinor, debido a su cobardía, tenía un sexto sentido con el cual podía captar desde la distancia cualquier peligro. Este sentido había aprendido a desarrollarlo a partir del día de la dichosa araña para que nunca ningún ser o cosa espeluznante lo cogiera desprevenido. Esa mañana, su sentido del peligro se activó. Por esa misma calle por la que paseaba, a unos trescientos metros de distancia, aparecía por una esquina del final de la calle, Távero, la bruja.
Távero era una misteriosa joven bruja temida por todos. Nadie se atrevía a cruzarse en su camino y mucho menos dirigirle la palabra.  Calzaba unas viejas botas negras, vestía con una raída falda morada, medias de rayas azules, una blusa blanca con un chaleco encima que se ataba desde la barriga hasta el pecho a modo de corsé y llevaba un sombrero negro de cono cuya punta caía hacia un lado.  Su cabello estaba recogido en dos trenzas atadas con lazos púrpuras y en sus muñecas colgaban pulseras de tela de diferentes colores. Sus ojos eran castaños y estaban pintados con tinta negra que subrayaba su forma dibujando una línea que los asemejaba a los de una egipcia.
Rondaban historias terroríficas y sobrenaturales sobre ella que iban de boca en boca entre los aldeanos del reino. Decían haberla visto volando sobre una escoba, comer escarabajos, hablar con los gatos e incluso entrar y salir del Bosque Hechizado como quien va de paseo por el campo; también verla lanzar rayos verdes por los ojos y fulminar con sólo tocar con un dedo, a pesar de que nadie se había acercado nunca a ella. Era tan temida que vivía al otro lado del muro, fuera del reino, aunque tenía el privilegio de entrar en él a por lo que necesitara, mayormente porque temían que acabara convirtiéndolos en sapos si se negaban a abrirle la puerta. El rey había hecho un trato con ella, no directamente por supuesto, porque no podía correr el riesgo de ser envenenado o transformado en mariposa, simplemente mandó a uno de sus mensajeros. En dicho trato constaba que la dejaría entrar en el reino a cambio de su ayuda mágica en momentos difíciles. 
Aleinor, al verla, supo de inmediato que decir:
-Estoy cansado, volvamos a palacio-comunicó a sus acompañantes
Muchos no estaban de acuerdo con él, pues no hacía ni media hora que acababan de salir de palacio, pero como era el anfitrión y, sobre todo, el príncipe del reino, decidieron no contradecirle y aceptar su decisión. Todos regresaron a palacio entre risas y con algún que otro empujón del príncipe, éste tenía especial interés de llegar cuanto antes para refugiarse allí de la bruja.
Una vez en palacio, fue junto con sus invitados al salón de fiestas donde les esperaba una grata comilona. Cuando ya empezaba a disfrutar de la velada, uno de sus empleados apareció llamando su atención. Aleinor fue junto a él con curiosidad.
-Majestad, un mensajero llegó hace poco a palacio. Pide ver con urgencia a sus majestades, los reyes de Bafilandia, y a usted-le comunicó el joven con inquietud.
-Está bien, avisa a mis padres y di al mensajero que lo recibiremos en la Sala del Trono-le ordenó Aleinor
Tras unos minutos, entre los cuales Aleinor se despedía momentáneamente de sus invitados, toda la familia real se encontró en la Sala del Trono frente a un hombrecillo menudo, con gruesas cejas y ojos saltones, que parecía muy nervioso. Traía entre sus manos un pergamino sellado con un emblema real que Aleinor y sus padres reconocieron enseguida. Se trataba del emblema de los padres de la princesa con quien Aleinor pronto contraería matrimonio.
-Bien, hable, ¿qué le trae por aquí?-preguntó el rey
-Soy mensajero de los Reyes del Este. Ellos me enviaron a ustedes para que les diera este mensaje de auxilio-explicó el mensajero dando el pergamino a el rey
-¿Auxilio?-se asustó la reina llevándose la mano al pecho y mirando hacia el pergamino que su marido leía con seriedad.
-Secuestrada-dijo el rey con voz de sentencia levantando la vista del pergamino- La princesa Tiara ha sido secuestrada
-¿Qué?-dijeron a la vez la reina y el príncipe Aleinor
-Al parecer la secuestró un cíclope cuando paseaba por el camino del Bosque de Frutas. Una de sus damas de compañía, que estaba con ella cuando todo pasó, avisó a los Reyes del Este de lo ocurrido-les contó el rey volviendo de vez en cuando a repasar el pergamino-. El cíclope se la llevó volando sobre un grifo hacia el Castillo Tenebroso
-Un grifo-repitió con temor Aleinor tragando saliva
-El Castillo Tenebroso está más allá del Bosque Hechizado, nadie en su sano juicio se ha atrevido nunca a ir allí-comentó la reina con zozobra 
-Sé que Aleinor lo hará bien-dijo de pronto el rey mirando con orgullo a su hijo
-¿Aleinor?-se sorprendió la reina con voz elevada
-¿Qué podré hacer bien?-preguntó Aleinor con ignorancia
-Los reyes esperan que tú les ayudes a recuperar a su hija, que rescates a la princesa Tiara del cíclope-le explicó el rey mirándole a los ojos
Aleinor se quedó de piedra. ¿Qué los Reyes del Este querían que rescatara a la princesa? ¿¡Él!? Tenía que ser una broma. Ni el más valeroso de los héroes había logrado volver del Bosque Hechizado, y no digamos ya del Castillo Tenebroso el cual decían estar habitado por hombres lobo y todo tipo de criaturas sanguinarias. ¿Y esperaban que él lo consiguiera? Un príncipe inexperto en la lucha y, sobre todo, miedica. Maldijo en sus adentros al maldito cíclope y su estúpido grifo, y a la princesa por no darse cuenta de que un enorme ser venía hacia ella desde el cielo, y también a la dama de compañía por su magnífica descripción sobre hacia donde llevaba el cíclope a la princesa…
-Un momento, ¿cómo sabe la dama de compañía hacia donde se llevó el cíclope a la princesa?-preguntó el príncipe con la esperanza de que se hubiese equivocado, y la princesa se encontrara en un jardín de rosas muy cerca de aquí, a ser posible sin bestias alrededor.
-La dama divisó el emblema del Castillo Tenebroso en el escudo que el cíclope llevaba junto a su garrote-respondió el rey- Ya sabes, el emblema de la familia del rey Herman, el último en habitar el castillo
Aleinor también maldijo la buena vista de la dama de compañía
-Vas a ir, ¿no?-dijo su padre
Su madre lo miró con intranquilidad y su padre con dureza. Aleinor sabía que no era capaz de ir en busca de la princesa a pesar de que fuera su futura esposa, aunque aquello de “futura esposa” ya quedaba entredicho ante los últimos acontecimientos. Pero no podía dejar que creyeran, y estarían en lo cierto, que era un cobarde. Seguro que aquel mensajero correría como un lince con la respuesta a sus reyes, fuese negativa o positiva, pero la reacción sería diferente, muy diferente, ante una u otra respuesta.
-Sí-respondió Aleinor lentamente, intentando contener el temblor de su voz y la inseguridad, miedo, en su rostro.- Claro que iré.
-Sabía que estabas hecho de la madera de los valientes-dijo su padre sonriendo dándole una fuerte palmada en la espalda, y luego se dirigió al mensajero de los Reyes del Este-. Rápido, avise de la valerosa respuesta del príncipe. Y todos en mi reino deben conocer la temerosa pero brava misión de mi querido hijo, Aleinor
El paje de palacio percibió la indirecta y salió de la sala del trono junto al delicado mensajero de los Reyes del Este, quien iba más feliz por el grato recado que llevaba a sus señores.
Aleinor se quedó sólo con sus padres en la sala, el rey lo miraba con orgullo y la reina con una máxima preocupación, pero también lo evaluaba como únicamente sabría hacerlo una madre y, como si pudiese leerle el pensamiento, dijo:
-No tienes que hacerlo sí no quieres, hijo. Es un viaje muy peligroso. Habrá otros que puedan ir en tu nombre
-Claro que quiere hacerlo-replicó el rey respondiendo en su lugar, a la vez que se levantaba del trono- Debe responder por su prometida y debe hacerlo él, porque es suya y no la de otro. ¿Qué clase de príncipe sería si no fuera a salvar a su princesa cuando ésta se encuentra en peligro?
-Con esas palabras le estás coaccionando-le defendió su madre. Aleinor le dio toda la razón, pero en su pensamiento.
-¿Coaccionando? Nunca. Él sabe que debe ir, es algo que lleva por dentro todo príncipe, es ese sentimiento de héroe, el querer dar a conocer a su reino de que talla está hecho, es valor-repuso su padre acalorado, después se volvió con brusquedad a su hijo y preguntó:-¿Tú quieres hacerlo?
Aleinor desconocía por completo aquel sentimiento del que hablaba su padre, nunca lo había sentido, suponía que era algún fallo de su ser, su cuerpo o de su sangre, como a quien le falta belleza o un dedo del pie. Pero aun así, dijo:
-Sí, por supuesto- y para asegurarle su valentía a su padre, añadió con fuerza exagerada a la vez que también se levantaba de su trono:- Ese cíclope se va a enterar.
-Ese es mi hijo-dijo el rey con alegría pasándole el brazo por el hombro- Vamos, se lo comunicaremos a nuestros súbditos. Todo el reino te alabará. Partirás mañana, sin más tardanza, ¿no?
-Eso está hecho-afirmó Aleinor, aún estaba en su papel de “acabaré con todo lo que se me ponga por delante” pero su cobarde interior había gritado corriendo en círculos al escuchar la palabra “mañana”
Aquella misma tarde, bajo un caluroso sol, en la gran plaza que había frente a la entrada a los terrenos de palacio, comunicaron a todos los habitantes del reino las intenciones del audaz príncipe Aleinor. Todos aplaudieron entusiasmados e impresionados ante la aventura que le esperaba por delante al joven príncipe. Unos se preguntaban si conseguiría salvar a la princesa, otros si lograría atravesar el Bosque Hechizado y otros a quien nombraría como el próximo heredero de Bafilandia.
Aleinor, que seguía en su papel “yo me encargo de todo”, no dejaba de sonreír y saludar, incluso se atrevió a posar con su espada asemejando atacar a alguien. Pero al llegar la noche, en la soledad de sus aposentos, el papel “yo podré hacerlo” hizo mutis en su mente y el miedo se apoderó de él. Se desvistió, se puso su camisón de dormir, dejó la vela de la mesita de noche encendida, pues le daba miedo la oscuridad, y se metió en la cama. Se tapó hasta la cabeza, abrazó a su tortuga de peluche y se acurrucó entre las mantas con los ojos abiertos como platos. Pensaba, pensaba y pensaba. Sólo venían a su mente imágenes de las peores bestias y monstruos que podría encontrar en el Bosque Hechizado, o de la horrible cara del cíclope que mantenía cautiva a Tiara… si no se la había comido ya. ¿Los cíclopes comen princesas? No tenía ni idea. Pero si fuese así, su horrible viaje sería en vano. Bueno, menos para el cíclope quien ya tendría un postre con el que acompañar el almuerzo de Tiara. Pero lo peor de lo peor era que no se le ocurría nada sobre cómo librarse de aquella terrible tarea que le había sido encomendada, fingiendo ser valiente.

© Rocío Selene Cortés Cortés)


¿Qué os parece el inicio? Espero que guste. 
Más en la próxima entrada. Además, quizás anuncie una nueva presentación..... ¡Estad atentos!
Suerte, luz, fuerza y feliz día a todos.

2 comentarios:

  1. Me gusta mucho esta nueva historia ahjsbxhx sube pronto :)Por cierto,has pensado en escribir una distopía?Me encantaría leerla. ¿Y esa nueva presentacion?Quiero informacion.Besos

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    Respuestas
    1. Hola, y gracias por comentar
      La verdad, nunca había pensado escribirla, pero quizás algún día me anime.
      Y sobre la presentación ya iré comentando en el blog.
      ;)

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