¡Hola!
Se acerca el final de la aventura y Perséfone debe aprender de ella...
18
DE
NUEVO EN EL CASTILLO DE PROA
Tal y como habían acordado, volvieron a
visitar a Limber. Los miembros de la tribu se alegraron mucho de verles. Pronto
trajeron comida y bebida para darles la bienvenida.
Perséfone volvió a reunirse
con sus amigas y aprovechó para darse otro baño con aquellos maravillosos
aceites. Sacul también se alegró de ver a algunas de sus amigas. El Plumas, con
ayuda de Pies Largos, aprovechó para coger plumas y así volver a completar su
colección. Barriga de Oso, Ocho, Dragón, Amarillo y algunos hombres de la tribu
fueron a pasear por el río y pescar algo. Cortés aprovechó para arreglar algunas
cuerdas de su vihuela, Cacín para charlar con sus amigos y Profundo para estar
en paz con la naturaleza.
Alejandro pidió a Limber más provisiones
y, además, le dio un poco de oro del tesoro como agradecimiento por toda la
ayuda prestada. Limber se puso muy contento.
-Gracias, Alejandro. Tú ser un gran
hombre-le dijo Limber.
-Tú también, Limber.
-Tu padre estaría orgulloso de ti-lo
halagó Limber.
-Vaya… -dijo Alejandro, un imprevisto
nudo había aparecido en su garganta ante aquellas palabras-. Me ha gustado mucho
lo que has dicho.
-Ir después por provisiones. Nosotros
tampoco tener muchas-le explicó Limber-. Después mandar a mujeres a por ellas.
Hay un mercado cerca de aquí, junto al puerto, donde venden muchas cosas: comida,
tela, animales… Poder comprar algo con tu regalo.
-No, con mi regalo no. Ese oro es para
ti. Nosotros compraremos con el nuestro-le explicó Alejandro amablemente y
después preguntó:-¿Podríamos ir hoy al mercado? Porque queremos partir mañana.
-Claro. Llamaré a Diara y a algunas mujeres
más.
Limber hizo saber a las mujeres que
había llamado, a donde quería que fuesen. Justo en ese momento apareció
Perséfone, llevaba un vestido marrón que había hecho Diara.
-¿Te has cambiado otra vez?-se sorprendió
Alejandro.
-Sí-contestó Perséfone feliz-, mientras
espero que se seque mi vestido. ¿Dónde vais?
-Al mercado. Yo no porque necesito
dormir-explicó Alejandro lanzándole una elocuente mirada-. Sí doy un paso más me
caeré al suelo.
-Pero valió la pena-le dijo Perséfone
riendo-. Para la próxima no me dormiré.
-¿La próxima?-se sorprendió Alejandro
pero Perséfone no contestó.
-¿Qué querer comprar,
Alejandro?-interrumpió Limber.
-Es que tendría que verlo… Espera, diré
a Sacul que vaya con vosotras. Él sabe lo que quiero.
-Yo también puedo ir-propuso Perséfone.
-Muy bien. Pues Sacul y Per os
acompañarán-informó Alejandro.
Perséfone y Sacul acompañaron a Diara, Naki
y Zunduri al mercado. Estaba a unas cuantas horas de la tribu, pues ésta
se hallaba muy escondida para mayor seguridad ante posibles ataques. El mercado
estaba situado en una larga y amplia calle, los mercaderes exponían sus
mercancías en tenderetes o sobre mantas. Perséfone y Sacul se detenían de vez
en cuando para comprar pero también para curiosear entre los diversos objetos
que se vendían
De repente, la calle empezó a estar más
concurrida. Alguien había aparecido por el lado opuesto de la calle y hacia que
la gente se reuniera a su alrededor. Perséfone dejó de observar una lámpara de
aceite para mirar hacia el bullicio, pero como no lograba ver con tanta gente, convenció a Sacul para acercarse un poco más. Al hacerlo, reconoció al hombre
que provocaba la concurrencia y se quedó boquiabierta. Parecía más viejo y su
cara estaba alicaída, pero era él. Su padre estaba en África.
-Sacul, vayámonos de aquí rápido-le dijo
Perséfone volviéndose rápidamente hacia él
-¿Ahora quieres irte? Pues es algo
difícil, estamos rodeados de gente-le dijo Sacul quisquilloso-. Te dije que no
nos acercáramos.
-Pues necesito irme ya- insistió
angustiada mientras se tapaba la cara-. Ese de ahí es mi padre.
-¿Que es tu padre?-se sorprendió Sacul-. Pues viene hacia aquí.
-Oh, no. No puede verme, Sacul…
Escondámonos tras ese puesto, detrás de tantas alfombras no nos verán
Perséfone y Sacul se escondieron tras
unas alfombras tendidas en una cuerda ante la sorprendida mirada del anciano mercader.
Perséfone observó entre dos alfombras cómo su padre pasaba ante ella en un
carruaje y se sorprendió de ver también junto a él a su madre. Ella sí que
estaba demacrada. El color había desaparecido de su rostro y las lágrimas
resbalaban silenciosas por sus mejillas.
Ambos, su padre y su madre, llevaban
un cartel con el dibujo de la cara de Perséfone. Los guardias que los
acompañaban llevaban dibujos de Alejandro. Su carruaje paró a pocos metros de
donde se encontraba escondida. Uno de los guardias, habló a todos:
-Buscamos a esta joven. Su nombre es
Perséfone, hija de los Marqueses de Rísoen. Hace unas semanas, uno de sus guardias presenció cómo fue secuestrada y
obligada a subir a un barco por un pirata. Si la ven por este puerto o tienen
alguna noticia, por favor, no duden en comunicarlo al oficial del
puerto quien nos informará. Serán recompensados por ello. Muchas gracias.
El carruaje estuvo detenido unos minutos
para ver si alguien decía algo. El anciano de las alfombras vio que la muchacha
secuestrada estaba en su puesto y decidió avisar al guardia. Sacul se dio
cuenta y lo detuvo sujetándolo por la espalda mientras le tapaba la boca
ocultándolo tras las alfombras. Perséfone no hacía otra cosa que mirar a sus
padres, quienes tras los minutos de espera sin obtener respuesta, se fueron
montados en el carruaje con más y más lágrimas en los ojos.
Con dificultad porque Perséfone iba tapándose
la cara para que no la reconociera nadie más, Sacul y ella se fueron del
mercado y volvieron a la tribu. Las mujeres a las que habían acompañado estaban
algo molestas porque por un momento pensaron que los habían perdido, pero
después se les pasó el enfado gracias a la simpatía de Sacul. Perséfone estaba
muy triste, no quiso cenar esa noche y no pudo dormir nada.
A la mañana siguiente, los piratas
decidieron volver a ponerse en marcha. Perséfone
se puso de nuevo su vestido y se despidió de sus amigas de la tribu. Alejandro
agradeció a Limber su hospitalidad junto a los demás piratas prometiendo
regresar a visitarle pronto.
Pegaso volvía a navegar sobre el Atlántico
pero, esta vez, sin rumbo fijo. La tripulación se reunió a mediodía después de
comer para decidir dónde ir. Perséfone no atendía a la conversación, sólo
pensaba en sus padres. Se levantó y se dirigió al castillo de proa. Miraba al
mar recordando las caras de sus padres, lo tristes y mal que se veían. Ella no
quería hacerles daño. No se había dado cuenta de lo que les echaba de menos
hasta que los había visto ayer. ¿Cómo había sido tan estúpida? ¿Cómo había sido tan
cruel con ellos? No podía verles así y no hacer nada…
-Per, ¿estás bien?
Alejandro apareció detrás de ella,
interrumpiendo sus pensamientos.
-No, creo que no-respondió Perséfone
algo triste bajando la mirada.
-¿Qué te pasa?-le preguntó preocupado.
-Verás…Ayer, cuando fui al mercado con
Sacul, vi a mis padres-le contó Perséfone apesumbrada.
-¿A tus padres?-se sorprendió Alejandro-. ¿Qué hacían ahí?
-Me estaban buscando-respondió Perséfone
mirándole-. Creen que me secuestraste.
-Bueno, eso ya lo sabíamos. En Granada
lo descubrimos-le recordó Alejandro-. No pasa nada.
-Sí, sí pasa… Tú no los vistes. Estaban
muy tristes, se veían muy mal-le explicó Perséfone casi llorando-.Deben de estar
muy preocupados y desesperados para venir hasta África a buscarme. Ellos nunca
han viajado mucho, ¿sabes?, sólo por España o Portugal. Mi padre le da pánico
el mar, debe de estar tan triste y tan… no sé…desesperado, para cruzarse el
océano por mí.
-Pero no estés triste por ello-la
consoló Alejandro acercándose a ella y abrazándola-. Tú no tienes la culpa.
-Sí, la tengo-dijo Perséfone con
lágrimas en los ojos. Luego se apartó de Alejandro y continuó:-No puedo
quedarme de brazos cruzados sabiendo que sufren por mi culpa. Alejandro…tengo
que volver.
-¿Cómo? Pero…
-Tengo que decirles que estoy bien. Lo
que hice estuvo mal. Además, tengo que limpiar tu nombre. Te buscan y saben
quién eres. Te culpan a ti.
-Me da igual que me busquen, Per- repuso
Alejandro algo inquieto-. Me persiguen en muchos sitios. Soy un pirata.
-Pero esta vez saben quién eres. Tienen
un dibujo tuyo. Ese guardia te vio conmigo y, esa vez, no ibas disfrazado ni te
escondiste-le explicó Perséfone.
-Qué más da. No me importa, no me
preocupa. De verdad-le dijo Alejandro tratando de convencerla.
-Pero a mí sí. Me importas tú y me
importan mis padres-le dijo Perséfone triste, las lágrimas brotaban de sus
ojos.
-Entonces…entonces, ¿quieres irte?-le
preguntó Alejandro apenado.
-Tengo que hacerlo-respondió Perséfone
llorando.
Alejandro endureció el rostro y bajó la
mirada.
-Podrías quedarte aquí-le dijo sin
mirarla.
-Entiéndeme, por favor-le pidió
Perséfone.
-No, no te entiendo-la cortó Alejandro
levantando la vista. Tenía los ojos brillantes:- Dijiste que no te gustaba
estar con ellos, dijiste que no te gustaba estar allí, dijiste…
-Lo decía porque estaba enfadada. Pero
tras este viaje, la gente que conocimos…incluso tú, me hicisteis comprender que
no lo estaba, que los quería y que ser diferente en un mundo en el que todos
buscan parecerse los unos a los otros no era malo, que podía ser quien yo
quería ser sin aislarme ni enfadarme con los demás por no entenderme.
-Me dijiste que te quedarías conmigo-le
dijo Alejandro mirándola apenado- ¿Lo recuerdas? Juntos.
-Lo sé, y querría estar contigo
siempre-expresó Perséfone-. Eres la mejor persona que he conocido. Eres muy
especial e importante para mí…Pero, debo irme.
-Muy bien-aceptó secamente Alejandro.
Dio la espalda a Perséfone y bajó del
castillo de proa. Perséfone lo siguió.
-No te enfades, por favor.
-Claro que me enfado, Per-le dijo
Alejandro deteniéndose y volviéndose para mirarla-. Teníamos…estábamos bien y
ahora se ha estropeado. Tú lo has estropeado.
-No es así-negó Perséfone apenada-. Sabes
que yo…
-Sí, lo es-la cortó Alejandro molesto-. Pero, me da igual. ¿Quieres irte? Pues te irás. Te dejaré en Galicia o donde
sea y podrás largarte de este barco.
Alejandro volvió a darle la espalda y se
fue a las bodegas. Perséfone se quedó en la cubierta, llorando, observada por
los boquiabiertos piratas.
-¿Te vas?-preguntó Amarillo rompiendo el
silencio.
Perséfone miró a los piratas y asintió
con pesadumbre.
-¿Por qué?-preguntó Barriga de Oso-.¿Qué
ha pasado?
Perséfone les explicó lo que había
ocurrido en el mercado.
-Es cierto, no se veían muy bien-dijo
Sacul-. No dejaban de llorar.
-Pero, tal vez se olviden con el tiempo, ¿no?-opinó Pies Largos.
-No seas tonto-le dijo Cortés-. Son sus
padres. Unos padres nunca olvidan a un hijo.
-¿Cuándo te vas?-le preguntó Cacín.
-No lo sé...
Perséfone se alejó de ellos, entró en el
camarote y se tumbó en la cama sin parar de llorar.
¡Pum, pum, pum!
Perséfone se despertó sobre saltada. Era
de noche y no había salido en todo el día del camarote.
¡Pum, Pum, Pum!
-Vamos, Per. No puedes quedarte
encerrada ahí todo el tiempo-decía la voz de Sacul-. Además, no has cenado.
-No tengo hambre-repuso Perséfone aún
sentada en la cama, sin abrir la puerta.
-Seguro que sí, es muy tarde-la
contradijo la voz de Pies Largos, que susurraba a los otros.
-Abre para que al menos sepamos que
sigues viva y no te ha comido la cama-le dijo Dragón-. O lo que sea que habite
ahí dentro, con lo desordenado que está no me extrañaría que hubiera un
monstruo marino.
Perséfone se levantó y abrió la puerta.
Sacul, Pies Largos y Dragón estaban frente a ella, los demás estaban sentados
en el suelo de cubierta.
-Sabía que lo del monstruo funcionaría-dijo
Dragón y Perséfone sonrió a medias.
-Vamos, sal que te dé el aire-insistió
Sacul tirando de ella-. Ven, siéntate.
-¿Vosotros no estáis enfadados
conmigo?-preguntó Perséfone.
-No-negaron todos.
-Es que el capitán te quiere mucho-le
excusó Cacín.
-Nosotros también, pero él más-dijo
Cortés, y después quiso aclararlo:- No es que nosotros te queramos menos. Te
queremos igual, aunque de manera diferente…Tú ya me entiendes.
-Al capitán le cuesta más decirte adiós-concluyó
Profundo. Con todo el lío, no había subido a la cofa.
-¿Él no ha salido de las
bodegas?-preguntó Perséfone al ver que no estaba en el timón.
-Sí, para decirnos que te dejaríamos en
un puerto cercano al de Rísoen y que estuviéramos pendientes del timón-le
explicó El Plumas.
-No podemos dejarte exactamente en
Rísoen por si reconociesen el barco-le aclaró Ocho.
-No hace falta que esté cerca. Cualquier
puerto servirá-dijo Perséfone y luego, dirigiéndose a Sacul, añadió:- Ya oíste
al guardia. Los oficiales de cada puerto están al tanto de la situación.
-Pero no podemos dejarte a tu suerte en
cualquier puerto. Podrían usar la recompensa con malas intenciones-le explicó
Sacul-. Por eso te dejaremos en Portugal, lo más cerca posible.
-De acuerdo.
Todos se quedaron en silencio un buen
rato, únicamente roto por el sonido del mar y el crepitar de las llamas de las
linternas. Sacul lo terminó de quebrar.
-Per.
-¿Si?
-Te vamos a echar mucho de menos-le dijo
Sacul con una triste sonrisa.
Perséfone miró a todos uno a uno. La
miraban alicaídos pero sonrientes.
-Yo también a vosotros.
Más en la próxima entrada.
Suerte, luz, fuerza y feliz día a todos.