¡Hola!
Aquí os dejo otro trocito de Dybá y el porqué el padre de Alejandro se atrevió a visitarle una segunda vez, la vez que hace poco os narré. Ahora que lo pienso, debí haber publicado estas historias en orden, pero no lo hice porque son escritas poco a poco y desordenadamente en realidad.
Esta historia extra no tiene demasiadas pistas sobre Pegaso 2 pero quería compartirla con vosotros.
Dybá
Aún podía oír el sonido de la
torrencial lluvia al entrar en la habitación. El fuego de la hoguera que crepitaba
silenciosamente le hacía entrar en calor. Comprobó que estaba empapado. Se
deshizo de su camisa y, con el pecho al descubierto, atravesó a la habitación
para ir junto a los pies de su cama donde se encontraba su arcón. Estaba tan a
la vista que quedaba oculto. En él estaba su ropa de pirata. Sólo tuvo tiempo
de sostener su raído jubón, pues llamaron a la puerta. Se apresuró a dejarlo en
el arcón, contentándose con cubrirse únicamente con su larga gabardina de cuero,
sin detenerse a abrocharla. Cerró el arcón y se dirigió a la puerta. Al
abrirla, se topó con el hermoso rostro de ella.
-Sólo he venido a saber cómo
estabas… Te has ido muy rápido.
-Quedarme más delante de su tumba
no cambiaría nada-repuso él volviéndose para andar junto a la chimenea.
Ella entró, cerrando la puerta
tras de sí, y se le quedó observando. Él también la miraba. A pesar de que la lluvia la había
despeinado y de que su vestido y capa estaban embarrados, su aspecto seguía
pareciéndole igualmente bello. No sabía qué hacía esa mujer para atraerle
tanto. Su belleza y carácter le atraían tanto como el mar.
-Sé que hubieras querido llegar
antes, para poder hablar más con tu padre-le dijo ella. Encima, también sabía
leer sus pensamientos.
-Déjalo, Lea. Sé que quieres…
consolarme, pero no lo necesito. Estoy bien-dijo él, manteniéndose educado, tal
y como requería su papel de David. Tratando de no mostrar sus emociones como le
pedía Dybá.
Entonces, ella se le acercó hasta
quedarse frente a él. Sintió un escalofrío recorrer su cuerpo al tenerla tan
cerca. Ella, siempre había estado a su lado, de una manera u otra, aunque él a
veces ni se percatara de ello. Pero… no quería dejarse arrastrar… su vida no
estaba allí, sino en la mar. Ahora que su padre había muerto, nada le retenía
allí, ni siquiera ser el heredero del gobernador de aquel puertucho.
Ella interrumpió sus pensamientos
con la mirada y calmó su ansiedad al colocar su cálida mano sobre su mejilla.
-Te vas, ¿verdad?-dijo Lea
intentando mantenerse firme, pero sus ojos vidriosos delataban sus
sentimientos.
Siempre se había preguntado si
ella lo sabía, si intuía su secreto y lo guardaba sin más.
-No te volveré a ver-afirmó Lea,
tras evaluarle como sólo ella sabía, mientras sus dedos vagaban por su mejilla,
mezclándose por su barba de tres días.
-Mi sitio… no es este-dijo él,
aventurándose acercarse un poco más al rostro de ella, aunque este quedaba más
bajo que el suyo. La frente de ella apenas llegaba a alcanzar su mentón.
Ella elevó la cara para mirarle
y, con ayuda de la mano que aún tenía junto a la mejilla, inclinó un poco el
rostro de él, lo suficiente, para poder alcanzar sus labios. Aquel beso terminó por confundir a Dybá.
Parecía estar en medio de una tormenta marina, pero a la vez, sentir las calmadas
olas del mar en su ser. Ante tal confusión, se separó de ella, dejando de
besarla y apartándose de su mano.
-No… no sabes… no sabes nada,
Lea-repuso Dybá, con la respiración agitada.
-Sólo sé…que nada de ti, nada
sobre quién quieras ser o sobre lo que desees hacer, me impide quererte y estar
contigo-respondió ella con emoción.
Entonces, Dybá no se lo pensó dos
veces y se acercó ella, rodeándola con sus fuertes brazos y besándola tan
apasionadamente como su corazón le pedía a gritos. Aquella noche la pasó junto
a ella, junto a su tentador y agradable calor, sintiendo su cariño y su amor,
su protección, comprendiendo que ella era su refugio. Ella era lo que quería y
deseaba.
A la mañana siguiente, el sol y
las gaviotas le despertaron, colándose por la ventana de su habitación. Apenas
amanecía. Se giró sobre su costado, comprobando que ella seguía dulcemente
dormida. Al mirarla comprendió que, por primera vez en toda su vida, se sentía
aterrorizado frente a las ideas contradictorias que aparecían en su
cabeza.
Se levantó, se vistió, cogió su
ropa del arcón para meterla en un saco y escribió una apresurada nota para ella.
Le prometía volver… no lo sabía aún… La duda quedaba reflejaba en su nota. Sin
más tardanza, salió de su habitación y su casa, apresurándose a ir al
puerto. Cuando estuvo en Orión, mandó a
su tripulación, oculta en las bodegas, emprender a mar abierto rápidamente.
Mientras navegaba, él se guareció
en su camarote, volviendo a usar su ropa de pirata. Jubón raído de rayas,
gabardina de cuero, pantalones y botas que le llagaban a las espinillas, además
de la nuez que le regaló aquel tipo de la India, diciendo ser un amuleto.
Después, se sentó y, acto
seguido, se echó a reír a carcajadas. Una risa fuerte, seca, nerviosa y casi
demencial. Sus nervios y su confusión llegaron a ser tales que, levantándose,
empezó a romper y tirar por los aires todo lo que encontraba en su enorme
camarote. Botellas, mapas, brújulas, sillas, fruta, lámparas… No le extrañó que ningún miembro de su
tripulación de piratas acudiera al camarote ante tanto barullo, se habían
acostumbrado a escuchar y, sobre todo, temer sus locos enfados.
Tras su ataque de histeria, con
la respiración agitada, se sentó en el suelo sin aún poder creer lo que ocurría
en sus pensamientos y… asquerosos sentimientos… Todo pasaba por su cabeza. Su
padre gobernador queriendo que siguiera sus estúpidos pasos, él el heredero, la
enfermedad de su padre que le había obligado a volver y quedarse para ayudarle
a defender Rísoen, el puerto y sus nobles, la piratería, su tesoro, su fama de
terrible pirata, el mar… y Lea, sólo Lea. No podía llevarla consigo, no sólo
porque la vida pirata no fuera lo mejor para ella, sino porque supondrían una
debilidad. Ella sería su debilidad ante los piratas que le amenazaban y no le
atacaban por temor. No… Lea sería un error en aquel barco pirata, en su vida
pirata, en la vida de Dybá… Entonces, ¿qué le quedaba? La respuesta a esa
pregunta era lo que le volvía tan loco. Él amaba el mar y la piratería, pero
también amaba a Lea. Ambas cosas no
podían ser.
Estaba en un torbellino de ideas
contradictorias…. Pero algo lo aclaró… Nada, nunca antes, se había interpuesto
ante sus deseos. Él, el terrible pirata Dybá, hacía todo lo que quería. Todo. Ni
barreras, ni marineros, ni piratas, ni opiniones, ni pensamientos… Nada era
obstáculo para sus deseos.
Tomó una decisión. Una loca
decisión que jamás pensó que llegaría a tomar en toda su vida. Pero esta
decisión, le alivió. Sin embargo, antes debía dejar todo en su sitio, ocultando
sus riquezas y agrandando su fama. Salió a cubierta y gritó a sus piratas. Les
ordenó poner rumbo al sur de la península.
Primero, debía de confundirles a
ellos. Todos eran enemigos, incluso los que navegaban sobre su mismo barco. Así
que durante un largo tiempo, navegó por diversos mares y tierras. Todo para que ninguno de quienes que le acompañaban se percatara
de que sólo tres de los muchos lugares que habían visitado, custodiaban sus
querido, grande y valioso tesoro.
Pasaron meses hasta que todo lo
planeado hubo concluido. Pero antes de volver a Rísoen debía de hacer última
cosa. Deshacerse de sus piratas. Al principio, pensó en acabar con todos, pero
eso sería demasiado llamativo y alocado, así que decidió dejarlos a su suerte.
Dejó abandonados a unos cuantos en África, más tarde en Grecia y, por último,
se detuvo en Portugal. Sólo le eran suficientes cuatro para navegar hasta
Rísoen, a esos cuatro les esperaba un destino peor que el abandono.
Aquella noche en Portugal,
procuró emborrachar en una de las cantinas cercanas al puerto a los piratas que
dejaba para que no le siguieran. Sólo uno se mantuvo al margen. Uno de quien
esperaba dicho comportamiento. Lo observó desde la mesa donde le rodeaban sus
borrachines piratas. Aquel joven… cuantos años debía de tener… ¿unos
veintitantos? Ni idea… llevaba junto a él mucho más que los demás piratas,
desde que tenía unos quince años. Por ese pequeño detalle, además de por su
inteligencia, le tenía algo así como… ¿aprecio? Por ello, era uno de los
elegidos para ser abandonado y no… muerto en Rísoen.
Dejó de cavilar, cuando vio que
se marchaba de la cantina. Se levantó y fue tras él, encontrándolo caminando
por el empedrado camino que llevaba al puerto. Iba a Orión. Dybá resopló con enfado y corrió tras él. Al alcanzarlo, lo
detuvo por el brazo.
-¿Qué haces, pirata?-le preguntó
simplemente para hacer que dejara de caminar.
-Vuelvo a Orión, mi capitán.-le respondió con firmeza, aunque veía
inseguridad en su rostro. Tras esto, el pirata siguió andando.
-¡Eh!-le gritó Dybá enfadado,
haciendo que se detuviera de golpe, aun dándole la espalda. Le espetó con voz
maliciosa- Vuelve aquí, ahora. No me hagas seguirte de nuevo.
El sonido de aquellas aterradoras
palabras le fueron suficientes al pirata para ir de nuevo junto a su temido
capitán. Pero, a pesar de conocer su maestría y fiereza, se atrevió a serle
sincero.
-Sé lo que hace con los piratas…
No quiero quedarme aquí. No quiero ser un abandonado más a su suerte-replicó el
pirata.
Dybá rió, salpicando la fría
noche de sus carcajadas.
-Siempre te he encontrado más
inteligente que los demás piratas-confesó Dybá, parando de reír, aún con una
sonrisa en los labios.
-Es cierto, entonces. Quiere deshacerse de la tripulación ¿Por qué?-se asombró el pirata y le recriminó:- A
caso no le hemos sido lo suficientemente fieles, no hemos aguantado sus
amenazas y sus maltratos sin rechistar, además de permanecer ciegos al oro que
tanto nos ha costado conseguir, sin ver a penas su brillante dorado…
-¡¡Calla!!
El pirata guardo silencio
asustado, creyendo haberse pasado con sus palabras. Sin embargo, se atrevió a
romperlo.
-No me abandoné aquí, capitán…
Siempre he estado a su lado… Gracias a usted soy pirata...
Sin que apenas pudiera verlo para
apartarse, un fugaz puñetazo le golpeó en la mejilla, tirándolo al suelo de
aquel camino solitario. El pirata se incorporó, llevándose la mano a la cara
dolorida, mirando a los ojos fríos y duros de su temido capitán. Entonces, Dybá
fue quien hablo, con voz calmada y firme.
-Tu suerte, precisamente por eso
últimos detalles, será mejor que la del resto. El abandono, comparado con lo
que les espera a quienes me acompañen a Rísoen, será la mejor solución para ti-
después, se agachó junto a él- Escúchame atentamente, te quedarás en Portugal y esperarás
un par de años a volver a verme en Rísoen. Cuando llegue ese momento, me
llamarás David.
-¿Por qué he de
visitarte?-preguntó, arriesgándose a su furia.
-Por sí te necesitara. Si no se
diera el caso, podrás irte y no volver a verme ni… aguantarme-respondió Dybá
con una media sonrisa. Después, añadió:- Podrías ser tu propio capitán ahora, quizás tener tu propio barco y tripularlo, encontrar tu propio tesoro, el cuál si
puedas ver relucir cuanto gustes… Sólo decirte algo más. No vuelvas a mí tras esa visita a Rísoen y ni mucho menos me traiciones revelando a nadie donde estoy.
No necesitaba decir las
consecuencias que conllevarían su traición o faltar a su palabra. Dybá volvió a
erguirse, indicando con la cabeza a su pirata que se levantara.
-Ha sido… un placer navegar
contigo-le dijo Dybá- Espero que te conviertas en un gran pirata. Por ahora,
vas por buen camino.
Por primera vez en aquella noche,
el pirata sonrió a su capitán con camaradería.
-En fin… dicen que en Portugal
hacen buenos barcos… Quizá le eche el ojo a uno-repuso el pirata con
arrogancia, enfriando el ambiente.
Dybá no contesto, se contentó con
mirarle y, después, echó a andar hacia el puerto, dejando a su pirata atrás.
Sólo diciendo unas últimas palabras.
-Recuerda… David.
Por fin, se fue dejando a aquel
obstinado pirata atrás, abandonándolo junto a los demás piratas borrachines de
la cantina de la que había salido. Sólo
quedaban cuatro.
Navegó hasta Rísoen, cambiando durante el camino el aspecto de las velas y banderas de su barco con ayuda de aquellos piratas. No debía de parecer un barco pirata a su llegada, sino el noble navío del hijo del gobernador fallecido. Llegó a su puerto por la noche. Antes de desembarcar, brindó con aquellos cuatro piratas, a quienes había convencido de ser tan grande su confianza en ellos que les revelaría donde ocultaba su tesoro. Tras el brindis, cayeron desplomados en el suelo. No estaban muertos sino dormidos….por ahora.
Dybá volvió a su camarote, cambió
su ropa por otra más limpia y más acorde con su posición de noble y desembarcó. Se dirigió, sin ser visto hacia su mansión,
llevando consigo el saco con todas sus pertenencias de pirata, excepto la nuez,
ahora muy valiosa por su contenido, que colgaba de su cuello.
Una vez en su mansión, evitando
las ovaciones y dedicaciones de sus criados al verle, fue a su habitación,
encendió la chimenea y quemó en ella el contenido del saco. Observó con pesadez
en el alma como todo ardía, todo ello que le hacía ser un pirata. Cuando quedó
todo echo cenizas, se durmió, esperando el amanecer.
Al día siguiente, se levantó, se
afeitó y acortó su melena hasta que quedara a la altura de sus orejas. Luego, saludó
educadamente a sus criados y les mandó a anunciar a todo el mundo su presencia,
ya para siempre, en Rísoen. Sobre todo a la familia de la señorita Leandra.
Después, se apresuró a ir al
puerto y llamar la atención de la guardia. Les indicó que había visto a unos
piratas entrar en su noble navío, que no se había atrevido a acercarse por
temor a ser atacado. Observó desde la lejanía cómo los
guardias acudían sin tardanza al navío, capturando a los cuatro piratas a quienes, debido a dicha captura, su días estaban a punto de terminar.
Dybá… David, volvió a su mansión
con una sonrisa en el rostro, comprendiendo que todo estaba bien atado al fin
con respecto a su vida de piratería. Incluso podría aún aprovecharse de algunos
aspectos de esta para beneficiar su gobierno en Rísoen. Ya lo pensaría más
tarde…
Al entrar en su mansión, un
criado le indicó que tenía una visita en el salón. ¿Tan pronto vendrían a
molestarle los nobles consejeros del gobierno de Rísoen? Sin embargo, su cuerpo
templó al encontrar allí a la bella Lea. Ella no pudo ocultar una enorme
sonrisa al verle, ni él tampoco. Podía ver en sus ojos su grata emoción.
-Me alegra que hayas vuelto-dijo
bajando la mirada y posando sus manos, inconscientemente, sobre la barriga.
Él comprendió su comportamiento,
aunque ella intentara enmascararlo torpemente, más aún cuando al rendirse volvió mirarle
con una media sonrisa. Aquello, por extraño que le pareciera, no le asustó,
sino que lo embargó de una extraña emoción. A pesar de querer ir corriendo a
abrazarla, anduvo tranquilamente hacia ella y, cuando estuvo frente a Lea, tomó
una de sus manos entre las suyas con delicadeza y besó su dorso.
-¿Te casas conmigo?-le dijo
mirándola a los ojos.
Lea soltó una breve, silenciosa y
nerviosa risita, tras la cual asintió. Entonces, él volvió a besarla, sintiendo
esa bonita sensación que le hacía perder tanto la razón y acometer tan
terribles locuras como la que acababa de hacer. Dejar de ser el pirata Dybá,
para convertirse en el gobernador David.Más en la próxima entrada
Suerte, luz, fuerza y feliz día a todos