¡Hola!
Aquí os traigo lo prometido, el primer capítulo de Pegaso 2 y la leyenda de las aguamarinas. Espero que os guste ;)
1
COMIENZA
UNA NUEVA AVENTURA
Habían pasado ya casi dos años desde su
aventura en busca del tesoro del pirata Dybá y se encontraban más felices que
nunca.
Alejandro y Perséfone habían aprovechado
que el resto de la tripulación dormía plácidamente en Pegaso para bajar hasta la playa de su recién descubierto islote.
Corrían entre risas por la arena mojada, haciendo sonar el agua bajo sus
pisadas y provocando que las olas se rompiesen antes de llegar a la orilla. Sus
huellas quedaban grabadas tras sus pasos pero pronto se borraban gracias al mar.
La luna llena les servía de guía y la brisa agitaba sus cabellos. Se detenían
para besarse entre abrazos juguetones y sus risas llenaban el aire del lugar.
-Me haces cosquillas-le decía Perséfone
a Alejandro entre risas.
-Es que me encanta cuando te echas esos
aceites aromáticos-contestó Alejandro mientras le olfateaba el cuello y, de vez
en cuando, lo besaba.
Hacía ya un año que se habían casado.
Perséfone aún no se lo creía, tanto tiempo odiando el matrimonio y no había
tardado ni un mes en casarse con Alejandro después de que éste se lo pidiera.
La boda fue más original y diferente que
las bodas ordinarias. Planearon casarse en Pegaso,
en mar abierto, frente a toda la tripulación.
Por supuesto, los padres de Perséfone
también fueron invitados, felices de que por fin su hija sentara la cabeza, aunque
no como les hubiera gustado. “No todo puede ser perfecto”, se dijeron. Habían
conocido a Alejandro oficialmente en una de las visitas de Perséfone a Rísoen,
las cuales eran cada un número indeterminado de meses. Sus padres los invitaron
una comida en la mansión, una comida tensa al principio pero relajada hacia el
final, cuando por fin empezaron a aceptar que el amor de su hija era aquel
pirata. Perséfone y Alejandro no se quedaron mucho tiempo por temor a que los
guardias del gobernador reconocieran a Pegaso
como un barco pirata. Los padres de Perséfone guardaban el secreto de la
identidad de Alejandro y el paradero de su hija frente a la sociedad con
mentiras tipo: su hija se había casado en el extranjero con un rico caballero inglés.
Mentira que en parte se haría realidad en un futuro cercano…
La boda debía ser oficiada por el
capitán, pero Alejandro no podía casarse a sí mismo, así que decidió delegar esa
tarea a su segundo de a bordo: Barriga de Oso.
-Aunque lo cierto es que me hubiera
gustado que fueses…mi padrino-le confesó Alejandro a Barriga de Oso en el
camarote, cuando le comunicó que quería que oficiase su boda-. Eres algo así como
un padre para mí.
-Y yo te quiero como a un hijo-le dijo
Barriga de Oso emocionado, dándole una palmada en la espalda con su enorme mano-.
Pero será mejor que delegues ese placer a otro si quieres casarte. Cualquiera
de la tripulación aceptará con gusto.
-Lo sé, me gusta que sea uno de
ellos-reconoció Alejandro riendo-. Me gustaría que fuesen todos pero eso no
puede ser.
Cuando Alejandro comunicó a su
tripulación que necesitaba un padrino todos se ofrecieron voluntarios, al menos
esa vez no se habían echado a reír como cuando les dijo que quería casarse. Tuvieron
que sortearlo. Tras varios minutos de angustia ante unos papelitos introducidos
en un sombrero, el ganador fue…
Profundo.
La boda se celebró una mañana soleada en
mar abierto, cerca de Galicia, sobre la cubierta de Pegaso. Perséfone llevaba el vestido de boda de su madre y
Alejandro un bonito traje que había comprado con el dinero del tesoro del
pirata Dybá. Barriga de Oso los casó improvisando algunas bonitas palabras.
-Muchachos, padres de Per, estamos aquí
para presenciar el matrimonio de nuestro querido capitán Alejandro y… Per, ¿de
qué te ríes?-preguntó Barriga de Oso pues las risitas de Perséfone no le
dejaban concentrarse en su discurso.
-Perdón, es de los nervios- se disculpó
Perséfone sonriendo, pero carraspeó al ver la mirada de su madre y dijo:-
Continúa, ya me tranquilizo.
-Le pasa desde pequeña-comentó su padre
a la tripulación apaciblemente con las manos unidas frente a su barriga.
-Bien, como iba diciendo estamos aquí
por el matrimonio de nuestro capitán, Alejandro, con nuestra gran amiga, Per.
El amor… ¿y ahora a ti qué te pasa?-se interrumpió Barriga de Oso mirando esta
vez a Alejandro, quien también se reía.
-Es que…yo… Es que Per me ha pegado su
risa- dijo Alejandro sonriendo. Pero al ver que Perséfone estaba a punto de
volver a reír, se tranquilizó, evitó su mirada y añadió:-Lo siento. Continúa,
Barriga de Oso.
-Vamos otra vez-dijo suspirando Barriga
de Oso-. El amor es un sentimiento que llena el corazón de las personas. Es
como un milagro que…
Pero Alejandro y Perséfone cometieron el
error de mirarse y las risas volvieron a interrumpir la ceremonia. Risitas que
intentaban ahogar con las manos o mirando hacia otro lado.
-Esto así es imposible- se quejó Barriga
de Oso por encima de la risa de los novios- ¿Vais a parar?
-Sí-contestaron a la vez, aunque sus
caras decían lo contrario a pesar de que intentaban estar serias.
-¿De verdad?
-Claro-respondieron al unísono.
Pero hasta la cuarta no fue la vencida. Barriga
de Oso pudo soltar por fin su discurso, Alejandro y Perséfone acabaron
casándose, y todos los demás aplaudieron con alegría. Después, la fiesta fue
toda diversión entre música, bailes y animadas charlas. Los padres de Perséfone
se sentían a gusto entre los piratas y Alejandro les parecía agradable, aunque
no fuera exactamente lo que buscaban para su hija ¿Quién querría que su hija
acabara casada con un pirata? Pero le hacía feliz, quizás no fuera lo
socialmente correcto y ellos debieran intervenir…sin embargo, no lo hacían. En
lugar de eso, la protegían con mentiras ante el mundo para que lograse la
felicidad que no había conseguido entre la nobleza.
Hacia la noche se despidieron de ella antes
de desembarcar en Rísoen y dejarla en su hogar, en Pegaso.
-Visítanos más a menudo, ¿vale,
pequeña?-le dijo su padre dándole un abrazo-. Estamos algo solos.
-Te lo prometo-le dijo Perséfone y
señalando la barriga de su madre, añadió:- Aunque pronto no lo estaréis tanto.
Estoy deseando conocer a mi hermanito o hermanita.
-Yo también-coincidió su madre
acariciándose el vientre, y luego le recordó a Perséfone:- Te he traído vestimentas
nuevas. Vestidos, faldas que puedas ponerte con camisas… Ah, y por supuesto
traje tu medallón favorito, ese con forma de cofrecito.
-Muchas gracias, mamá. Lo puse todo en
el camarote-le agradeció Perséfone sonriendo-Es una pena que Belinda no haya
podido venir…
-Sí, pero no podía hacerlo sin delatar a
su prometido que su mejor amiga se casaba con un pirata-comentó su madre
arqueando la ceja.
-Y ya te dijimos que es uno de los altos
cargos de Rísoen-intervino el padre.
-Bueno, nosotros tenemos que irnos. Te
queremos, cariño-le dijo su madre abrazándola.
-Yo también os quiero, no me alejaré
mucho de vosotros-le prometió Perséfone, inundándose de su perfume.
Sus padres regresaron al puerto con
ayuda de Cortés y Amarillo, quienes se ofrecieron a llevarles en un bote. Después,
continuó la fiesta hasta la madrugada, surcando con Pegaso el Atlántico…
Alejandro y Perséfone seguían en la orilla,
besándose. Perséfone había hecho uso de la ropa de su madre y por fin se había
deshecho del vestido azul marino para cambiarlo por una bonita falda larga del
mismo color y una camisa blanca que, en lugar de abotonarla, ataba por ambos
extremos encima de su barriga. Seguía llevando su largo cabello suelto, pocas
veces se lo recogía. Con este aspecto se sentía más pirata que nunca.
Alejandro, no había cambiado mucho, seguía
llevando un chaleco y unos pantalones cortos hasta las rodillas, aunque ambas prendas
eran recién fabricadas, ya no tenía por qué sujetarse los pantalones con una
cuerda.
-¿Y si deciden bajar a la playa?-dijo
Perséfone sonriendo con timidez, dejando de besar a Alejandro por un momento.
-No creo que puedan. Se han atiborrado
de ron y comida-le dijo Alejandro y buscó sus labios otra vez, pero se detuvo
para añadir:- Debería decirles que nos tenemos que contralar, ya vamos por la
tercera tanda de oro del tesoro de Dybá.
-No te preocupes, aún hay de sobra en
esta tanda. Tanto que hemos usado y no se ha gastado ni la mitad.
-Tienes razón. Pero de todas formas hay
que moderarnos, ese oro no es infinito-concretó Alejandro. Después le dedicó
una sonrisa pícara a Perséfone y se volvieron a besar.
Aún, después de tanto tiempo, seguían
volviendo al escondite donde Dybá había guardado sus preciados tesoros. Sólo
llenaban un par de sacos y volvían a surcar los mares. No querían llevárselo
todo pues pensaban que allí estaba más seguro. Encontrar el tesoro había
mejorado mucho sus vidas, sobre todo en relación con la comida. Antes se tenían
que conformar con lo que pescaban o robaban, ahora además con todos los
manjares y delicias que se podían permitir comprar. Además, adquirieron algunos
caprichitos como nuevas espadas, mapas, brújulas, catalejos, ropas para después
rasgarlas y, por supuesto, ron.
Alejandro y Perséfone terminaron
tumbados en la arena bajo el millar de estrellas, entre risas, besos y
caricias.
-No cambiaría este momento por nada del
mundo-le confesó Alejandro mirándola feliz, acariciándole la mejilla-, ni por
otro tesoro de Dybá.
-Yo tampoco. Me quedaría contigo para
siempre en esta islita-le contestó Perséfone sonriendo y, rodeándole el cuello
con los brazos, añadió:- Te quiero.